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sábado, 18 de enero de 2014

Alumni, la revista que murió con la Spica


Durante más de tres décadas, un tablero de chapa en cada estadio y un periódico deportivo con códigos para descifrarlo le permitieron a la afluencia conocer los resultados parciales de los encuentros que se disputaban en simultáneo. El sistema impuesto por la revista que ostentó el nombre del equipo más representativo del período amateur en Argentina nació con el profesionalismo y prescribió con el surgimiento de la “Spica”. En Lanús, estaba ubicado en el codo que hoy une la platea de la calle Fray Mamerto Esquiú con la cabecera lindera al complejo polideportivo.

Desde que fue a la cancha por primera vez, el 29 de mayo de 1932, no faltó ni un sólo domingo durante treinta y seis años. Allí, arriba, en el rincón más visible de cada estadio, el hombre colgaba las chapas teñidas de pintura al agua y enchufaba el teléfono mientras esperaba el arranque de los partidos de tercera división. Ese personaje -había uno por estadio- era el valiente tablerista de la revista Alumni, quien notificaba los sucesos de la fecha al tiempo que se celebraban los partidos en uno y otro escenario. Durante los más de noventa minutos de juego, el informante recibía en su teléfono a magneto con manivela de hierro, llamadas provenientes del edificio de redacción de la revista, en las que le informaban con detalles los goles que se convertían en los otros encuentros para que el intrépido los volcara prestamente en el tablero ajedrezado.

En cada cancha, un tablero informaba todos los goles
Los teléfonos a manivela habían sido diseñados sobre el final del siglo XIX para establecer comunicaciones entre dos usuarios desunidos por un trayecto efímero. El emisor debía virar la manija y con tal movimiento generar una corriente de electricidad hasta activar un timbre en la central operadora. Al momento, una interlocutora instalada delante de un cuadro de distribución telefónico contestaba la señal y el interesado requería la conexión con el receptor a gusto. Cada una de estas telefonistas estaba provista de un receptor y un transmisor, sostenidos en posición por razón de una lámina o casquete, resultando de tal manera las manos libres. El frente del cuadro estaba perforado por un importante conjunto de orificios pequeños llamados “jacks” (“enchufe” en inglés) acompañados por una diminuta lámpara eléctrica. Cada abertura representaba el tramo final de las líneas telefónicas. Entre el operador y la cara vertical del cuadro surgía un estante estrecho, del que despuntaban cientos de terminales con extremidades de latón. Estas eran nombradas “clavijas” e iban ensambladas a los cabos de cordones flexibles para establecer la comunicación final.

Durante treinta y siete certámenes oficiales regidos por la Asociación del Fútbol Argentino -el torneo de 1936 se disputó en dos etapas-, los entusiastas que asistían a los estadios dependieron casi de modo exclusivo de este singular y complejo sistema patentado por el fundador de Alumni, Lorenzo Traverso, para conocer los demás resultados de la jornada futbolera. A simple vista, el célebre tablero constaba de un panel enmarcado en hierro dividido en cuarenta y cinco casilleros rectangulares -nueve horizontales y cinco verticales- que a excepción de la quinta columna eran ocupados por una letra o un número, habitualmente trazado en negro sobre una base blanca. Para descifrar la ecuación sólo había que acudir a la clave incluida en las páginas centrales de la revista, que se adquiría a 20 centavos moneda nacional, incluso en los ingresos a las tribunas.

