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martes, 24 de marzo de 2020

Fútbol de Película


Corría el año 1962 y Alberto J. Armando, siempre un paso delante de los demás dirigentes del fútbol de su tiempo, recibía en su despacho a un tal Aníbal Díaz, un hombre cincuentón, excedido de peso, típico exponente del fútbol amateur de aquellos tiempos: dirigente, técnico, delegado dedicado a la formación deportiva de niños y adolescentes, un personaje que no dudaba en recorrer el país en procura de talentos para incorporar a su equipo y participar en alguna de las competitivas ligas que existían en Buenos Aires. Con la impronta que el primer peronismo puso en el deporte, el “Gordo” Díaz comenzaba a trascender en el mundo del fútbol amateur del sur del Gran Buenos Aires. En 1948, para competir en el primer Torneo Nacional “Evita”, había fundado en Llavallol una entidad que llamó Club Atlético Arsenal, que con un joven Vladislao Cap como capitán, obtuvo el título de Campeón Nacional de Fútbol 1950 de dicha competencia, de la que será destacado animador de todas las ediciones disputadas hasta la caída de Perón.
Formación juvenil de Arsenal de Llavallol en los  50'

Gracias a los Torneos Evita cientos de miles de niños tuvieron por vez primera una atención médica integral, recibieron vacunas, radiografías y la Libreta Sanitaria. La iniciativa tuvo como verdadero impulsor al ministro de Salud, Ramón Carrillo, el inventor de la salud pública en la Argentina. Si bien es cierto que las competencias tuvieron el marco de la grotesca propaganda política que caracterizó al primer peronismo, los Torneos Evita fueron eventos deportivos integradores y muy competitivos, que en fútbol ofrecían como recompensa llegar a la gran final que se disputaba cada año en el estadio de River, partidos muy concurridos y mejor difundidos. A partir de la consagración en 1950, que fue intensamente reflejada por los diarios, las radios y el noticiero cinematográfico Sucesos Argentinos, la fama de Aníbal Díaz, un hombre meticuloso, disciplinado y muy exigente creció aún más y pronto recibió el respaldo del ministro de Hacienda, quien le otorgó un terreno en comodato en Llavallol donde construyó su cancha y su campo de entrenamiento. Por entonces eran “los mimados de Cereijo” y solían animar clásicos enfrentamientos con el club Sacachispas, creado en Villa Soldati por un grupo de muchachos cercanos al afamado periodista uruguayo Ricardo Lorenzo, alias Borocotó.

Borocotó era un notable escritor montevideano que trabajaba como periodista estrella en la revista El Gráfico, y desde su sección de contratapa titulada “Apiladas” le ponía poesía al fútbol. Cuando “La Máquina” de River no tuvo rivales, “Apiladas” empezó a reflejar las peripecias de los clubes chicos o en formación, la pertenencia al barrio, el amor por los colores y el apoyo de los vecinos. Allí volcaba vivencias y circunstancias que conocía debido a la cercanía con los jóvenes Aldo Vázquez y Roberto González, dos amigos que, como el Gordo Díaz en Llavallol, trataban de armar un equipo de fútbol en el sur porteño para participar en la primera edición de los Torneos Evita. El vuelo y el lirismo de la pluma de Borocotó exaltaban los sueños de grandeza de los pibes de Villa Soldati. De sus escritos surgió el guion del drama pasional elegido para llevar el mundo del fútbol amateur a la pantalla grande: “Pelota de trapo”, legendaria y taquillera película estrenada en agosto de 1948, producida y protagonizada por Armando Bo.

Algunos sostienen que fue al revés: que la exitosa película dirigida por Torres Ríos se inspiró en el club Sacachispas, cuando en realidad por entonces la entidad no existía más que en la ilusión de Vázquez y González y en la inspiración de Borcotó. En sus “Apiladas”, y luego en el film, ellos encontraron reflejadas sus propias vivencias y dificultades. Desde la contratapa de El Gráfico, Lorenzo convenció a los jóvenes de entonces que con el General en el poder todo sueño era posible. Fundado el 17 de octubre de 1958, dos meses después del estreno de “Pelota de trapo”, lo llamaron Sacachispas Fútbol Club, como el de la película. De la mano del film, la fama pronto se extendió. Perón le otorgó un predio en Villa Soldati donde construyó su primera cancha y allí se filmó la zaga. Titulada “Sacachispas”, fue estrenada en abril de 1950. Pese a que no tuvo la misma repercusión, alimentó la controversia. Junto con Arsenal de Llavallol, ambas entidades animaban los torneos Evita -aunque el Lila nunca lo pudo ganar- y protagonizaban una especie de clásico entre dos clubes que crecieron de manera similar al amparo del gobierno peronista. La rivalidad se extendió a la cuarta categoría del fútbol de AFA a la que las dos instituciones pronto se incorporaron.

En 1952, con la cancha y las instalaciones que disponía, Arsenal de Llavallol se afilió a la 3ª división de Ascenso, que más tarde se llamaría Aficionados, y actualmente Primera D. En ese equipo jugaban, Humberto Maschio, Antonio Angelillo, Natalio Sivo y el mencionado Cap. El Gordo Díaz, que era un experto en transacciones de futbolistas, empezaba a ganar dinero grande: los cuatro pasarían a Racing en 1954, y se descuenta su participación en la venta de los dos primeros al fútbol italiano en 1957: Maschio al Bologna, Angelillo al Inter. Por su parte, Sacachispas logró su afiliación a la misma categoría dos años después, en 1954, también gracias a la cancha y el respaldo de Perón. En su primera participación se volvió a encontrar con su viejo y conocido adversario de los Torneos Evita. El Lila fue campeón de punta a punta. Por primera vez un recién afiliado a la AFA, como Sacachispas, logró ganar el título y ascender. El incansable Díaz pidió que Arsenal lo acompañe en su ascenso, y la AFA le concedió ese privilegio. Ambas entidades lograron mantenerse en la “C” durante algunos años. Arsenal volvió a bajar a Aficionados en 1958, Sacachispas se mantuvo hasta 1962. Los problemas de ambas entidades habían empezado con el derrocamiento de Perón en 1955. El club de Llavallol no sólo perdió su protección política; además quedó en la mira de la revolución libertadora. En 1959 el Gordo Díaz fue acusado de falsificar la firma del presidente de la AFA con el fin de evadir impuestos en la venta del jugador Jorge Griffa al Atlético de Madrid, y Arsenal fue desafiliado por tres años.

Cuando en 1962 lo fue a ver a Armando a su despacho, el incansable Díaz había sido absuelto de todos los cargos y el club acababa de recuperar su lugar en la categoría menor. Rápido como era, el "Puma" comprendió que en la humilde entidad podía completar la formación de los valores más destacados de la cantera y cerró el acuerdo. Loco de contento, el visionario Aníbal Díaz se fue de la reunión con todo arreglado, con dinero en su bolsillo, con el compromiso de Armando de efectuar una ampliación del pequeño estadio, y con los préstamos de Rojitas y Pianetti, las dos máximas promesas de la tercera de Boca, quienes jugarán el torneo de Aficionados de 1962 para Arsenal, que ya no lucirá el amarillo y marrón a rayas verticales, sus colores originales, y que a partir de ese año paseará orgulloso el azul y oro por las canchas del ascenso, convertido en la primera filial del fútbol argentino y logrando una impensada repercusión. Entre las particularidades del acuerdo, Adolfo Pedernera fue nombrado Director Deportivo, en tanto Boca se reservaba la administración de la filial, que quedó a cargo del vicepresidente de Armando, Miguel Zappino, que además vigilaría bien de cerca a las dos promesas del club, que habían sido enviados como castigo disciplinario. Con Rojitas y Pianetti, el Arsenal más antiguo del fútbol argentino -fundado el 12 de Octubre de 1948, también poco después del estreno de la célebre película- hizo una campaña fuera de lo común, convirtiendo muchos goles aunque recibiendo más de los debidos. Al finalizar el torneo de 1962, Rojitas y Pianetti volvieron a Boca dejando una estela imborrable de su paso por Llavallol: fueron la gran atracción del torneo de Aficionados de un fútbol argentino que asistía a la primera experiencia de una filial.

El acuerdo entre Armando y Arsenal de Llavallol había nacido para vivir poco: cuando el Puma lo concretó, ya tenía en mente la adquisición de un complejo propio para las divisiones inferiores y concentración del plantel. En 1963, Boca adquirió La Candela, un predio de seis hectáreas ubicado en San Justo. Con esa nueva compra se fue yendo de Arsenal, y el pobre club de Llavallol se quedó sin conducción, ya que Díaz había sido marginado poco antes por Zappino y su gente. Finalmente Boca lo abandonó, y sin brújula ni respaldo político, con el esfuerzo vano de los pocos socios que quedaban, Arsenal se encaminó hacia una anunciada desaparición. En 1968 el terreno que le había otorgado el ministro de Perón, estaba su estadio con una pequeña tribuna de cemento, vestuarios, baños y demás comodidades que la mayoría de sus competidores envidiaban, fue expropiado por el dictador Juan Carlos Onganía. Arsenal de Llavallol jugó allí el último partido de su breve y agitada existencia el 12 de octubre de 1968 ante Central Córdoba de Rosario, el mismo día de su fundación pero exactamente veinte años después, y eso fue lo poco que duró su corta pero intensa existencia. Su viejo rival, Sacachispas, menos ambicioso, se fue afirmando lentamente como uno de los dos clubes más grandes del barrio de Villa Soldati -su clásico rival es el Deportivo Riestra- alternando entre la cuarta y la tercera división del fútbol de AFA, en la que actualmente milita. Curiosamente, su crecimiento se consolidó gracias a su presidente entre 1975 y 1983, Roberto Larrosa, quien fue electo concejal de CABA por la UCR durante tres mandatos, entre 1983/97 y obtuvo la cesión definitiva de las tierras que hoy ocupa. En sus instalaciones cuenta con un estadio con capacidad para 5.000 personas, un gran gimnasio cubierto, canchas para otras disciplinas recreativas, dos piletas y una zona arbolada con quinchos y parrillas. De sus fundadores heredaron el tesón pero también la cautela, por eso su crecimiento fue lento pero seguro.

Después de su expropiación, los militares abandonaron el predio de Llavallol. El paso del tiempo y la huella del odio lo transformaron en un enorme basural. La de Aníbal Díaz y su Arsenal es una de esas curiosas leyendas futboleras que se pierden en el olvido, aplastadas por el impresionante marco de la gran historia del fútbol argentino. La de un humilde y ambicioso dirigente de un club de barrio que quiso cortar camino a la grandeza y lo pagó con la desaparición. De la suerte de Díaz poco se conoce. Una fuente consultada afirma que el Gordo murió en Florencio Varela en 1974 en un confuso accidente, atropellado por un automóvil con varios ocupantes que se dio a la fuga. Otra versión más confiable es la de Néstor Santiago: el hijo de José Pirula Santiago supo de una larga y complicada internación, de donde harto de la comida del hospital, Aníbal Díaz se habría escapado en busca de un bodegón para despedirse de este mundo con un último y definitivo atracón, olvidado y sólo como un profeta sin apóstoles.

Marcelo Calvente

sábado, 16 de noviembre de 2019

La prueba de amor



A la hora de la siesta, en el terreno poco apto de un estadio que casi no se usa y con el marco del calor insoportable del noroeste argentino en noviembre, Lanús cayó ante Central Córdoba de Santiago del Estero por 1 a 0 y perdió la oportunidad de disputar la final de la Copa Argentina 2019, acumulando dos derrotas -a cual más dolorosa- en una semana, dejando un sabor amargo en los muchos hinchas granates que un jueves laborable dejaron todo de lado para estar presentes en La Rioja, y en los miles de esperanzados que lo siguieron por TV seguros de una victoria que no pudo ser debido a factores externos al juego pero no a la organización de los torneos, tanto de AFA como de la Superliga. Las condiciones elegidas para disputar la semifinal, más que igualar las chances de ambos, le servía en bandeja el partido a los santiagueños, que holgadamente habían demostrado una virtud: muerden en todo la cancha, ponen la pierna fuerte y corren todo el partido, el terreno de juego es para ellos un campo de batalla. El calor los afectó a los dos por igual, pero el estado del campo facilitó la tarea defensiva e hizo impracticable el juego de ataque, el pase de precisión y la combinación en espacios reducidos, las armas con que Lanús se transformó en líder.

Para poder sostener ésta superioridad que se sugiere hay que hablar en primer término de sistemas de juego. Los dos van con cuatro en el fondo, aunque el aporte ofensivo de los laterales de Lanús, Di Placido y Pasquini, es mucho más determinante que lo que entregan Christian Díaz y Bay, dos muy buenos marcadores de Central Córdoba. Aquella vez que se enfrentaron en Lanús, al local le faltó Marcelino y su lugar fue ocupado por Belmonte. El equipo de Zubeldía peleó duro en el medio, y abrió el marcador a los 28’con el toque de espaldas de Sand para Auzqui. Antes y después, las llegadas con peligro fueron de los visitantes y Herrera, su principal delantero, fue la figura. En la fecha siguiente, en Avellaneda y frente a Independiente, Marcelino regresó y el planteo ofensivo de Lanús volvió a ser con cinco atacantes: Quignón delante de la línea de cuatro; de derecha a izquierda Auzqui, Vera, Marcelino y Lautaro Acosta, y José Sand culminando el rombo. Lanús juega a quebrar al rival, no es su estrategia entregar el dominio de balón y bajar a esperar en campo propio, y tampoco lo es ir a ejercer presión sobre la salida. La zona de comodidad de Lanús es el medio campo, porque desde allí recupera y saca las combinaciones en velocidad para llegar en tres o cuatro toques al área rival. Jugando así llegó a la punta de la Superliga.

Una multitud de hinchas Granates en La Rioja
Pese a que los resultados iniciales no auguraban nada bueno –empate de local ante un muy pobre Gimnasia, y derrota aplastante de visitante a manos de River en la segunda fecha, el equipo de Zubeldía empezó a funcionar. Solo empató con Independiente, Patronato y Central, a los demás le ganó a todos. Pero la Copa Argentina es un título oficial que reparte dinero extra, y Lanús clasificó a semifinal sin demasiados contratiempos: Arrancó venciendo a Huracán Las Heras e Independiente Rivadavia, los dos de Mendoza, y el primer rival de fuste fue Argentinos, al que derrotó en cancha de Arsenal por un contundente 4 a 1. Luego fue el turno de Independiente en Rosario, y otra victoria indiscutible para acceder a la semifinal de Copa Argentina más accesible de todas las que tuvo hasta hoy.

Por la Superliga, tres muy buenas victorias al hilo: Talleres en Córdoba, Boca de Local y Huracán. Cinco días después de la victoria en Parque Patricios llegó Banfield. Era la fecha 13, y Lanús era uno de los punteros con 25 unidades en 13 partidos disputados -7 victorias, 4 empates y apenas 2 derrotas- en tanto su acérrimo adversario llegaba muy castigado, a centésimas de la línea roja de los tres que se van al descenso, con 2 victorias, 4 empates y 6 derrotas a cuestas. Fiesta en estadio, una multitud  vestida de granate en las tribunas, con el terreno en perfecto estado y sin público visitante, el panorama era tan favorable que daba que pensar.  Los clásicos son la celebración del fútbol, pero no siempre el choque con el rival tiene la importancia de una semifinal de Copa Argentina que entrega un lugar en la Libertadores y te deja a un paso de una nueva estrella. Y como si estas razones no fueran suficientes, paga dinero extra que invariablemente va a parar a los bolsillos de los players. El clásico lo queremos ganar todos, dirigentes, cuerpo técnico, jugadores e hinchas pero cinco días después había que jugar la semifinal en La Rioja. Por más hincha que seas, no hay dudas acerca de cuál de los dos partidos era el más importante.

Nadie puede poner en tela de juicio que Lanús salió a vencer a Banfield, pero está claro que no fue el mismo que venía siendo. Que los intentos ofensivos tenían una cierta liviandad que algunos hinchas creyeron ver, esa forma de jugar que por los tiempos de los tiempos supieron mostrar todos los equipos al tener que afrontar un compromiso poco antes de otro partido más importante. Lanús no mereció perder con Banfield, pero desde el comienzo de las acciones quedó bien claro que las cosas no iban a ser sencillas y no lo fueron. Banfield ganó con bastante fortuna pero Lanús dejó una imagen desteñida, que bien pudo cambiar ante Central Córdoba, si no fuera que el partido se disputó en un terreno no apto para jugar al fútbol, en condiciones climáticas menos aptas aún. Tan adversas, que lo más importante era no recibir un gol, porque tener que remontar el resultado en esa cancha y con esa temperatura iba a resultar una odisea. Y así fue. Un zapatazo no menos maldito que aquel William Ferreira del Bolívar que se le coló en el ángulo izquierdo a Agustín Marchesín por la Libertadores 2014. Esta vez fue el volante central del Ferroviario, el santiagueño Cristian Vega, su remate fue igual de letal, e igual de estéril que aquel de Marchesín resultó el vuelo de Agustín Rossi.

Siempre decimos que el fútbol de hoy en día es rachero. Tanto victorias como derrotas, no se sostienen mucho en el tiempo. Después de estas dos caídas se puede seguir confiando en que se trató de pasos en falso, que Lanús sigue siendo puntero y que todavía está a tiro de pelear la Superliga. Y también sería entendible que estas dos derrotas que no esperabas te quiten la fe y prefieras dejar de alentar, total, para qué tanto sufrimiento. Depende de cada uno, de qué clase de hincha es, y de cuál es el compromiso afectivo que se tiene con los colores ante la adversidad inesperada.

Marcelo Calvente

martes, 22 de octubre de 2019

Ángel para un final


Tras la dura caída ante San Telmo de diciembre de 1975 se hizo cargo de Lanús Osvaldo  Panzutto, un ex delantero surgido en San Lorenzo que había triunfado en Colombia y que incorporó muy pocos jugadores: Juan Carlos Nani, bahiense de Puerto Comercial, que tras dos breves pasos sin mucho éxito por Boca y Argentinos llegó para reemplazar a Manolo Silva. Además hubo recambio de arqueros: Se fueron  Dávalos y Riolfo, y llegaron San Miguel, de Platense, y Crosta, de Sarmiento de Junín. Y también llegó al club el consagrado Ángel Clemente Rojas. Lo mejor de su carrera había sido entre 1963 y 1972 jugando para Boca, donde ganó 5 campeonatos y se consagró como el máximo ídolo de la parcialidad xeneize. Su carrera se fue diluyendo antes de lo pensado. En el 72 pasó por el Deportivo Municipal de Perú donde no brilló. Volvió a Boca en el 73 y tampoco rindió. Con la vuelta del peronismo al poder, apadrinado por  el caudillo Herminio Iglesias, firmó para Racing donde jugó 17 partidos e hizo un gol, pero tampoco conformó. Según le contó Rojitas al autor de este libro, antes de los 30 había perdido las ganas de jugar. En el 75 firmó para Nueva Chicago, club dirigido por Paulino Niembro, hombre de la UOM, y a principios de 1976 firmó para Lanús, donde presidía otro peronista destacado, Lorenzo D’Angelo. El gran Ángel Clemente Rojas llegó casi en silencio porque para el mundo del fútbol era evidente que no estaba para jugar. Sin embargo Panzutto lo tuvo en cuenta en el arranque del campeonato de Primera B de 1976, que tenía como premio un ascenso a mitad de año, al finalizar la primera rueda. Su debut en Lanús se produjo el 6 de marzo del 76 en Arias y Guidi por la 4ª fecha   como titular ante Tigre, equipo al que Lanús venció por 2 a 1. Esa tarde, por ausencia de Del Río, Angelito jugó en la posición de 10 y fue reemplazado por el Cabezón Melindrez, que de penal marcó el gol de la victoria a los 33’ del complemento. Rojitas volvió a ser titular siete días después en cancha de Atlanta, en la derrota de Lanús ante Platense por 4 a 2, pero ésta vez sufrió una lesión muscular y a poco de comenzado el encuentro fue reemplazado nuevamente por Melindrez. Estuvo fuera de competencia hasta la anteúltima fecha, la 18ª, en la que Lanús recibió a otro de los candidatos al ascenso: Los Andes, que tenía una excelente delantera conformada por el Pato AImetta, el ex Granate y temible cabeceador Rubén Rojas, el Nene Juan Carlos Díaz, uno de los máximos ídolos del Milrayitas, y el ex Lanús y Banfield Daniel Cantero, hoy relator partidario del Taladro. Rojitas nuevamente fue sustituido por Melindrez, y la visita logró el empate a poco del final. En la fecha siguiente, Lanús visitó a El Porvenir con la vuelta a la titularidad de Víctor Hugo Del Río y una delantera integrada por Epifano, Nani y Rojitas como once mentiroso. Como Lanús estaba en desventaja desde el último minuto del primer tiempo, en el complemento le dejó su lugar a Dos Santos, pero el resultado no se modificó. La tabla final de la primera rueda la lideraron Platense y Tigre, con 26 puntos, seguidos por Villa Dálmine y Lanús, ambos con 24. Detrás se ubicaron Almagro, Los Andes y Central Córdoba, los tres con 22, que jugaron un triangular y los dos primeros vencieron a Central Córdoba e ingresaron al reducido.

Con Ángel Clemente Rojas en su casa en el año 2017 
Siempre con Panzutto en el banco, el 29 de junio de 1976 Lanús debutó en el hexagonal por el primer ascenso venciendo a Los Andes en cancha de Banfield por 2 a 1. Luego empató en cero con Platense en el Gasómetro, después también en San Lorenzo aplastó a Villa Dálmine por 4 a 0 quedando como único puntero con cinco puntos, seguido por Platense con cuatro. Todo siguió igual en la anteúltima, cuando el Grana  despachó a Tigre por 2 a 0 en cancha de Huracán y se mantuvo como único puntero con 7 unidades, en tanto el Calamar vencía por igual marcador a Los Andes y quedaba segundo con 6. En la fecha final sucedió lo impensado, aunque por esos años repetido. Lanús fue a dar la vuelta a Cancha de San Lorenzo para vencer a Almagro, que en la fecha inicial había sido goleado por Platense por 5 a 1, y luego había cosechado cinco puntos producto de dos victorias y un empate. El Grana venía de perder la chance de ascender en el 74 ante Estudiantes de Buenos Aires, en el 75 San Telmo le había ganado la final en cancha de Huracán, y ahora tenía el ascenso servido ante Almagro. A la misma hora, Platense enfrentaba en cancha de Vélez al humilde Villa Dálmine, que hasta ahí sólo había logrado dos puntos. Al finalizar el primer tiempo, ni el Grana podía aventajar a Almagro, ni Platense encontraba el camino para vencer al Violeta. Pese a que con ese resultado parcial en ambas canchas el que ascendía era Lanús, el nerviosismo de los futbolistas Granates iba en aumento ante la férrea defensa que oponía el Tricolor. En un clima enrarecido, durante el entretiempo del encuentro disputado en Av. La Plata, la hinchada de Lanús invadió la tribuna de Almagro y desalojó violentamente a su parcialidad. A los 12’ del complemento las radios pegadas a los oídos Granates transmiten la mala noticia ocurrida en Liniers: centro pasado de Ulrich, frentazo implacable del lateral izquierdo Juan Carlos Pilla y gol de Platense. Ahora Lanús y el Marrón estaban igualados y debían definir el ascenso en un partido final. Pero en aquellos tiempos a Lanús nada le salía bien: el humilde Almagro, con el ex granate Hugo Piazza en el arco, Daniel Belloni y Luciano Figueroa como referentes, se puso en ventaja a 9 minutos del final con gol de Manuel Amado Sánchez, y ya no hubo nada que hacer. No hay dos sin tres, la gente de Lanús despide al equipo con silbatina e insultos. En el banco del Tricolor estaba como arquero suplente Claudio Tamburrini, quien sería secuestrado un año después y junto a tres compañeros de cautiverio se escaparía el 24 de marzo de 1978 del centro clandestino de detención Mansión Seré para luego partir a Suecia y volver a la Argentina en 1983 para describir en el juicio a las Juntas Militares su detención ilegal, recreada en la película Crónica de una fuga.  
      
Cuatro días después, ya sin Platense, que se sumó al Torneo Nacional de Primera, Lanús comenzó a jugar la segunda rueda recibiendo a Almirante Brown ante la bronca y el desprecio de sus hinchas. El Narigón Panzutto había dejado su cargo. Su lugar había sido ocupado transitoriamente por Ricardo Arauz. Esa tarde volvió a perder. De a poco, pese al malhumor de su gente, el buen juego comenzó a reaparecer y llegaron los resultados. En la 33ª fecha la dupla integrada por José María Silvero y Norberto Raffo se hizo cargo del equipo de cara al tramo final. Era el mismo Lanús del 75, pero con Crosta en el arco y con la potencia ofensiva de Nani, de la mano de José Luís Lodico muy pronto se ubicó al tope de la tabla de posiciones. Ángel Clemente Rojas, que no había participado del hexagonal por el primer ascenso, en la segunda rueda jugó sólo algunos minutos en la anteúltima fecha ante Los Andes, otro de los candidatos, en siempre difícil Gallardón. Lanús se puso en ventaja por intermedio de Clausi a los 32’, pero Los Andes se adueñó del balón y se fue en busca del empate. Promediando el complemento Silvero pensó en Ángel Clemente Rojas para sostener la pelota y lo puso en lugar de Nani. Rojitas cumplió y Lanús se llevó la victoria. En la fecha de cierre, al superar en Arias y Guidi a El Porve por 2 a 0, totalizando 47 puntos, uno más que Almirante Brown, que también ganó y fue segundo con 46, Lanús terminó en primer lugar. No alcanzaba. Mientras no se lograra el ascenso la bronca de la gente no iba a terminar, y para conseguirlo había que ganar el hexagonal final. El primer partido del reducido fue el 4 de diciembre de 1976. En cancha de San Lorenzo, Lanús venció con amplitud a Villa Dálmine por 3 a 0, y la dupla técnica volvió a apelar al dominio y la sabiduría de Rojitas para suplantar a Del Río. En la segunda fecha ante Tigre, también en el Gasómetro, Lanús se puso arriba a los 10’ por intermedio de Canio y Tigre logró el empate 11 minutos después. El Grana tuvo que salir a buscar y la ventaja tardó en llegar: fue por intermedio del goleador Juan Carlos Nani cerca del final, Lanús ganó 2 a 1 y Rojitas no ingresó. En cancha de Racing Lanús venció por goleada a Central Córdoba por 5 a 1, con un parcial de 3 a 0 al finalizar el primer tiempo. Ángel Clemente Rojas ingreso en la reanudación y mostró algo de su reconocida calidad con la pelota en los pies. El partido clave fue en la fecha siguiente, el 15 de diciembre de 1976 por la noche, una multitud de hinchas Granates se hizo presente en cancha de Huracán para enfrentar a Los Andes, que sorprendió a los 5 minutos y se puso en ventaja por intermedio del Nene Díaz. El Tanque Nani alcanzó el empate antes del descanso. En el entretiempo se supo que el perseguidor de Lanús, Almirante Brown, vencía con comodidad a Dálmine en cancha de Racing, por lo que si no se podía ganar, a Lanús le servía el empate. Con esa idea en la cabeza, a los 10 del complemento Silvero mandó a precalentar a Rojitas. Pero mientras eso pasaba, Rubén Rojas, nacido a dos cuadras de la cancha de Lanús y formado en la cantera del club, marcó el segundo gol para Los Andes. Baldazo de agua fría: con la derrota parcial el Grana llegaba al partido ante Almirante Brown un punto abajo. Los futbolistas granates vieron sorprendidos la chapa anunciando la salida de Del Río y el ingreso de Rojitas. Nunca sabremos si el DT no se animó a mandarlo a sentar de nuevo por ser quien era o si en verdad confiaba en el veterano para darlo vuelta. Lo cierto es que Rojitas entró y se comió la cancha. Como si el tiempo no hubiera pasado, en los treinta minutos que jugó sacó a relucir su viejo repertorio de apiladas, gambetas, amagues y quiebres de cintura, y Lanús lo dio vuelta con goles de Nani y Epifanio después de dos grandes apiladas de Ángel Clemente Rojas. “Con Los Andes estaba muy complicado, perdíamos 2 a 1 y no encontrábamos la manera de entrarles, pero Silvero lo puso a Rojitas y el partido lo ganó él sólo” me dijo una tarde de 2019 José Luis Lodico y me motivó a investigar lo sucedido.

Ángel Clemente Rojas fue un grande de verdad, que como suele decirse de los que firman contratos cuando ya no dan más, llegó a Lanús a "robar", jugando apenas 8 partidos de los 37 que disputó el Grana en 1976, la mayoría ingresando en los segundos tiempos. Sin embargo, le bastaron 25 minutos de su calidad para sacar al club Lanús de una de las peores circunstancias de su vida deportiva. El resto es historia conocida. Una semana después, ante un Gasómetro repleto, dejando atrás tanta malaria y archivando el recuerdo de tres frustraciones consecutivas, Lanús venció a Almirante Brown por 2 a 0 y volvió a primera como un campeón justo y brillante. Rojitas, que esa tarde no ingresó, había cumplido. Y pese a que ya no tenía ganas, renovó contrato por un año más y durante 1977 jugó 5 partidos en Primera vistiendo la camiseta de Lanús.

Marcelo Calvente

martes, 15 de octubre de 2019

El retorno del capitán


José Luís Lodico, figura y capitán del Lanús campeón de Primera B de 1976, luego del diferendo con José María Silvero que ya explicamos, durante el Torneo Metropolitano de Primera de 1977 sólo estuvo presente en 8 encuentros. Durante el resto de ese año no volvió a jugar. Con la apertura del libro de pases varios clubes se interesaron por sus servicios, pero fue Banfield el que le acercó la oferta más concreta. Tan tentadora fue la proposición que ese paso de un año por El Taladro le permitió al futbolista comprar su primera casa. “Con la tristeza de no poder concretar el sueño de jugar en Primera con Lanús, esa fue la única vez en mi carrera que opté por anteponer lo económico: los dirigentes de Banfield me compraron la casa que yo elegí, y no tengo dudas de que esa decisión me cambió la vida. Teníamos un equipo muy desequilibrado, le ganamos de visitante a Boca, que fue subcampeón de Quilmes, a San Lorenzo, a Independiente y a Estudiantes pero perdimos muchos puntos con los rivales directos. All Boys, Chacarita y Platense zafaron en las últimas fechas y nos fuimos nosotros y Estudiantes de Caseros”. 

En Banfield jugaban Osvaldo Cerqueiro, Miguel Ángel Corvo, Miguel González, Horacio Santillán, Oscar Moris, Oscar Telli, Sergio Gigli, Claudio Jara, José Lo Gatto. Ese equipo se topó con el mismo obstáculo que un año antes mandó al descenso a Lanús: Platense. En la penúltima fecha ambos se enfrentaron en cancha de Atlanta, donde el Marrón, que había sido desalojado de su estadio de Manuela Pedraza y Cramer, hacía las veces de local. Platense lo ganaba 2 a 1, y como Banfield debía quedar libre en la última jornada, con ese resultado quedaba muy comprometido. En el minuto final, el Taladro tuvo la chance de empatar desde los doce pasos. El habitual ejecutante, Miguel Ángel Corvo, había sido reemplazado, por lo que el “Loco” Cerqueiro tomó la responsabilidad y falló. Si Cerqueiro convertía ese penal, Banfield se quedaba en primera. Lo más extraño pasó siete días después, cuando el Calamar venció en San Martín a Chacarita, que ya había zafado, en un partido que condenó al Albiverde y que dejó un mar de dudas. 

José Luis Lodico hoy, director técnico de infantiles del club Lanús
El pase de Lodico seguía siendo de Lanús y los dirigentes Granates tras el descenso a la C reclamaron su presencia. La controversia era que Banfield había pagado el 70% de lo que adeudaba por su casa, y era sabido, los problemas económicos y la crisis institucional ponían en dudas que Lanús pudiera afrontar el 30% restante. El flamante presidente Juan Carlos Seguer y el dirigente Coco Garrido se comprometieron con Pino, que para la temporada de 1979 retornó al club, y pasó de jugar en la división mayor a afrontar el fútbol de la Primera C, pese a las enormes distancias que mediaban entre ambas categorías. Sin embargo, gracias a que los dirigentes cumplieron su promesa, al cabo de ese año el club Lanús pagó el porcentaje restante de la vivienda del jugador. Lanús peleó el campeonato con Español, que metió un sprint final de cinco victorias al hilo y le sacó cuatro puntos, y el escolta fue Deportivo Morón. Lodico se adaptó rápidamente al cambio de categoría. En 1980 el torneo de la C tuvo tres protagonistas: el Deportivo Morón, Central Córdoba de Rosario y Lanús, cuyos futbolistas prácticamente no cobraban. 

Una noche de mediados de septiembre de ese año, cuando faltaban doce fechas para el cierre del campeonato y Lanús había quedado bastante alejado de la punta,  José Luis Lodico recibió en su casa la visita de dos personas con un maletín repleto de dinero. No le pedían que vaya para atrás, simplemente que al día siguiente acuse una lesión en la práctica, y debido a la misma el sábado se ausente al encuentro que el Grana debía disputar ante Central Córdoba, que por esa fecha peleaba mano a mano el ascenso a la "B" contra el Deportivo Morón. Con eso se conformaban, sabían que aquel Lanús, sin Lodico, no tenía timón. Indignado, ante la mirada inquisitoria de su esposa Ana María, Pino los despidió sin titubear antes de que terminen de hacerle la propuesta. Estos dos señores, un representante y un muy conocido ex jugador de Independiente, se retiraron tan sorprendidos que no lo podían creer, a punto tal que saludaron con un apretón de manos respetuoso para el jugador, que en los ojos de sus visitantes vio el asombro de quienes acaban de entrevistar a un extraterrestre. Tan sorprendidos se fueron que al día siguiente lo llamaron al presidente de Lanús para contarle la secuencia, expresar su opinión acerca de la clase de persona que era Pino Lodico y felicitarlo por contar con este jugador en el plantel Granate. Por entonces, Lanús era poco más que un club de barrio y pronto corrió la voz. Esa tarde, antes del inicio del partido, en el sector del público local no se hablaba de otra cosa.

La cuestión es que en la primera pelota que recibe, Lodico gira para arrancar desde el fondo y el balón se le adelanta, tanto que le queda justa a Cabrera, el cinco de Central Córdoba, que desde fuera del área le pegó de primera y la clavó en un ángulo de Poliserpi. ¡Para que! Varios hinchas que habían escuchado la historia previa empezaron a gritarle vendido, sospechando que todo había sido una maniobra para ocultar que en verdad había aceptado la oferta maliciosa. Lodico se desesperó, pensaba "¡no puedo tener tanta mala suerte, rechacé la guita sin dudar cuando no tengo para darle de comer a mis hijos y me gritan vendido…!". Sabía que ni ser la figura servía, sólo hacer un gol lo salvaba del oprobio, y el gol, está claro, nunca había sido lo suyo. Pero a veces la taba cae del lado de los buenos: antes del final del primer tiempo, en un córner, Pino va en busca del gol salvador, mete un remate de volea que el arquero rosarino alcanza a desviar, Nigretti la empuja en la línea y consigue el empate que salvó el honor del capitán. En el complemento Lanús lo dio vuelta con gol de Crespín. Finalmente, ascendió Morón, que con Peidró, Stagliano, Colombatti, Milano y Atilio Romagnoli, había sido el mejor, sumando 64 puntos. Segundo fue Central Córdoba con 59 y Lanús ocupó el tercer lugar con 50. El año 1981 sería el del título y el ascenso para el Grana. Cracks hubo en todos los tiempos, personas como José Luis Lodico, no siempre. Más bien casi nunca.

Marcelo Calvente

martes, 1 de octubre de 2019

UNA VICTORIA LEGENDARIA



La obstinada inquietud de la AFA por programar a Lanús los días lunes por la tarde condiciona la temática de esta habitual columna deportiva, en principio pensada para entregar una opinión semanal sobre la marcha del primer equipo granate, algo que últimamente se hace difícil ya que al cierre de cada edición La Defensa, el partido aún no se ha jugado. Eso que me permite hurgar en la historia institucional, tarea que confieso jamás habría imaginado tan reveladora y nutrida de pasajes sorprendentes, que el transcurso del tiempo y los abruptos cambios impuestos por la tecnología, las comunicaciones y el confort ocupando la escena del barrio, la amistad y el café, pero por sobre todo, el pique de la pelota de fútbol en la baldosa impredecible, le dan a estas historias el lugar de leyendas doradas de la casi centenaria existencia del Club Lanús.
El domingo 21 de agosto de 1949, en su vieja cancha de madera colmada por casi cuarenta mil espectadores, Lanús obtuvo uno de los triunfos más resonantes de su historia, venciendo a Boca Juniors por 4 a 3, después de haberse ido al descanso con un 0-3 en contra. Desde el inicio del profesionalismo, en 1931, Boca y River empezaron a marcar diferencias. Por entonces, Lanús había participado de todos los torneos de primera sin perder la categoría durante los 19 años transcurridos y era uno de los clubes denominados chicos, frecuentaba la tabla de la mitad para abajo, más cerca del suelo que del medio, tratando de solucionar los infaltables problemas económicos y políticos que sufrían los clubes chicos, contra la opulencia que empezaba a diferenciar claramente a los cinco grandes, que invariablemente se repartían del 1º al 5º puesto, obteniendo además las mayores recaudaciones, y estableciendo un absoluto dominio en las competencias. Ese año Lanús terminaría sufriendo su primer descenso, y la forma en que eso sucedería será la muestra más cabal de las grandes diferencias que existían. Casualmente, Boca llevaría a cabo en 1949 una de las peores campañas de su historia, quedando a salvo del descenso a una fecha del final, siendo Lanús y Huracán, por entonces más grande y poderoso, quienes dirimirían la permanencia en un desenlace histórico que merece verse por aparte.
Gentileza Néstor Bova
El equipo granate estaba conformado por algunos referentes como Salvador Calvente y León Strembel, más las incorporaciones de Pairoux y el “gordo” Lacasia en el ataque, y los primeros retoños de los Globetrotters que iban apareciendo, como Osvaldo Gil y Ramón Moyano. Según el historiador granate Néstor Bova, pese a la pobre campaña de ambos, el partido había despertado inusitada atención porque se trataba de la última fecha de la primera rueda y en Boca se producían los debut de tres grandes incorporaciones de reciente llegada: Dos jóvenes que conformaban una dupla izquierda de ataque muy prometedora, Campana y Busico, llegados de Chacarita por una suma muy importante, y Juan José Ferraro, adquirido a Vélez por otra fortuna. En la edición del diario La Prensa de la mañana siguiente, el periodista Américo Barrios, con estilo revolucionario para la época, escribía lo que sigue: “Lo cierto es que como si Boca tuviera poca historia, ahora ya parece de leyenda. En la cancha de Lanús no cabía ni siquiera un vigilante más. Con esto queda dicho todo. Cuando aparecieron las estrellas azul y oro, el estadio estalló en una ovación impresionante..”
En un encuentro vibrante y parejo, con muchas llegadas de ambos lados, la visita fue estableciendo diferencias ante una muy pobre respuesta defensiva de Lanús. A los 2’ y a los 23’ marcó Castellani, y a los 42 el debutante Ferraro puso el 3-0 parcial con que fueron al descanso, que Barrios describió de la siguiente manera: “¡Goool de Boca Juniors! El delirio. Las legiones boquenses arrojaban a la cancha papel picado, serpentinas, confites. Y gritaban: ‘¡Hasta la docena no paramos!’”
Lo cierto es que Lanús se recompuso en defensa y tomó la iniciativa desde el arranque del complemento borró a su rival del terreno y los goles que pudo y no logró convertir en la etapa inicial fueron llegando enseguida: Osvaldo Gil convirtió a los 6’ y 7’, y Moyano clavó el empate a los 26’. El silencio desplazó a la fiesta que poco antes se vivía en las tribunas colmadas por los simpatizantes xeneizes, y la euforia se mudó hacia los sectores ocupados por los locales, que a 5’ del final gritarían el gol de Lacasia que le daría un triunfo inolvidable. Para recrear el final, recurrimos una vez más a la particular pluma de Américo Barrios, en la edición del diario La Prensa del 22 de agosto de 1949: “Nunca como esta vez un júbilo fue más merecido. Más justo. Y más hermoso. El corazón del hombre había arrasado el artificio de todas las técnicas, sin temor alguno por el fantasma de los astros deslumbrantes. El conquistado por Lanús es el triunfo del hombre con temple de campeón. Y de héroe.”

por Marcelo Calvente

         

lunes, 20 de febrero de 2017

Un barco pirata

Al final parece nomás que vuelve el fútbol. Será a principios de marzo, volverá y nuevamente será codificado, volverá y será Súperliga. Volverá, y seguramente será un torneo apasionante y competitivo, como suele ser. El retorno del fútbol es una decisión de estado, y serán los dirigentes de los clubes quienes tengan esa responsabilidad, influenciados desde arriba por las diferentes corrientes de la política nacional, y desde abajo por la minoría que participa en la vida institucional de cada entidad. Será el próximo 3 de marzo, con el desafío de recuperar el lugar que se merece en el concierto mundial el país donde nacen los mejores exponentes del más bello deporte. No se trata de un imposible, pero sin dudas es un objetivo difícil.

El actual desgobierno es la consecuencia del fin de una etapa controversial de la Asociación del Fútbol Argentino, la entidad madre creada en 1934, el comienzo de una era que en principio sirvió para establecer unívocamente las categorías de los miles de clubes de fútbol que existían por entonces a lo largo y a lo ancho del país, con Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Tucumán como principales epicentros. Desde el nacimiento de la AFA, la conducción rara vez fue ejercida de manera independiente de la política y el poder. La dictadura militar que asoló al país entre 1976 y 1982 dirimió una interna designando a Julio Grondona en 1979 en reemplazo del oligarca Alfredo Cantilo, el hombre que había puesto el criminal Emilio Massera mientras conducía el Ente Autárquico Mundial 78, un organismo oficial que funcionó como una asociación ilícita y que cometió todo tipo de delitos. La AFA siempre estuvo a la sombra del poder de turno, ya sea conservador, radical, peronista o dictatorial. Los dirigentes que intentarán capear la tempestad son navegantes expertos del barco pirata de Julio Grondona. No hay dudas que les va a costar elegir entre ellos a un nuevo capitán.

Grondona llegó en silencio, como uno más, pero tuvo la astucia para sostenerse en medio del sálvese quien pueda del final del gobierno de facto de las tres armas. Con su estilo emparentado con el proceder mafioso, fue el único funcionario ligado a la dictadura que se mantuvo durante décadas, hasta su muerte en el poder ocurrida el 30 de julio de 2014. Su estrategia fue exitosa: durante 35 años de mandato ganó seis elecciones, la mayoría por unanimidad. Su táctica fue sencilla: empobreció a los clubes, enriqueció a la AFA, y desde su conducción férrea repartió a su antojo ayudas económicas y favores deportivos a cambio de votos y respaldo. Pocos se le animaron, y ninguno pudo con él. Todavía retumba en los oídos de un dirigente de Lanús su amenazante consejo de amigo, recibido horas después del último despojo que el club más castigado de la historia del profesionalismo debió padecer en 1984 por medio del silbato ejecutor de Emilio Misic: “Mientras sigan adelante con el juicio, no ascienden en la puta vida”. Su accionar fue deplorable, pero no se puede negar que el resultado más visible de su gestión fue el acortamiento de las enormes diferencias de poderío que existían entre los cinco grandes y el resto de los clubes, y que muerto Grondona, las nuevas autoridades deberán mantener para ofrecer un producto de primer nivel, algo que sólo lograrán si sortean el obstáculo de sus viejas y profundas distancias. Por lo que se ve, no van en buen camino.

“Vos fijate la potencia que te da en términos de visibilidad y de impronta cultural ser presidente de Boca, donde con seis mil votos ganás una elección. Con ese caudal electoral podés ser, con suerte, intendente de Trenque Lauquen, y en cambio acá te transformás en un personaje nacional de lo más influyente” dijo proféticamente el sociólogo Artemio López cuando Mauricio Macri se convirtió en presidente del club de la Ribera en 1996. Su acierto está a la vista: la AFA sigue estando en manos de los clubes y de sus representantes, gente que accede a ese poder muy fácilmente, invirtiendo muy poco dinero y sacrificio, y que juntos componen un iceberg capaz de hundir al transatlántico más pintado. Se trata de personajes de características tan dispares como Daniel Angelici, Marcelo Tinelli, Rodolfo D’Onofrio, Hugo Moyano y Víctor Blanco, poderosos e influyentes mandamases de los clubes grandes, quienes no logran poner orden por falta de consenso, mientras negocian -con el Gobierno por un lado y los oferentes para las transmisiones del fútbol por el otro- sin haber podido aún lograr un acuerdo entre ellos para normalizar la Asociación.

A las negociaciones no falta Nicolás Russo, el presidente de Lanús, el más ferviente defensor de la unidad política que conduce desde hace más de treinta años al club más exitoso del presente. Fueron aquellos socios, quienes pese a las diferencias políticas que siempre signaron al club, en 1979 se unieron para poner manos a la obra, y pese a que varias veces estuvo a punto de naufragar, la unidad se mantuvo a flote contra viento y marea. Russo es también el vocero de una AFA partida en más de dos fracciones. Pese a que su proyecto es en el club y la ciudad de Lanús, su figura asciende vertiginosamente a la esfera nacional por su experiencia y conocimiento de la problemática de las entidades de fútbol y porque es quien menos se identificó con cualquiera de los bandos. Esas fracciones muy pronto van a tener que deshojar la margarita y designar una nueva conducción. Ojalá tengan presente la frase de Silvio: sólo el amor convierte en milagro el barro.
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Marcelo Calvente







martes, 7 de febrero de 2017

La novela del Pepe Sand (película)

La película debe estar por la mitad. Ya pasaron las mejores imágenes de los últimos años de Lanús. La vuelta olímpica en la Bombonera, la figura adorada de Ramón Cabrero, las conquistas del Pepe Sand, campeón y goleador del Apertura 2007. También quedaron atrás sus buenas actuaciones hasta su partida rumbo a los lejanos Emiratos Árabes en agosto de 2009. Ya vimos la gran campaña en el Al-Ain, en 49 partidos convirtió 44 goles, un breve recuerdo del fallido paso de José por La Coruña (5-0) y el Tijuana mexicano (34-12), y su regreso al país en Julio de 2012, para tratar de poner fin a un tramo de carrera muy fructífera en lo económico pero de tendencia descendente en lo deportivo. Y acabamos de ver la parte más dramática. La forma en que el Pepe negoció su retorno al club, para terminar firmando con Racing por un dinero poco mayor a lo ofrecido por Lanús. Vimos todos y cada uno de los fracasos del Pepe: Racing (24-2), Tigre (14-1), Argentinos Juniors (7-0), Belgrano (16-4) y Aldosivi (31-12) con una gran levantada final. Y lloramos con el regreso del Pepe, por fin, a principios de 2016, para ser titular indiscutido de Jorge Almirón. Con 35 años cumplidos lo vimos resucitar como futbolista, volver a ser el mismo que había sido ocho años atrás, volver a ser campeón y goleador del fútbol argentino. Esta parte parece algo exagerada, pero viste cómo son las películas.

Ahora viene lo mejor. Estamos en el Monumental y Lanús termina de aplastar a San Lorenzo. Cuando nadie lo esperaba, mientras comienzan los festejos por la reciente consagración, el Pepe apunta hacia un micrófono y dice que no sabe si va a seguir, porque esto y lo otro, que no puede ser, que conmigo no. Es un momento muy cinematográfico pero algo bizarro. La imagen del rostro contrariado del Pepe en primer plano, con la algarabía de sus compañeros, el cuerpo técnico y unos treinta mil hinchas de Lanús de fondo. Y eso no es nada. Lo mejor fue lo que pasó el día de Lanús-Boca, el 28 de agosto de 2016, por la primera fecha del torneo. Resulta que Jorge Almirón decide darle descanso al Pepe, y se lo comunica un día antes del partido. Y el Pepe va al banco. ¡Y no va que lo pone a los 5 del segundo tiempo y el Pepe la rompe, participa de la jugada del gol y se va aclamado por los hinchas! Explotaba esa noche La Fortaleza. Ahí pensás que termina, pero no, es una de esas películas que te hacen creer que terminan y que vos decís“¡¿Cómo va a terminar así?!” y cuando te parece que vienen los títulos, ¡zas!, la famosa vuelta de tuerca.

Ese misma noche, a minutos de terminado el partido, el Pepe habla con la prensa y dice que no puede ser, que qué se yo, que yo hago goles y todo eso. El tipo demuestra que ante los micrófonos es tan certero como frente el arco rival. Y ahí aparece Jorge Almirón –qué bien que trabaja este actor mexicano que hace de Almirón, ni se le nota la tonada- mirando amenazador al reportero que acaba de preguntarle qué opina de lo que dijo el Pepe Sand, dice: “Yo creo que esas cosas hay que hablarlas en el vestuario”. Habla en voz baja, mordiendo las palabras. Parece que en cualquier momento empiezan a los tiros, pero no. El Pepe vuelve a jugar, Almirón lo saca promediando la segunda parte, hay una música medio de suspenso, la cámara sigue las miradas de uno y otro mientras se produce el cambio, y el Pepe, como siempre, se va ovacionado aunque no haya agarrado una, y con cara de culo.

Algo le dice el Pepe al Laucha Acosta
Acá el director apela a un recurso fílmico bastante discutible para indicar que el plantel se fue de vacaciones: se ve a los jugadores abriendo regalos junto al arbolito de Navidad, tirando rompeportones la noche del 31. Se ve al Laucha Acosta huyendo de una horda de jovencitas, a Braghieri nadando mariposa, y se ve el momento en que Monetti se rompe los ligamentos jugando al fútbol tenis con el hermano, esa parte es muy fuerte. Se ve la pretemporada en el mar, la vuelta al trabajo en La Fortaleza y los amistosos en Chile. Las imágenes son vertiginosas. De pronto, la cámara muestra un vestuario desordenado y silencioso, toallas en el piso, se escucha caer alguna gota, el vapor destella en el haz de luz que llega de una ventana. Avanza en un lento travelling por la zona de vestuarios, donde no hay un alma, y se dirige a un gimnasio contiguo. Un hombre maduro hace abdominales. Luce concentrado, sereno. Es Maximiliano Velázquez, el legendario capitán de Lanús, una especie de superhéroe que lucha contra el paso del tiempo. Entrena a un ritmo impensado para un hombre de su edad. Su gesto adusto sugiere contrariedad. A lo lejos se ve venir al Pepe Sand vestido de calle, con un terno beige y zapatos al tono. Se quita respetuosamente el sombrero de paja y se para junto a Maxi. Espera pacientemente que el zurdo capitán concluya la última serie de 50 abdominales. El Pepe, de verlo, se cansa y sufre un ahogo, aprovecha para cambiar el aire y le lanza la pregunta crucial. Sube la música de suspenso.

El Pepe habla. Pero como es su costumbre, habla bajo y no se escucha lo que dice. Entonces responde Maxi, casi a los gritos: “¿Me venís a preguntar porqué estoy caliente? ¿No sabés porque estoy caliente? Cada vez que estamos en momentos claves aparecés vos y armás quilombo. ¿Y me venís a preguntar porqué estoy caliente?” Maxi habla un rato largo, el Pepe asiente con la cabeza, la imagen se diluye y aparece el estadio de La Plata repleto. Más de treinta mil hinchas de Lanús, casi el doble de River, asisten al partido final. Se está jugando la Supercopa Argentina y Lanús esta a punto de ganar holgadamente. Hay emoción en los futbolistas, hay delirio en las tribunas granates. El Pepe la está rompiendo, metió como nunca, no perdió una, corrió como si fuera un pibe, dio un pase gol y ejecutó el penal que puso el 3 a 0. Una vez más, el Grana se consagra campeón y el Pepe, que días antes, fiel a su costumbre, había declarado que no sé, que qué se yo, que nadie me quiere, y que me voy a ir del club, se apresta a celebrarlo. Suena el silbato de Delfino, Lanús empieza a festejar y una de las cámaras lo sigue al Pepe, que fue la figura de la cancha, y que lo busca a Lautaro Acosta, que viene a ser el muchachito de la película. El nueve está emocionado, con lágrimas en los ojos, abraza al Laucha y le habla al oído, pero con el duelo de hinchadas de fondo tampoco se escucha. Y ahí termina. Final abierto. Si te gustó, jodete. Esperá la próxima película de la saga.

El director es muy turro. Seguro que ya está armando la parte dos. Te deja tan enganchado que te morís por saber qué fue lo que le dijo el Pepe al Laucha. Te hace volver a ver la escena final una y otra vez para tratar de leer los labios del goleador. Todo el mundo hace lo mismo, y cosa de locos, cada uno lee una frase distinta. A mi me parece que dijo “¡Te prometo que no lo hago más!” pero andá a saber. Habrá nomás que esperar que estrenen la segunda parte.  

Marcelo Calvente