Ads 468x60px

miércoles, 22 de octubre de 2014

Inconsciente Colectivo


Cuando en un colectivo victorioso aparecen resultados como el de anoche en La Fortaleza, empate en uno ante Cerro Porteño que significó la eliminación del sueño de retener la Copa Sudamericana, suele ser desconcertante la reacción de los diferentes pasajeros de dicho Bondi. “Si el referee rajaba al que bajó a Melano de un patadón, los pasábamos por arriba” dice un flaco que fuma, dos escalones más abajo. “Este es el fin de un ciclo” le contesta un albañil a su compañero, tres pisos de loza más abajo. “Que se vayan todos” dice un cuarentón en la panadería, y se va apurado para que su señora no lo rete. “El domingo vamos a estar los granates de verdad” dice Dios, que está en todas partes.

Lanús es un equipo espectacular tanto cuando ataca como cuando defiende, pero no consigue ser eficiente. Tiene un ataque variado, con una dupla ofensiva de toque y devolución en velocidad, como la que componen Acosta y Romero. Tiene al pelado Silva llevando marcas, chocando, tratando de pivotear, y a veces, convirtiendo. Los tiene a Junior, Melano, Valdez Chamorro y Astina, que sin terminar de asentarse, suelen tener partidos buenos y, también a veces, marcar goles importantes. Los tiene a Araujo y Velázquez, capaces de generar peligro por afuera, a Ortiz, Ayala y el Pulpito, capaces de hacerlo por adentro. Lo tiene a Somoza, que cuando el equipo no se estira se convierte en el iniciador de todas las maniobras. Y tiene al mejor arquero argentino. Pero ya no tiene a Goltz e Izquierdoz. Y para mí, éste es el nudo del problema.

Todavía hay granates que no terminan de aceptar la partida de los dos centrales. Hay quien dice que no deberían haberse ido, y quienes sostienen que al menos uno de los dos se debería haber quedado. En el fútbol actual no se pueden rechazar ofertas de tres millones de dólares, no hay manera, al menos sin destartalar el funcionamiento institucional. Es cierto que Lanús es uno de los pocos clubes con superávit, sino el único, pero no es menos cierto que eso se debe a la producción y venta de futbolistas de elite. La lista es larga, desde Gioda en adelante, pasando por el Flaco Leto, Lautaro Acosta, Blanquito, Salvio, Pizarro y los que rajen, de la cantera del club provienen cientos de millones de dólares. Cada tanto, aparece un pase de manos, como el Pepe Sand, o como Silvio Romero, jugadores  que llegaron formados y que su paso fue redituable tanto en lo deportivo como en lo económico. Son aciertos esporádicos, incorporar al plantel a alguien que no se conoce a fondo no es sencillo, te puede salir un Bossio positivo tanto como un negativo Balvorín, es la lotería de los pases a suerte y verdad. El balance de gestión de las dos últimas décadas del Club Atlético Lanús es intachable, el modelo a seguir por todas las entidades del fútbol argentino que quieran seguir vivas en los tiempos que corren. Ser Lanús, o ser Atlanta, Platense, Chacarita, Ferro y siguen las firmas. Esa es la cuestión. Otra no hay, si la cosa es a largo plazo.

Con el dinero que ingresó por Goltz e Izquierdoz, era sabido, había que traer dos centrales capaces de insertarse en un equipo con pretensiones de obtener cinco títulos en el presente semestre, tres de ellos internacionales. Dos jugadores de la categoría de los que se fueron, algo realmente difícil de conseguir por menos dinero del que se recibió por ellos. Para que valga la pena haberlos vendido debían llegar dos jugadores de menor costo. Se optó por un experimentado conocido, Diego Braghieri, de 27 años, que aunque su presente no era promisorio, si lo había sido su corto paso por el club, no hace tanto, en el ciclo 2011/12, cuando jugó 28 partidos e hizo 2 goles dejando una muy buena imagen. Se optó también por un joven prometedor, Gustavo Gómez, de 21 años, futbolista de Libertad y de la Selección de Paraguay, país-fábrica de centrales de primer nivel, que pese a su buena presencia física y su enorme fibra combativa, aún no demostró estar a la altura. Y mantuvo a Matías Martínez, que aunque cuando le toca actuar cumple, no está como titular en la consideración del entrenador, y él sabrá porqué. Pero lo de Braghieri es más difícil de analizar. Es tan arrebatado y brutal como para cometer un error -encadenado a otro error de Ortiz igual de grave- como el que costó el gol de Cerro Porteño, como para marcar el mejor gol del semestre, una especie de barrilete cósmico del futuro, más directo, y bajando casi a la mitad los famosos 10,6 segundos que tardo el otro Diego. Es muy fácil reprobar la incorporación de ambos cuando no se tuvo la responsabilidad de elegir, cuando no tuvo que optar entra las  pocas alternativas que entraban en la variable calidad-precio. En la lotería de los pases también se pierde, lo importante es no jugar más que lo debido.

Un equipo de su mismo nivel, como Cerro Porteño, eliminó a Lanús en un partido friccionado y apasionante, de ida y vuelta, condicionado como todos por las alternativas que sucedieron en su transcurso. Lanús lo pudo ganar y también pudo ser derrotado, sobre todo en el final, cuando atacó a todo o nada. Distinta hubiera sido la historia sin ese doble error inicial, impropio de un equipo de su categoría, que sin embargo suele ser presa de sus reiteradas distracciones, sobre todo en los inicios de cada tiempo. Y distinto también hubiese sido el trámite si el lateral paraguayo Benítez, que a los 15 de juego tumbó con un patadón a Melano cuando se iba al gol, hubiera recibido su más que de sobra correspondiente expulsión. Tanto en lo que respecta a los fallos arbitrales, como a la fortuna en general, Lanús no viene últimamente muy iluminado que digamos por los dioses.

Para la evaluación final del ciclo 2014/2015 todavía falta el semestre que viene y lo que queda de este. De los cinco títulos que Lanús empezó a jugar después del Mundial queda uno en pie, y aunque no parece sencillo, todavía está en carrera. Ahora más que nunca, es tiempo de apoyar al equipo sin medias tintas. El colectivo granate, antes de apagar el motor para brindar por un año mejor y celebrar los cien de vida, todavía tiene siete paradas difíciles pero no imposibles para lograr la última estrella del año, que aún sigue encendida.

Marcelo Calvente
    


sábado, 18 de octubre de 2014

Botines


“José, te necesito en el equipo ¿no te animás a jugar de nuevo en primera?” Ramón Cabrero no suele dar muchas vueltas cuando tiene que decir algo. Transcurría el mes de mayo de 1983, Ramón asumía por primera vez como DT interino de Lanús, y José Luís Lodico estaba pintando un escudo en el Polideportivo, aún convaleciente de una complicada operación en el oído que a los treinta años lo terminaba de retirar del fútbol. Tiene recién implantadas las prótesis del yunque y el martillo, y según los médicos, de poder volver a jugar, sería recién después de un largo año de convalecencia  Se moría de ganas, pero no quería defraudar a Ramón y le transmitió sus dudas: “Ni siquiera puedo cabecear…” le dijo con tristeza. “Mañana te venís a entrenar, y cuando sentís que estás, te pongo de titular. Cabeceadores me sobran, lo que no tengo es quien se la pase al compañero” le dijo fiel a su estilo el entrenador, y José Luis se fue corriendo a contarle a su señora.

Lodico volvió a vivir. Durante las tres fechas que duró el interinato de Ramón fue titular inamovible. Para enfrentar a Deportivo Español se hizo cargo la flamante subcomisión de fútbol, y por supuesto, José Luís Lodico estuvo en la cancha con la 5 en la espalda, junto a varios ex compañeros del ascenso a la “B” que continuaban en el equipo. A los 35 minutos, el futbolista local Rubén Arbelo va a disputar un balón con él y le aplica un premeditado golpe en el oído operado. Pino se indigna con el jugador, comprende de inmediato que fue mandado y reacciona violentamente ante su imperdonable accionar de sicario. Ambos se van expulsados por agredirse mutuamente. Pero sus ojos apuntan al banco de Español, donde está el despreciable Roberto Iturrieta, técnico cotizado del ascenso, conocido por sus excentricidades y su condición de tramposo y ventajero, el mismo que en la semana previa había acordado con los dirigentes de Lanús hacerse cargo del primer equipo granate luego de terminado ese mismo encuentro. Cuando el lunes siguiente José Luís volvió a entrenar, Iturrieta fue presentado e intentó comenzar con los trabajos con naturalidad. Lodico se paró frente a él y le dijo: “¿Vos te pensás que voy a trabajar a tus órdenes, que me vas a dirigir a mí, cuando hace una semana me mandaste golpear? Yo me voy, a mí no me da órdenes un sinvergüenza como vos”. Y así, con mucha pena y sin la gloria que merecía, pero con la frente bien alta, el último centrojás de Lanús se retiró del fútbol profesional, esta vez para siempre.

