El 16 de noviembre de
1977 Lanús y Platense debieron jugar un partido definitorio por la permanencia
en primera, que pasó a la historia como “La noche más dramática del fútbol
argentino”. Así lo reflejó la prensa y hasta hoy se lo recuerda cuando de
penales se habla. Después de empatar en cero tanto el partido como el alargue
de 30 minutos, debieron recurrir a los tiros desde el punto penal. La definición
fue interminable, ejecutaron once penales cada uno, divididos en una serie de
cinco, y luego tres series de dos penales por equipo hasta desempatar. En Lanús
pateó en anteúltimo lugar el arquero Rubén Sánchez, y lo detuvo su colega, Osmar
Miguelucci, que no ejecutó el que le correspondía, y en su lugar Miguel Arturo
Juárez convirtió por segunda vez. El árbitro Jorge Barreiro convalidó la enorme
irregularidad -que Lanús en el campo de juego no protestó- y el delantero
granate Orlando Cárdenas ejecutó su segundo penal a todo o nada: Si convertía,
seguía otra serie de dos. Pero como el arquero de Platense lo atajó, Barreiro
dio por terminada la cuestión con victoria del Calamar por 8 penales a 7. El
periodismo reflejó inmediatamente la grave irregularidad, y hasta hoy es cosa
juzgada que a Lanús lo perjudicaron, porque así como pateó el “Loco” Sánchez,
debió haber pateado su colega, y no lo hizo. ¿Y el reglamento? Andá a cantarle a
Gardel.
Revisando las
noticias de la época, observando la síntesis de ese encuentro y la dramática
definición, notamos que patearon once penales por equipo y que Cárdenas -tanto como
Juárez por Platense- pateó el primero y el último penal de Lanús. No habiendo
sido expulsado ningún jugador, está más que claro que un futbolista granate no
pateó. Fue Julio Adrián Crespo, ingresado en el complemento en lugar de Barú,
que cuando se dio cuenta que iba a tener que ejecutar un penal desapareció
sigilosamente del campo de juego rumbo a los vestuarios, descompuesto de miedo.
Pero como ni Barreiro ni nadie lo notó, para todos, la AFA convalidó otra estafa en
contra del Granate y -una vez más- injustamente lo mandó a la “B”. Hace 37 años
que se viene diciendo lo mismo, omitiendo la otra parte de la verdad, que está
bien a la vista: Los dos clubes infligieron por igual el reglamento.
Guillermo Suárez Mason y Alfredo Martínez de Hoz |
Sin embargo el rencor
de la AFA contra
el Grana existía desde aquella definición del 49, y además se habían sumado
también otros odios más perversos. El golpe de estado estaba fresco, la matanza
estaba en su apogeo, y el gobierno de facto había desplazado a David Bracutto
de la presidencia de la AFA
y había colocado en su lugar al oligarca Alfredo Cantilo, hombre que estaba
para cumplir sus órdenes. Para la dictadura, Lanús era el club de los odiados peronistas.
Del diputado gremialista Lorenzo D’angelo, el por ellos destituido presidente, al
que no pudieron meter en cana como a la mayoría de los funcionarios depuestos
porque nada tenía, ya que todo lo que había conseguido gracias a sus fueros fue
para beneficiar al club Lanús. Y el de su sucesor, Francisco Leiras, directivo de SASETRU, una firma que había sido pionera en la cogestión entre
trabajadores y empresarios, que tenía su propia obra social y había entregado
1.500 viviendas a sus empleados, y cuyo directorio, pocos días después del
golpe, le había negado la entrega de la
lista de sus delegados gremiales al temible genocida Guillermo Suárez Masón. El
final de SASETRU y del Banco Internacional -perteneciente al grupo- estaba
cantado: a partir de 1979 la empresa fue liquidada y vaciada por Martínez de Hoz, y sus
propietarios y directivos perseguidos por las patotas que operaban en las
sombras. El Banco, que pasó a manos del BCRA de Alejandro Reynal,
fue el principal acreedor del club Lanús. Elemental, Watson.
En tiempos en que un
simple Habeas Corpus podía costar la vida, la conducción de Lanús inició acciones
legales contra la AFA
de la dictadura con la intención de presionar
por una solución rápida que le permita comenzar el año 78 en primera. Es moneda
corriente escuchar que el club fue resarcido económicamente y que con ese
dinero empezó su reconstrucción. Nada más alejado de la realidad: El club
desistió de seguir con la demanda. Cuando vuelva a ser perjudicado en 1984 por
el árbitro Emilio Misic ante Racing, un dirigente granate recibirá la
explicación, sin medias tintas: “Mientras
sigan con el juicio, a Primera no vuelven en la puta vida”. En todo este tiempo
no se puso claridad sobre la incidencia política en la debacle sufrida por el
Club Atlético Lanús en los años setenta. Quien quiera oír, que oiga.
El bochófilo Carlos Pachamé |
En 1978 los socios
granates observan con dolor que su club de desmorona y que sus hijos se hacen
hinchas de otros cuadros. Las finanzas y la tesorería del club reflejaban el
daño sufrido por el despilfarro. Las deudas desbordaban la nula capacidad de
pago. Las "figuras" que había traído el técnico José María Silvero huyeron llevándose lo que
encontraron a su paso. Lanús afrontó el torneo de primera “B” de 1978 sin
futbolistas de experiencia, y finalmente se fue a la “C”. Sucedían cosas raras,
situaciones inimaginables. El consagrado Ramón Aguirre Suárez da por
terminada una audiencia conciliatoria asombrado por la situación del club que
Néstor Díaz Pérez acababa de exponer, diciendo: “Señores, no me deben nada. No voy a ser yo el que le haga daño al Club
Lanús, no necesito ese dinero”. Cuenta el dirigente granate que en el
momento en que abandonaba la reunión, el tucumano a punto estaba de agarrase a
trompadas con sus propios abogados.
Y mientras esas cosas
ocurrían, también sucedían otras muy distintas: el futbolista Carlos Pachamé,
después de tribunear un año en el puesto donde debía jugar José Luís Lodico,
embargó las instalaciones de un viejo galpón que estaba ubicado en el codo de
Italia Chica, a la famélica sombra de una de las cuatro enormes torres de
hierro abulonado que había comprado Leiras para la iluminación, esas que jamás tuvieron
luz. El buffet en cuestión había nacido con el predio, el mismo en donde Lanús juega
de local desde 1929 hasta hoy. Concurrían unos doscientos viejitos, a razón de
una treintena por día, la gran mayoría socios vitalicios del club, que
recordaban los goles de Arrieta o la estampa de León Strembel mientras
estiraban una partida de chinchón y una copita. La esposa y abogada de Carlos
Pachamé trabó un embargo y se llevó las mesas, las heladeras, la cancha de
bochas, las paredes y los techos de chapas, y adiós buffet. No quedó nada. El
temperamental centrojás que fue campeón mundial con Estudiantes de La Plata era así, malo en la
vida como en la cancha, pese a que en la tribuna granate varios lo aplaudían. ¿Cuantos
de aquellos abuelos despojados repentinamente del lugar donde pasaban el rato habrán
logrado sobrevivir a su despiadado accionar?
Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario