Durante más de tres
décadas, un tablero de chapa en cada estadio y un periódico deportivo con
códigos para descifrarlo le permitieron a la afluencia conocer los resultados
parciales de los encuentros que se disputaban en simultáneo. El sistema
impuesto por la revista que ostentó el nombre del equipo más representativo del
período amateur en Argentina nació con el profesionalismo y prescribió con el
surgimiento de la “Spica”. En Lanús, estaba ubicado en el codo que hoy une la
platea de la calle Fray Mamerto Esquiú con la cabecera lindera al complejo
polideportivo.
Desde
que fue a la cancha por primera vez, el 29 de mayo de 1932, no faltó ni un sólo
domingo durante treinta y seis años. Allí, arriba, en el rincón más visible de
cada estadio, el hombre colgaba las chapas teñidas de pintura al agua y
enchufaba el teléfono mientras esperaba el arranque de los partidos de tercera
división. Ese personaje -había uno por estadio- era el valiente tablerista de
la revista Alumni, quien
notificaba los sucesos de la fecha al tiempo que se celebraban los partidos en
uno y otro escenario. Durante los más de noventa minutos de juego, el
informante recibía en su teléfono a magneto con manivela de hierro, llamadas
provenientes del edificio de redacción de la revista, en las que le informaban
con detalles los goles que se convertían en los otros encuentros para que el
intrépido los volcara prestamente en el tablero ajedrezado.
En cada cancha, un tablero informaba todos los goles |
Los
teléfonos a manivela habían sido diseñados sobre el final del siglo XIX para
establecer comunicaciones entre dos usuarios desunidos por un trayecto efímero.
El emisor debía virar la manija y con tal movimiento generar una corriente de
electricidad hasta activar un timbre en la central operadora. Al momento, una
interlocutora instalada delante de un cuadro de distribución telefónico
contestaba la señal y el interesado requería la conexión con el receptor a
gusto. Cada una de estas telefonistas estaba provista de un receptor y un
transmisor, sostenidos en posición por razón de una lámina o casquete,
resultando de tal manera las manos libres. El frente del cuadro estaba
perforado por un importante conjunto de orificios pequeños llamados “jacks”
(“enchufe” en inglés) acompañados por una diminuta lámpara eléctrica. Cada
abertura representaba el tramo final de las líneas telefónicas. Entre
el operador y la cara vertical del cuadro surgía un estante estrecho, del que
despuntaban cientos de terminales con extremidades de latón. Estas eran
nombradas “clavijas” e iban ensambladas a los cabos de cordones flexibles para
establecer la comunicación final.
Durante
treinta y siete certámenes oficiales regidos por la Asociación del Fútbol
Argentino -el torneo de 1936 se disputó en dos etapas-, los entusiastas que
asistían a los estadios dependieron casi de modo exclusivo de este singular y
complejo sistema patentado por el fundador de Alumni, Lorenzo Traverso, para conocer los demás resultados
de la jornada futbolera. A simple vista, el célebre tablero constaba de un
panel enmarcado en hierro dividido en cuarenta y cinco casilleros rectangulares
-nueve horizontales y cinco verticales- que a excepción de la quinta columna
eran ocupados por una letra o un número, habitualmente trazado en negro sobre
una base blanca. Para descifrar la ecuación sólo había que acudir a la clave
incluida en las páginas centrales de la revista, que se adquiría a 20 centavos
moneda nacional, incluso en los ingresos a las tribunas.
A
cada equipo le correspondía una letra y cada número representaba la cantidad de
goles señalados por esa escuadra. El recurso implementado por los editores era
variar los códigos al fin de cada jornada para que no fuese posible utilizar
ediciones anteriores para conocer los scores de
cada fecha. La edición mantuvo un alto nivel de popularidad durante más de
treinta años; justamente durante la apodada “época de oro” del fútbol
argentino. Luego, sobre el fin de la quinta década del siglo XX, el fútbol
invadió las radios y la popularísima portátil a transistores Spica llegó a las tribunas y, poco
a poco, relegó la magia del tablero y a su abnegado operador a una función poco
menos que decorativa. Sin embargo, la
revista continuó con su edición de modo regular hasta septiembre de 1968, y
conoció su tarde más gloriosa el domingo 3 de mayo de 1964 cuando un desacuerdo
económico entre la A.F .A.