En medio de una gran depresión causada por el desencanto que acompañó su accidentado retiro, José Luís Lodico se dedicó a la pintura para poder mantener a sus hijos. El club Lanús le cedió un pequeño espacio debajo de la platea oficial donde guardaba los elementos. Pintó departamentos, pintó mansiones. La prolijidad de su trabajo y su responsabilidad para cumplir con los clientes le permitió hacerse un nombre en su nuevo oficio. Pintó carteles de publicidad, pintó más de cien veces el hermoso escudo del club Lanús. Una tarde, mientras delineaba las letras de la promoción de un recital en la pared de la sede de la calle 9 de Julio, después de observarlo un rato con detenimiento, se le acercó Enrique Carrillo. Pino no lo conocía, pero se trataba de un destacado pintor de cuadros y retratos que tenía su taller en el lado oeste de la ciudad y dictaba clases sólo para aquellos principiantes a los que veía con condiciones. Carrillo le dijo que por lo que había podido observar, le veía aptitudes como para poder incursionar en la pintura artística. José Luís sintió curiosidad y comenzó a tomar clases con él. Mientras rápidamente incorporaba los nuevos conceptos, se puso a pintar paisajes, naturaleza muerta, pintura abstracta y hasta algunos retratos, siempre alentado por su profesor. Pronto comenzó a frecuentar el ambiente del arte y sus obras se empezaron a exponer en distintas galerías. Ganó premios y vendió muchos cuadros, sin dejar jamás su oficio de pintor de paredes y carteles para poder vivir.

José Luís Lodico, capitán y campeón 1976
Al cumplir 40 años, la depresión había quedado atrás. Físicamente se mantenía en plenitud, y del problema del oído solo tenía el mal recuerdo. La vieja y competitiva Liga Amateur de Lanús de cada domingo pronto lo vio brillar, y en ese marco de potrero, Lodico sintió que seguía siendo el mismo. Primero jugó para el Club Pampero, después para el Guido, en las canchitas del distrito pudo desplegar su categoría, y recibir el reconocimiento de compañeros, adversarios y el público que siempre se acercaba a verlo jugar. Después de tanta malaria y tantos sufrimientos, con la pelota bajo la suela como pasatiempo y la pintura como oficio, Lodico volvió a ser feliz

Una tarde de finales de los años noventa, José Luís se encontraba pintando el escudo que adorna el fondo de la pileta del Polideportivo, mientras los operarios de la empresa encargada del final de obra de una reparación llevada a cabo en el sector terminaban con su tarea, advirtió que uno de ellos, mientras barría, se le iba acercando con timidez, mirándolo de reojo, hasta que se animó a hablarle: “Disculpe, usted es José Luis Lodico, hace un montón de años que tengo algo suyo y se lo quiero devolver. Soy hincha de Lanús, y fui el que le sacó los botines en la cancha de San Lorenzo en el 76, el día que ascendimos a primera. Siempre me quedó el remordimiento porque usted gritaba ‘¡Los botines no, muchachos, por favor, que me los compré hace dos semanas de mi bolsillo!’ Y yo se los saqué igual. Le quiero pedir disculpas y se los quiero devolver, porque hasta hoy los estuve cuidando…” 

Al culminar la jornada, como habían acordado, Lodico llevó en su auto al operario hasta su casa, cerca de la avenida Pasco, en un barrio ubicado al este del distrito. Había quedado conmocionado por el recuerdo y las palabras del hombre, que se ajustaban a la realidad. La pérdida de esos botines le había dolido en el alma, y aunque otros pesares posteriores fueron mucho más dolorosos, quería volver a verlos. El tiempo se detuvo cuando ambos ingresaron al humilde living. En el estante de un modular, envueltos en celofán, prolijamente acomodados en una caja abierta, decorada con la famosa foto del diario Clarín del 19 de diciembre de 1976, con el viejo Gasómetro colmado a reventar como fondo, en la que se ve en primer plano a José Luis Lodico en andas, ya despojado de su camiseta pero aún con el resto de la vestimenta, estaban los botines.

“Sáquelos de la bolsa, nomás, son suyos” le dijo el hombre con una sonrisa. Pino los sacó con cuidado, sus manos temblaban. Eran los mismos Adidas con las tres tiras amarillas, toda una novedad de entonces, y estaban tan nuevos como en la tarde que se los puso por última vez. Los miró con atención, y mientras mil recuerdos volaban por su cabeza, los dio vuelta. Entre los tapones, pegados a la suela de ambos botines, había trozos de pasto y barro seco de aquella tarde gloriosa. El pasto del mítico estadio de la Avenida La Plata, un ícono de la historia del fútbol argentino que ya no existe más, testigo de enormes victorias y dolorosas derrotas granates de aquellos años difíciles e inolvidables. José Luís los contempló y lloró como una criatura. El hombre lo abrazó emocionado. “Que se queden acá, nadie los va a cuidar mejor que vos”, le dijo el crack al despedirse, con la certeza de que nada, ni el peor de los sufrimientos que el fútbol le había dado, había sido en vano.

Marcelo Calvente  

marcelocalvente@gmail.com

sábado, 11 de octubre de 2014

La misma cruz


Todo pintaba de la mejor manera. Lanús tenía que ganar para subirse a la punta, y superaba a Godoy Cruz con cierta suficiencia. Había abierto el marcador a los 40 minutos del primer tiempo, después de muy buenas combinaciones de ataque, con Romero, Acosta y un renovado Pelado Silva bien afilados. Estamos en el arranque del complemento, cuando Silva marca el segundo, luego de una extraordinaria jugada colectiva entre los tres de arriba, iniciada brillantemente por Acosta y Romero con una pared precisa,  y cerrada por el Pelado por el palo opuesto con el arco a su merced.  Iban apenas 2 minutos, y como en la semana hay que volver a jugar, Guillermo tenía que cerrar el partido y rotar jugadores hasta el pitazo final. Pero mientras el entrenador pensaba, su equipo en la cancha empezaba a aflojar el pie, cediendo demasiado espacio a los volantes y delanteros rivales. Como si pensara que el partido estaba terminado, Lanús siguió buscando el tercer gol y empezó a no volver bien. Y en cada respuesta, Godoy Cruz encontraba más y más facilidades.

La delantera granate había sido imparable en la primera etapa, en un partido de trámite interesante y de ida y vuelta. Pero en el complemento no jugó con la misma intensidad, y empezó a perder el mediocampo. Los laterales de Godoy Cruz se sumaban al ataque sin oposición y agarraban desguarnecidos a los laterales granates. Así, los problemas se encadenan: delanteros y volantes que no vuelven marcando, superioridad numérica del adversario en la zona media, inevitable retroceso de los del fondo, respuestas cada vez más esporádicas, siempre largas, y su consecuente pérdida de precisión ofensiva. Si no te avivás y equilibrás el medio, el rival te lleva por delante como efectivamente sucedió. Lo raro es que esta secuencia no fue en los quince finales, cuando al que pierde no le queda otra. Esto empezó a pasar a los cinco minutos del complemento. Eso es lo llamativo, lo que hace pensar que se trató más de relajación que de cansancio, más por defección propia que por virtud del rival. No es la primera vez que Lanús no puede sostener una doble ventaja para llegar al cierre sin sufrimiento. Las primeras dos victorias granates, ante Belgrano y Estudiantes, fueron con parto al final, igual que ante Banfield por la 7ª fecha. Lanús llegó cómodo al cierre ante Racing y Quilmes 3 a 1 y 2 a 0 respectivamente.  River se lo empató, con Central jugó bien y ganó con justicia pero volvió a sufrir al final. Y lo de anoche, que fue insólito. Estando 2 a 0 arriba, el Grana aflojó la cincha cuando faltaban 40 minutos por jugar.

