A la luz de los hechos, a los jóvenes hinchas granates les cuesta entender el significado de la gesta del 28 de julio de 1990, cuando Lanús ascendió en cancha de Quilmes por penales. Los crecidos en tiempos de Miguel Angel Russo, Héctor Cuper, Mario Gómez y, más acá, Ramón Cabrero, suelen no advertir el relieve de un ascenso logrado con un muy modesto equipo, de manera inesperada, casi milagrosa, un ascenso efímero que terminó en descenso al cabo de la temporada 90/91. Para quienes llegaron durante los últimos veinte años, con los grandes momentos deportivos como la obtención de la Copa Conmebol, las participaciones internacionales y el Apertura 2007, el paso por Lanús por el fútbol de ascenso es una página increíble, que flota apergaminada en las conversaciones de los más veteranos, algo incompatible con el presente institucional que los pibes conocen. Para comprender el significado de aquella conquista, hay que haberla vivido.
El Grana, la tarde que logra el ascenso en cancha de Quilmes |
Otra historia tenía que empezar, y era hora de remangarse. Había que afrontar los más de doscientos juicios, los costos del mantenimiento, conformar un nuevo plantel en medio del desastre y empezar de nuevo. La realidad era que no se podía incorporar jugadores de nivel, había que confiar en los pibes. Y así se logró volver a la "B" con un gran equipo formado con una camada de jugadores del club, muchos con destino de primera división, como Héctor Enrique, Juan José Sánchez, el Pato Gómez, Sicher, Attadía, Crespín, Nigretti y varios más, de la mano del histórico José Luis Lodico. Empezaba la recuperación futbolística, la gente volvía a acompañar. Queda el recuerdo de los dos encuentros contra Chacarita, ambos con record de público del fin de semana en que se disputaron -incluyendo la primera división- y los goles del Negro Enrique: la estirpe granate estaba viva en esos pibes humildes, formados con una taza de leche como premio. Volver a la "B" había costado tres años, del 79 al 81, la vuelta a primera por entonces era una quimera, y llevaría otros ocho años y medio más poder conseguirla. Habían pasado muchas derrotas dolorosas, con rivales impensados para estos tiempos, equipos como Villa Dálmine, Estudiantes de Bs As, Almagro y la increíble final perdida contra San Telmo en el 75. Se había sufrido también otra injusticia con los penales contra Platense en el 77. Vendría otra más en la semifinal con Rácing en cancha de Atlanta en el 84, siempre la AFA castigando en forma bochornosa al Club Lanús. Y en la temporada 88/89, la gran frustración ante Chaco for Ever, cuando Lanús logra armar un gran equipo de la mano de Rogel, siempre capeando deudas, había apostado fuerte para volver a primera. No pudo ser. Después de puntear holgadamente durante todo el campeonato, el bajón en la parte final y la caída en el Chaco. Fueron muchos años alternando derrotas inesperadas con injusticias padecidas, las hinchadas rivales empezaban a burlarse. En medio de la reconstrucción, había que volver a amar un equipo, y entonces llegó Miguel Angel Russo.
Gilmar Villagrán convierte el penal que desata la fiesta |
Aquel triunfo increíble conseguido en Quilmes por penales, después de un partido para el olvido pero jugado a todo o nada, en el que Lanús cayó derrotado por uno acero, fue un gigantesco corte de manga al destino. A la AFA con sus injusticias, a las hinchadas rivales con sus burlas, a los mismos granates, que a esa altura, nos estábamos acostumbrando demasiado a las derrotas impensadas. Fue tal vez la primera vez en mucho tiempo que Lanús llegaba a una final de punto, y finalmente se llevaba la victoria. En la ciudad pasional y futbolera se desató la fiesta menos pensada. Y aunque aún nadie lo sabía, se festejaba el comienzo de otra historia deportiva en la que el club escribiría sus paginas más gloriosas.
Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.com
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