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viernes, 8 de marzo de 2013

Lugar común la muerte


Muchas páginas deportivas previamente destinadas a la información y la opinion sobre el deporte que tanto nos apasiona, se han dedicado a abordar de diferentes maneras el tema de la violencia en el fútbol, principalmente en los últimos veinte años. Incuso yo mismo varias he compartido durante los siete de existencia de este sitio web partidario y del equipo periodístico que integro. Con insistencia lo vengo señalando desde cuando el fútbol aún no era para todos y en la cúspide del problema estaba Julio Grondona, el padre de esta criatura nacida auspiciosamente hace décadas, con todo para triunfar, la Asociación del Fútbol Argentino, la que estuvo a la vanguardia del planeta cuando ganó dos de los tres mundiales disputados entre 1978 y 1986, el segundo de manera brillante y heroica, con la presencia impactante del mejor de todos los tiempos, Diego Maradona.

En 1968, la tragedia de la Puerta 12 dejó 71 muertos.
Desde su inicio a finales del siglo XIX hasta el fin de la última dictadura, durante más de siete décadas los argentinos disfrutamos de la pasión por el fútbol reventando estadios gigantescos sin ningún tipo de violencia por banderías. Hasta entonces las muertes en las canchas argentinas existían, pero eran infrecuentes y despertaban indignación y fuerte condena pública. Las organizaciones no gubernamentales que luchan contra este flagelo registran 22 muertos en las canchas hasta la masacre de la Puerta 12 ocurrida el 23 de junio de 1968, cuando 71 hinchas de fútbol murieron aplastados contra la misma, una de esas noticias que hoy daría de inmediato la vuelta al mundo. Aún la lucha entre barras partidarias no había aparecido. La tragedia fue el corolario de una manera de morir en la cancha a causa de la escasa seguridad y la pobre infraestructura que se disponía entonces para albergar multitudes, por eso la mayoría de esas muertes se produjeron por exceso policial o por accidente masivo, como varios derrumbes de tribunas con saldo fatal múltiple, como la avalancha del 2 de julio de 1944, también en el estadio de River Plate, cuando fallecieron aplastados 7 espectadores al finalizar un encuentro con San Lorenzo. La lucha entre barras llega a fines de los setenta y se empieza a extender en los ochenta, y no creo que sea casual que eso ocurriera luego de que treinta mil argentinos perdieran la vida a manos del terrorismo de estado, cuando los pueblos de América Latina eran despertados trágicamente del sueño de un mundo mejor, inspirado por la Revolución Cubana, el Mayo Francés, Los Beatles y la liberación sexual, sueños que se truncaron junto con la vida de la vanguardia rebelde, una juventud que perdió a sus mejores exponentes en un escenario donde la derrota y el genocidio eran absolutamente previsibles y evitables. El error de desconocer el fracaso de las revoluciones burocráticas y anti libertarias existentes entonces, el error de creer que el camino de la lucha armada llevaba a la victoria, siempre...

Recién después de la dictadura aparecería esa violencia de sino indígena, que consistía en formar parte de una tribu que se enfrentaba a otra tribu por el solo hecho de querer a otros colores. Ese sentimiento masivo de violencia retrógrada y bárbara que viene acompañando a nuestro fútbol no nació con el juego mismo ni fue alimentado por él, sino que es producto de la miseria y la marginación que se vive en el tercer mundo, más precisamente en la Argentina, una nación que siempre fue regada con sangre de hermanos, y que antes vio caer masacrados a sus pobladores originales invadidos por tropas uniformadas que atacaban con la pólvora y con la cruz en la mano, fuerzas armadas mercenarias que operaron en nombre de la civilización e invocando a la patria naciente, cuyos jefes genocidas hoy ilustran con su rostro nuestra moneda y presiden plazas y edificios a lo largo de toda la extensión territorial como si fueran prohombres. Algo venimos haciendo muy mal para que así sea, nuestra historia siempre la escribieron los que ganan y parece ser que nunca han sido los buenos, si es que hubo buenos en este bicentenario derrotero político sangriento y fraticida.

En 2007, Marcelo Cejas fue asesinado en un Chicago-Tigre.
A la aparición de las barras bravas, a principios de los años ochenta, la democracia la enfrentó envuelta en la debilidad con que llegó al poder. Se redactaron leyes, se produjeron nuevas normativas, se implementaron rigurosos operativos policiales, todo fue en vano. Durante algún tiempo, aquella misma policía que fue parte del aparato represivo actuando al margen de la ley y la justicia parecía poder controlar el curso violento de las barras contraponiendo un accionar policial basado en el atropello y el exceso de rigor represivo, atributos que de a poco la justicia fue recortando hasta encarcelar a gran parte de los culpables del genocidio. Para entonces, la corrupción ya se había adueñado de las entrañas policiales, y los operativos empezaban a mostrar las flaquezas de un estado ineficiente al frente de un país sin rumbo, en el que la vida seguía valiendo un centavo, ya sea en el marco de la lucha social como en la Estación Avellaneda, tanto como en el político, como la caída de Fernando De la Rúa, o en lo cotidiano, como la masacre de Cromagnón o la más reciente ocurrida en Once hace justo un año. En todo este tiempo la violencia en el fútbol siempre estuvo presente, e incluso ha cambiado de sino. Ya no es tan insensata, ahora tiene el sello mafioso, ya no se muere por defender una bandera sino por el poder y el dinero producto de la indefensión dirigencial en algunos pocos casos, o en otros de la asociación indisimulada, como López, Comparada y tantos otros dirigentes que se servían de estos grupos para sostenerse por la fuerza en el poder y vaciar las arcas de sus respectivos clubes. En los últimos años, en el fútbol se muere por otros intereses, y el enemigo ya no es aquel que simpatiza por otro club, está mucho más cerca y lucha por tener el privilegio de poder extorsionar a los dirigentes de su propio club, privilegio que defienden con la vida. Más claro: Los dirigentes se dejan extorsionar por un solo grupo y quien quiera ese sitial, tendrá que lograrlo a tiro limpio, incluso apelando a la eliminación a sangre fría, como fue el asesinato de Gonzalo Acro.

En las últimas semanas se han producido muchas nuevas muertes en torno al fútbol, todas en en el contexto señalado, pero esta vez, indignada de tener que indignarse tan seguido, la opinión pública ya no se asombra de esas muertes. La sociedad, hastiada por un estado de cosas que no parece tener solución, ha bajado las banderas y se resigna a convivir con la violencia como algo natural y hasta folclórico de nuestro fútbol. Incluso hasta los periodistas más capacitados han dejado de indignarse ante la sucesión sangrienta, es ridículo hacerlo si no es exigiendo soluciones del primer nivel de gobierno, el que tampoco parece preocupado por el asunto. Yo creo que entrar en ese estado de aceptación y convivencia es la peor solución. Creo que hay que hacer algo al respecto, y si bien no sabría decir que es lo que hay que hacer, al menos creo que no se puede discutir de que lo que se hizo hasta ahora no ha dado resultado. Tampoco sabría como solucionar el problema de la institución policial, ni cual sería el costo de un cambio verdaderamente profundo en su seno, ni cuanto tiempo esto llevaría. Pero estoy seguro que con esta policía que tenemos en plena convivencia con el delito en todo el país va a ser imposible. Y me llama poderosamente la atención de que en este tema, como en el de los cortes de luz, como en el de los transportes inseguros, como en todas aquellas cuestiones que producen desgaste y descontento social, las autoridades políticas no emitan anuncios ni prometan soluciones. Y sobre todo en el fútbol, un circo muy popular que el estado compró para promocionar al gobierno, un circo en crisis terminal, desquiciado y violento que si no logra controlar, no va a hacer más que dañar muy profundamente su imagen y su credibilidad política.

Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.com

2 comentarios:

  1. Buena nota pero ustedes contribuyen y mucho tambien dandoles lugar, importancia y sobretodo protagonismo a los barras, es dificil el tema pero tu "no se olviden del doping de erviti" tampoco ayuda mucho que digamos, una cosa es el folklore, el cargarse con un compañero en la oficina y otra es una directa incitacion a la violencia.

    Saludos de otro granate (por las dudas)

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    1. Lo nuestro de entonces no fue incitación a la violencia sino un llamado de atención al periodismo nacional que se estaba haciendo el boludo con la cuestión. Ellos, para sacarse de encima la acusación, lo hicieron pasar como tal, pero no puede un cartelito pegado en una cabina de transmisión ser considerado de esa forma, aunque reconozco que no era necesario pegarlo. Abrazo, Marcelo

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