Silva marcó el segundo de Lanús y se sacó la mufa
Van cinco minutos del complemento y Somoza no hace pie, Ayala está perdido, Ortiz golpeado y fundido, se nota que no puede correr, y el fondo que deja de dar respuestas expeditivas. Al contrario, en inferioridad numérica por las bandas, aflojan las marcas y se van metiendo cada vez más cerca de Ibáñez. Cosa infrecuente, a los diez minutos, y con el 2 a 0 arriba, se impone meter dos cambios, sacar a Ortiz y a un delantero, y poner dos volantes. Guillermo, un tanto lento de reflejos, piensa el primer cambio. Lo más parecido a un volante defensivo que tiene en el banco es Pasquini. A los 14’, el técnico se inclina por el Pulpito González por Ortiz, y el cambio no surte efecto. A los 15' el gordo Ramírez marca el descuento. Carlos Mayor se da cuenta de la situación: a los 19 mete un doble cambio ofensivo, y a los 20, uno de los recién ingresados, el moreno Ayoví, marca el previsible empate. Y como si todo esto fuera poco, Braghieri se va expulsado luego de tirar un planchazo brutal en la medialuna del área granate.


Guillermo duda: Todavía no resolvió el medio y ahora tiene que rearmar el fondo. Todavía estaba en eso cuando llegó el tercer baldazo, a los 28, con un remate desde donde debía estar quien releve a Braghieri, y donde no había nadie, con el que Aquino fusila a Ibáñez, que en todo este breve y diabólico segmento de 25 minutos sacó un par de goles más. Quedaban quince por jugar, a todo o nada. Ahora Lanús era pura desesperación. Enseguida Lautaro Acosta encabeza un ataque por izquierda y le da un pase perfecto, a media altura, para que un muy despierto Romero toque al gol por el segundo palo, ante la mirada impotente del arquero Moyano. El empate presagiaba más emociones. Iban 32  del complemento y Lanús estaba nuevamente en pelea. Sin embargo, el hombre de menos se empezó a hacer notar. Con el Laucha como abanderado, el Grana era puro corazón pero hacía agua por todos lados. A los 40, Godoy Cruz estaba mas cerca, el empate peligraba. Y Guillermo, uno imagina que con algo de culpa, hizo el único cambio que podía hacer a esa altura: Sacó a Acosta, al límite de sus fuerzas, y puso a Monteseirín para, por fin, armar la línea de cuatro y cerrar el partido. Tarde piaste.

En una noche que empezó de la mejor manera, Lanús terminó dejando esa vieja y conocida sensación de bronca en sus parciales. Muchos apuntaron al entrenador por su escaso poder de reacción, otros a la repentina falta de predisposición para la lucha de los tres del medio, y otros a la falta de rigurosidad de los del fondo para aventar el peligro cuando así se impone. Hubo un poco de todo. También quedó evidenciado que el ataque granate es de lo mejor del torneo, que Acosta y Romero confirman partido tras partido su buen entendimiento, y que Silva, además de reencontrarse con el gol, se viene acoplando cada vez mejor. Resulta preocupante la falta de recambio de cara a la doble competencia que se viene, sobre todo en la zona media, donde la partida de Barrientos dejó un espacio vacío que no pudo llenar la llegada de Bella. Cuando la noche pintaba para fiesta terminó en fastidio, y los hinchas granates se fueron con esa conocida sensación de frustración, porque se dejó pasar tontamente una oportunidad inmejorable y ante su público. Esa cruz que lo acompañó durante toda su existencia, de la que nunca, ni en su hora más gloriosa, termina de despegarse definitivamente.

Marcelo Calvente
        


martes, 7 de octubre de 2014

La fiesta de todos


Van 34 minutos del primer tiempo de un partido peleado, con ataques de ambos lados y emociones para todos. El Pulpito la lleva de izquierda al centro, pisando campo rival con pelota al pie, cabeza levantada, ojos bien abiertos. Silva baja unos metros y la recibe para tocársela corta a Romero, que como un rugbyer viene desde atrás en diagonal hacia derecha y que domina, cabeza levantada, ojos bien abiertos, buscando por derecha a Araujo, otro rugbyer que viene de atrás. Romero se acerca al trote, amaga ofrecerse para la devolución pero de pronto cambia de paso y sale en velocidad hacia el área desairando a su marca. Araujo lo observa con pelota al pie, cabeza levantada, ojos bien abiertos y le tira un pase de alquimista, que sintetiza la mejor dirección posible con la velocidad exacta, para que el cordobés defina con un toque preciso por entre las piernas de Caranta, abriendo el marcador. El gol de Lanús es el producto de una mejor disposición táctica de un equipo que fue más compacto y más corto. Las diferencias de las que tanto hablamos. Cuando es largo, los pases a Acosta o Romero son a dividir, tienen que resolver mano a mano para dejar de estar aislados. En el equipo corto que le ganó a Central los pases fueron hacia el costado, y el receptor del balón nunca quedó solo. Por eso Lanús ganó bien, porque jugó con la cabeza levantada, entregando la pelota con seguridad, con movimientos sincronizados y con una enorme convicción colectiva.

Si lo observamos con el fixture en la mano, la visita de Lanús a Rosario Central era casi una final. El Grana fue a buscar tres puntos que necesitaba para prenderse definitivamente en la pelea, aunque los rendimientos de cada uno de los candidatos siguen estando sujetos a la cortedad habitual de las rachas del fútbol nuestro. River, Newell’s y Vélez  presentaron credenciales en la primera parte del Torneo. Primero Vélez, enseguida Newell’s y ahora River, fueron iniciando el retroceso futbolístico que siempre va acompañado por los malos resultados. Mientras esos equipos puntearon, Lanús no dio pie con bola: dos victorias y dos derrotas, y el anodino empate ante Olimpo, la peor actuación del equipo en todo el semestre, donde se vieron signos de desorientación y hasta de falta de confianza entre los players. Pero a partir de la victoria en Avellaneda en la 6ª fechas, Lanús inició una racha de cuatro triunfos y un empate, el obtenido ante River, con un constante crecimiento futbolístico, y con aquella misma actitud que los llevó a ser campeones no hace tanto tiempo. La pregunta es cuánto tendrá que ver la actuación de Martínez, autor de un golazo, en otra jugada de entendimiento entre pasador y receptor, de Maxi a la frente goleadora del defensor central, uno de los mejores cabeceadores ofensivos del fútbol argentino, sino el mejor. Uno no sabe qué es lo que lo margina del primer equipo, el técnico sabrá, pero cada vez que juega expone su personalidad y sus notables atributos técnicos. Lanús fue claramente superior hasta el segundo gol, a los 10’ del segundo tiempo. Después bajó la intensidad, algo que se ha vuelto habitual, y recibió el descuento. El final fue como el principio: ataque por ataque y los granates sufriendo innecesariamente una vez más

Silvio Romero fue figura y volvió a marcar
Si la zaga central se consolida y logra definitivamente moverse al ritmo del equipo, si deja de dar ventajas defensivas y si no le entrega la pelota al rival cerca de su propia área, Lanús tiene equipo como para soñar. Con Araujo y Velázquez dando cátedra en su sus respectivos puestos, con Somoza como patrón, sin la obligación de largas corridas, con el Pulpito y Ortiz o Ayala en la doble tarea y la dupla ofensiva entre Acosta y Romero que no deja de sorprender, la visita a Rosario trajo la novedad de un renovado Santiago Silva, todavía lejos del goleador que es, pero muy metido en el circuito ofensivo del equipo. Definitivamente, Lanús entregó la mejor imagen de lo que va del semestre en un escenario donde los candidatos suelen perder seguido.

El equipo de Guillermo está donde está porque los demás empezaron a perder puntos. Vélez quedó lejos, Newell`s se comió un baile de local ante Banfield y empató con Quilmes jugando al waterpolo. A River le van tomando la mano y hace tres que no gana. En la próxima fecha ambos se enfrentan en Rosario, mientras Lanús tendrá que confirmar su andar superando a Godoy Cruz en La Fortaleza. Si de rachas se trata, hay que prestar atención a Estudiantes y Rafaela. El primero viene ganando y jugando muy bien, la Crema tiene notables atacantes, si corrige la faz defensiva puede dar pelea. Boca y Racing no se terminan de perfilar, y lo de Independiente con Mancuello en el papel de Patoruzú pertenece al mundo de la historieta. Cumplida la décima fecha, River pasó a ser  un apurado puntero con 22 puntos, seguido bien de cerca por Lanús, que no para de ganar, y sumó 20. Comienza un tiempo de la competencia donde el recambio pasa a ser fundamental, y habrá que ver quien tiene más.