A cada equipo le correspondía una letra y cada número representaba la cantidad de goles señalados por esa escuadra. El recurso implementado por los editores era variar los códigos al fin de cada jornada para que no fuese posible utilizar ediciones anteriores para conocer los scores de cada fecha. La edición mantuvo un alto nivel de popularidad durante más de treinta años; justamente durante la apodada “época de oro” del fútbol argentino. Luego, sobre el fin de la quinta década del siglo XX, el fútbol invadió las radios y la popularísima portátil a transistores Spica llegó a las tribunas y, poco a poco, relegó la magia del tablero y a su abnegado operador a una función poco menos que decorativa. Sin embargo, la revista continuó con su edición de modo regular hasta septiembre de 1968, y conoció su tarde más gloriosa el domingo 3 de mayo de 1964 cuando un desacuerdo económico entre la A.F.A. y las emisoras radiales dejó al país sin los relatos de José María Muñoz y del aún presente periodista uruguayo Joaquín Carballo Fioravanti Serantes. Esa tarde, por primera y única vez, Alumni agotó su tirada de 135.000 ejemplares, más del doble de lo habitual. Junto a las claves para descifrar los resultados y demás alternativas de los encuentros de la semana, la revista publicaba estadísticas acerca del fútbol, algunas líneas de boxeo e incluso publicidades de los espectáculos teatrales que eran transmitidos en directo por las radios Stentor,Cultura y Argentina.

“En cada fecha yo me enteraba de la letra de Boca o del equipo que estuviera peleando el campeonato con nosotros y cuando la pelota estaba lejos trataba de pispear como iban”, admitió a fin de la década de 1990 el ex arquero de River Plate Amadeo Carrizo. En el estadio Monumental, la grilla estaba ubicada detrás del arco que da la espalda al Río de la Plata, cuando el recinto aún tenía estructura de herradura. “Eso sí, podía verlo sólo cuando atajaba de ese lado. Desde el otro arco era más difícil verlo, había que tener muy buena vista. Pero de lo que más me acuerdo es de los canillitas gritando ‘¡Alumni con la clave, Alumni con la clave!‘. Era un clásico.”, agregó luego el guardameta multicampeón con River.

Las claves para entender la información del tablero 
Claro que la velocidad y la fluidez de las comunicaciones no eran ciertamente las de la fibra óptica. Desde la redacción de la publicación, en Avenida de Mayo, se establecía a través del rudo teléfono a magneto una comunicación a cada cancha cada diez o quince minutos, en la que un informante daba cuenta de lo que los tableristas -paso mediante por la interlocutora- debían marcar en las grillas luego de trepar por la parte posterior del armazón. Apenas dada la noticia, los empleados debían ascender por la estructura y colocar, primero, el número de goles junto a la letra del equipo correspondiente; luego, -a partir de la modificación en el reglamento en 1950- encimar otra chapa que indicaba el autor del tanto, según otra clave que le otorgaba un número del 0 al 9 a cada puesto y que también cambiaba cada domingo. Esta segunda chapa se exponía sólo unos segundos y enseguida se retiraba para dejar a clara vista el resultado parcial.

Con el progreso de la época, el sistema de comunicaciones creció de manera proporcional a la velocidad con la que se realizaba el procedimiento: con la llegada a la Argentina de los primeros teléfonos a disco, la conexión entre los tableristas y el edificio de la Capital Federal pasó a establecerse por acción de un conmutador automático que unía los hilos de los pesados artefactos de origen británico con la sola pulsación del número asignado a cada tubo. “Había que estar atentos para ver quien había hecho el gol, porque enseguida te sacaban la chapa. Y cuando consultabas la clave de la revista, tenías a veinte monos leyéndote por atrás del hombro”, recordó el experimentado historiador y estadígrafo argentino Carlos Ferraro. Pero no sólo se revelaban los goles señalados por cada equipo sino que había chapas de colores y diferentes diagramas que denunciaban penales, expulsados, lesionados (aún no se permitían reemplazos de jugadores) y partidos suspendidos por incidentes. Para las expulsiones, por ejemplo, se ponía junto a la letra del equipo castigado -es decir, en el lugar de los goles- la chapa que correspondía a “jugador expulsado”, y a continuación la del número del jugador. Unos segundos después, el tablerista quitaba las placas. Otros códigos, como “penal errado” o “gol anulado”, requerían similar procedimiento.


Así, Lorenzo Traverso, el cerebro del tablero de la revista Alumni, supo suplir el atraso tecnológico de principio de siglo con un sistema de ingenio y sudor que ignoró el auge de la radiofonía en los países desarrollados y enalteció la tan mentada y originalmente admirada viveza criolla.

Leandro Contento

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