No fue el primer choque del año,
pero si el más importante de los disputados hasta ahora. Ya Racing había sacado
claras diferencia frente a Independiente, fue un golpe duro para los del Rojo,
pero al fin y al cabo se trata de equipos de distinta categoría. Se puede
argumentar que Newell’s no sacó las mismas diferencias, y también es lógico. No
siempre ocurre que gane el mejor, la Copa
Argentina lo viene demostrando. Pero ayer se vieron las caras
por vez primera en el año River y Boca. Ninguno podía perder, ninguno tenía
confianza en la victoria. Ambos técnicos, ídolos pasados de ambas
instituciones, ya no disfrutan del crédito que tuvieron. Boca y River,
por diversos motivos, tampoco se apoyan en los sólidos cimientos de otrora. Se
podrá decir que sus presentes son muy diferentes, y es muy cierto, pero los dos
van mal aunque los motivos sean distintos.
River y Boca y un presente atado con alambre |
Hace dos años y medio atrás River no sólo se
fue a la “B”, también se fue al infierno. Aún hoy resulta extraño e increíble
recordar que jugó y perdió con Aldosivi, con Atlético Tucumán, con Boca Unidos,
con Atlanta y con Patronato. Que al final, y gracias a la falta de convicción
de los demás candidatos, logró volver a la máxima categoría pero que esa
instancia profundizó aún más la grieta que comenzó con Aguilar, porque
Pasarella se fue por la ventana, que quienes acaban de asumir encuentran que
deben una cifra incalculable e impagable, que deberán hacer equilibrio como
puedan, armar el equipo como puedan, pagar como puedan, y que mucho dependerán
de los resultados para no terminar igual de mal que sus antecesores. Hay que
ser muy optimista para imaginarse un final feliz para River en esta parte de la
historia.
Boca se encuentra en una
instancia diferente. Después de haber estado en el precipicio luego de la
gestión de Martín Noel –el club estuvo intervenido por la justicia- y entre el
85 y el 95 Alegre y Heller la pudieron pilotear, que luego vino Macri y
modernizó la administración, que se apoyó en la inversión externa para armar
buenos equipos, que ese inversor era él mismo y que le sacó buen provecho, que
Pompilio pintaba ser un hábil presidente mientras tuvo vida, que la cosa se
empezó a complicar con Ameal, que Angelici le vendió el alma al diablo y no le
renovó a un técnico que le hizo jugar tres finales -cosa que además había
prometido una semana antes- que no
soportó la silbatina de los que están para vivar y dio marcha atrás, que el eje
del mal de Boca con la fórmula Riquelme-Bianchi vio la oportunidad y se adueñó
de la situación, y andá a saber como termina esta comedia. Lo cierto es que
varios jugadores huyen con lo puesto sugiriendo que pasan cosas terribles en el
vestuario, que los que se quedan se preocupan más por obedecer al extraño
binomio que en jugar bien, que como Riqulme no entrena nadie se entrena, que el
equipo en la cancha no da pie con bola, que hay que sumar porque si les pasa lo
que a los primos los matan a todos. Que la grandeza, esa grandeza de verdad que
le permitía estar un escalón arriba de los demás ya no existe. Que la mística que
envolvió a los cinco grandes perdió su vigencia, que ahora se dividió en otras
dos palabras: Historia y presente, y que el presente de ambos –por distintos
motivos, pero igual de turbio- tropieza con la imposibilidad de repetir la
historia.
Boca y River cuando eran grandes de verdad |
River y Boca jugaron un partido a
puro nervio, ante un marco multitudinario y con un altísimo rating televisivo.
Durante más de ochenta años construyeron su respectiva popularidad y a fuerza
de campeonatos ganados sumaron millones de hinchas, despertando una pasión acorde
con otros tiempos. Por entonces sólo algunos privilegiados lograban asistir a
estadios para 50 o 60 mil espectadores que lucían siempre a reventar, el resto regaba
la plantita de la pasión sintonizando la radio o relojeando los clásicos tradicionales
del periodismo escrito de entonces: El Gráfico, Goles, los diarios, la lenta
aparición de las transmisiones televisivas. Cuando la televisión se metió de
lleno logró cambiar el sujeto del negocio. Ya las recaudaciones dejaron de
importar, los contratos de los jugadores ahora son en verdad millonarios y hay
que tratar de generar nuevos ingresos y administrar bien los recursos, respetar
los compromisos, formar y vender jugadores. Nadie duda en el fútbol argentino
que sin ventas, las cuentas no dan. Y tampoco que para vender hay que formar.
El problema es que el armado de una estructura formativa eficiente lleva un
tiempo que supera holgadamente tres mandatos presidenciales, que nadie puede
sembrar cuando lo que se le exige es cosechas, y que no es debiendo haberes e incumpliendo
compromisos adquiridos el mejor camino para lograr objetivos -lo que pasa en
River- y mucho menos careciendo de firmeza y decisión de parte de la
conducción, y convertirse en títere de los caprichos de un ex jugador que se
empeña en seguir jugando y ganando mucho –lo que le pasa a Boca- la mejor
manera para tener éxito.
Durante un par de décadas Vélez
les vino quitando espacio, ahora se presentó en sociedad Lanús, abriendo sus
puertas para mostrar el producto de treinta años de reconstrucción primero y
planificación y orden después, ahora exhiben la estructura construida sobre los
sólidos cimientos del futuro, con planteles al día y superávit económico, desplazando
a las leyendas gloriosas sujetas con hilos deshilachados por el tiempo, los
recuerdos de un pasado que se extingue indefectiblemente pintando de sepia las
fotos sacadas ayer nomás. Las comunicaciones han acelerado los tiempos, la
pasión ciega, heredada y sostenida en la tradición familiar se va apagando
junto con el poder de las instituciones de antaño. La sostienen los
nostálgicos, los tontos o los necios. Los amores de hoy se viven día a día. Las
imágenes no sólo son más claras, también son más aleccionadoras y elocuentes.
Los niños siguen esperando los regalos pero ya no creen tan fácilmente en los
Reyes Magos
River y Boca saben que están por
debajo de Lanús, de Vélez, de San Tinelirenzo, de Newell`s, quienes animarán la Copa Libertadores por la Argentina. Y además saben
que les va a costar aventajar a cualquiera de los demás participantes del
Torneo Final. Y saben que como mínimo, para seguir con vida, no deben perder los
clásicos de verano. Sus respectivos futuros, bien argentinos, ya desde los
primeros amistosos por TV, están atados con alambre.
Marcelo Calvente
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