A menos de noventa días de cumplir cien años, motivo valedero por demás como para festejar, el Club Atlético Lanús se apresta a disputar el tramo final de dos torneos: las nueve fechas que restan del Campeonato de Primera y la Copa Sudamericana en instancia de octavos de final, dos trofeos que bien podrían ser los principales animadores de la festichola que se viene, en la que no deben faltar nadie. No pueden faltar aquellos que estuvieron en las malas. Los pibes que lloraron la derrota ante San Telmo, los muchachos que lo siguieron en la “C”. Los que se tomaron el micro al Chaco, y los que llegaron después; sus hijos y sus nietos, y los miles de hinchas de los buenos tiempos, esos que cada día son más, y que se creen que es joda cuando hablamos de Piraña.  

Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.com

lunes, 6 de octubre de 2014

Semilla de maldad


El 16 de noviembre de 1977 Lanús y Platense debieron jugar un partido definitorio por la permanencia en primera, que pasó a la historia como “La noche más dramática del fútbol argentino”. Así lo reflejó la prensa y hasta hoy se lo recuerda cuando de penales se habla. Después de empatar en cero tanto el partido como el alargue de 30 minutos, debieron recurrir a los tiros desde el punto penal. La definición fue interminable, ejecutaron once penales cada uno, divididos en una serie de cinco, y luego tres series de dos penales por equipo hasta desempatar. En Lanús pateó en anteúltimo lugar el arquero Rubén Sánchez, y lo detuvo su colega, Osmar Miguelucci, que no ejecutó el que le correspondía, y en su lugar Miguel Arturo Juárez convirtió por segunda vez. El árbitro Jorge Barreiro convalidó la enorme irregularidad -que Lanús en el campo de juego no protestó- y el delantero granate Orlando Cárdenas ejecutó su segundo penal a todo o nada: Si convertía, seguía otra serie de dos. Pero como el arquero de Platense lo atajó, Barreiro dio por terminada la cuestión con victoria del Calamar por 8 penales a 7. El periodismo reflejó inmediatamente la grave irregularidad, y hasta hoy es cosa juzgada que a Lanús lo perjudicaron, porque así como pateó el “Loco” Sánchez, debió haber pateado su colega, y no lo hizo. ¿Y el reglamento? Andá a cantarle a Gardel.

Revisando las noticias de la época, observando la síntesis de ese encuentro y la dramática definición, notamos que patearon once penales por equipo y que Cárdenas -tanto como Juárez por Platense- pateó el primero y el último penal de Lanús. No habiendo sido expulsado ningún jugador, está más que claro que un futbolista granate no pateó. Fue Julio Adrián Crespo, ingresado en el complemento en lugar de Barú, que cuando se dio cuenta que iba a tener que ejecutar un penal desapareció sigilosamente del campo de juego rumbo a los vestuarios, descompuesto de miedo. Pero como ni Barreiro ni nadie lo notó, para todos, la AFA convalidó otra estafa en contra del Granate y -una vez más- injustamente lo mandó a la “B”. Hace 37 años que se viene diciendo lo mismo, omitiendo la otra parte de la verdad, que está bien a la vista: Los dos clubes infligieron por igual el reglamento.