y las emisoras radiales dejó al país sin los relatos de José María Muñoz y del
aún presente periodista uruguayo Joaquín Carballo Fioravanti Serantes. Esa tarde, por
primera y única vez, Alumni agotó
su tirada de 135.000 ejemplares, más del doble de lo habitual. Junto
a las claves para descifrar los resultados y demás alternativas de los
encuentros de la semana, la revista publicaba estadísticas acerca del fútbol,
algunas líneas de boxeo e incluso publicidades de los espectáculos teatrales
que eran transmitidos en directo por las radios Stentor,Cultura y Argen tina.
“En
cada fecha yo me enteraba de la letra de Boca o del equipo que estuviera
peleando el campeonato con nosotros y cuando la pelota estaba lejos trataba de
pispear como iban”, admitió a fin de la década de 1990 el ex arquero de River
Plate Amadeo Carrizo. En el estadio Monumental,
la grilla estaba ubicada detrás del arco que da la espalda al Río de la Plata , cuando el recinto aún
tenía estructura de herradura. “Eso sí, podía verlo sólo cuando atajaba de ese
lado. Desde el otro arco era más difícil verlo, había que tener muy buena
vista. Pero de lo que más me acuerdo es de los canillitas gritando ‘¡Alumni con la clave, Alumni con la clave!‘.
Era un clásico.”, agregó luego el guardameta multicampeón con River.
Las claves para entender la información del tablero |
Claro
que la velocidad y la fluidez de las comunicaciones no eran ciertamente las de
la fibra óptica. Desde la redacción de la publicación, en Avenida de Mayo, se
establecía a través del rudo teléfono a magneto una comunicación a cada cancha
cada diez o quince minutos, en la que un informante daba cuenta de lo que los
tableristas -paso mediante por la interlocutora- debían marcar en las grillas
luego de trepar por la parte posterior del armazón. Apenas dada la noticia, los
empleados debían ascender por la estructura y colocar, primero, el número de
goles junto a la letra del equipo correspondiente; luego, -a partir de la
modificación en el reglamento en 1950- encimar otra chapa que indicaba el autor
del tanto, según otra clave que le otorgaba un número del 0 al 9 a cada puesto y que también
cambiaba cada domingo. Esta segunda chapa se exponía sólo unos segundos y
enseguida se retiraba para dejar a clara vista el resultado parcial.
Con
el progreso de la época, el sistema de comunicaciones creció de manera
proporcional a la velocidad con la que se realizaba el procedimiento: con la
llegada a la Argentina
de los primeros teléfonos a disco, la conexión entre los tableristas y el
edificio de la Capital
Federal pasó a establecerse por acción de un conmutador
automático que unía los hilos de los pesados artefactos de origen británico con
la sola pulsación del número asignado a cada tubo. “Había que estar atentos
para ver quien había hecho el gol, porque enseguida te sacaban la chapa. Y
cuando consultabas la clave de la revista, tenías a veinte monos leyéndote por atrás del
hombro”, recordó el experimentado historiador y estadígrafo argentino Carlos
Ferraro. Pero
no sólo se revelaban los goles señalados por cada equipo sino que había chapas
de colores y diferentes diagramas que denunciaban penales, expulsados,
lesionados (aún no se permitían reemplazos de jugadores) y partidos suspendidos
por incidentes. Para las expulsiones, por ejemplo, se ponía junto a la letra
del equipo castigado -es decir, en el lugar de los goles- la chapa que
correspondía a “jugador expulsado”, y a continuación la del número del jugador.
Unos segundos después, el tablerista quitaba las placas. Otros códigos, como
“penal errado” o “gol anulado”, requerían similar procedimiento.
Así,
Lorenzo Traverso, el cerebro del tablero de la revista Alumni, supo suplir el atraso
tecnológico de principio de siglo con un sistema de ingenio y sudor que ignoró
el auge de la radiofonía en los países desarrollados y enalteció la tan mentada
y originalmente admirada viveza
criolla.
Leandro Contento
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