Guillermo Suárez Mason y Alfredo Martínez de Hoz
Sin embargo el rencor de la AFA contra el Grana existía desde aquella definición del 49, y además se habían sumado también otros odios más perversos. El golpe de estado estaba fresco, la matanza estaba en su apogeo, y el gobierno de facto había desplazado a David Bracutto de la presidencia de la AFA y había colocado en su lugar al oligarca Alfredo Cantilo, hombre que estaba para cumplir sus órdenes. Para la dictadura, Lanús era el club de los odiados peronistas. Del diputado gremialista Lorenzo D’angelo, el por ellos destituido presidente, al que no pudieron meter en cana como a la mayoría de los funcionarios depuestos porque nada tenía, ya que todo lo que había conseguido gracias a sus fueros fue para beneficiar al club Lanús. Y el de su sucesor, Francisco Leiras, directivo de SASETRU, una firma que había sido pionera en la cogestión entre trabajadores y empresarios, que tenía su propia obra social y había entregado 1.500 viviendas a sus empleados, y cuyo directorio, pocos días después del golpe, le había negado la entrega de la lista de sus delegados gremiales al temible genocida Guillermo Suárez Masón. El final de SASETRU y del Banco Internacional -perteneciente al grupo- estaba cantado: a partir de 1979 la empresa fue  liquidada y vaciada por Martínez de Hoz, y sus propietarios y directivos perseguidos por las patotas que operaban en las sombras. El Banco, que pasó a manos del BCRA de Alejandro Reynal, fue el principal acreedor del club Lanús. Elemental, Watson.

En tiempos en que un simple Habeas Corpus podía costar la vida, la conducción de Lanús inició acciones legales contra la AFA de la dictadura con la intención de  presionar por una solución rápida que le permita comenzar el año 78 en primera. Es moneda corriente escuchar que el club fue resarcido económicamente y que con ese dinero empezó su reconstrucción. Nada más alejado de la realidad: El club desistió de seguir con la demanda. Cuando vuelva a ser perjudicado en 1984 por el árbitro Emilio Misic ante Racing, un dirigente granate recibirá la explicación, sin medias tintas: “Mientras sigan con el juicio, a Primera no vuelven en la puta vida”. En todo este tiempo no se puso claridad sobre la incidencia política en la debacle sufrida por el Club Atlético Lanús en los años setenta. Quien quiera oír, que oiga.

El bochófilo Carlos Pachamé
En 1978 los socios granates observan con dolor que su club de desmorona y que sus hijos se hacen hinchas de otros cuadros. Las finanzas y la tesorería del club reflejaban el daño sufrido por el despilfarro. Las deudas desbordaban la nula capacidad de pago. Las "figuras" que había traído el técnico José María Silvero huyeron llevándose lo que encontraron a su paso. Lanús afrontó el torneo de primera “B” de 1978 sin futbolistas de experiencia, y finalmente se fue a la “C”. Sucedían cosas raras, situaciones inimaginables. El consagrado Ramón Aguirre Suárez da por terminada una audiencia conciliatoria asombrado por la situación del club que Néstor Díaz Pérez acababa de exponer, diciendo: “Señores, no me deben nada. No voy a ser yo el que le haga daño al Club Lanús, no necesito ese dinero”. Cuenta el dirigente granate que en el momento en que abandonaba la reunión, el tucumano a punto estaba de agarrase a trompadas con sus propios abogados.

Y mientras esas cosas ocurrían, también sucedían otras muy distintas: el futbolista Carlos Pachamé, después de tribunear un año en el puesto donde debía jugar José Luís Lodico, embargó las instalaciones de un viejo galpón que estaba ubicado en el codo de Italia Chica, a la famélica sombra de una de las cuatro enormes torres de hierro abulonado que había comprado Leiras para la iluminación, esas que jamás tuvieron luz. El buffet en cuestión había nacido con el predio, el mismo en donde Lanús juega de local desde 1929 hasta hoy. Concurrían unos doscientos viejitos, a razón de una treintena por día, la gran mayoría socios vitalicios del club, que recordaban los goles de Arrieta o la estampa de León Strembel mientras estiraban una partida de chinchón y una copita. La esposa y abogada de Carlos Pachamé trabó un embargo y se llevó las mesas, las heladeras, la cancha de bochas, las paredes y los techos de chapas, y adiós buffet. No quedó nada. El temperamental centrojás que fue campeón mundial con Estudiantes de La Plata era así, malo en la vida como en la cancha, pese a que en la tribuna granate varios lo aplaudían. ¿Cuantos de aquellos abuelos despojados repentinamente del lugar donde pasaban el rato habrán logrado sobrevivir a su despiadado accionar? 

Marcelo Calvente       
marcelocalvente@gmail.com