Al final parece nomás que vuelve el fútbol. Será a principios
de marzo, volverá y nuevamente será codificado, volverá y será Súperliga. Volverá,
y seguramente será un torneo apasionante y competitivo, como suele ser. El
retorno del fútbol es una decisión de estado, y serán los dirigentes de los
clubes quienes tengan esa responsabilidad, influenciados desde arriba por las
diferentes corrientes de la política nacional, y desde abajo por la minoría que
participa en la vida institucional de cada entidad. Será el próximo 3 de marzo,
con el desafío de recuperar el lugar que se merece en el concierto mundial el
país donde nacen los mejores exponentes del más bello deporte. No se trata de
un imposible, pero sin dudas es un objetivo difícil.
El actual desgobierno es la consecuencia del fin de una etapa
controversial de la Asociación del Fútbol Argentino, la entidad madre creada en
1934, el comienzo de una era que en principio sirvió para establecer
unívocamente las categorías de los miles de clubes de fútbol que existían por
entonces a lo largo y a lo ancho del país, con Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y
Tucumán como principales epicentros. Desde el nacimiento de la AFA, la
conducción rara vez fue ejercida de manera independiente de la política y el
poder. La dictadura militar que asoló al país entre 1976 y 1982 dirimió una
interna designando a Julio Grondona en 1979 en reemplazo del oligarca Alfredo
Cantilo, el hombre que había puesto el criminal Emilio Massera mientras
conducía el Ente Autárquico Mundial 78, un organismo oficial que funcionó como
una asociación ilícita y que cometió todo tipo de delitos. La AFA siempre
estuvo a la sombra del poder de turno, ya sea conservador, radical, peronista o
dictatorial. Los dirigentes que intentarán capear la tempestad son navegantes
expertos del barco pirata de Julio Grondona. No hay dudas que les va a costar elegir
entre ellos a un nuevo capitán.
Grondona llegó en silencio, como uno más, pero tuvo la
astucia para sostenerse en medio del sálvese quien pueda del final del gobierno
de facto de las tres armas. Con su estilo emparentado con el proceder mafioso,
fue el único funcionario ligado a la dictadura que se mantuvo durante décadas,
hasta su muerte en el poder ocurrida el 30 de julio de 2014. Su estrategia
fue exitosa: durante 35 años de mandato ganó seis elecciones, la mayoría por
unanimidad. Su táctica fue sencilla: empobreció a los clubes, enriqueció a la
AFA, y desde su conducción férrea repartió a su antojo ayudas económicas y
favores deportivos a cambio de votos y respaldo. Pocos se le animaron, y
ninguno pudo con él. Todavía retumba en los oídos de un dirigente de Lanús su
amenazante consejo de amigo, recibido horas después del último despojo que el
club más castigado de la historia del profesionalismo debió padecer en 1984 por
medio del silbato ejecutor de Emilio Misic: “Mientras sigan adelante con el
juicio, no ascienden en la puta vida”. Su accionar fue deplorable, pero no se
puede negar que el resultado más visible de su gestión fue el acortamiento de
las enormes diferencias de poderío que existían entre los cinco grandes y el
resto de los clubes, y que muerto Grondona, las nuevas autoridades deberán
mantener para ofrecer un producto de primer nivel, algo que sólo lograrán si
sortean el obstáculo de sus viejas y profundas distancias. Por lo que se ve, no
van en buen camino.
“Vos fijate la potencia que te da
en términos de visibilidad y de impronta cultural ser presidente de Boca, donde
con seis mil votos ganás una elección. Con ese caudal electoral podés ser, con
suerte, intendente de Trenque Lauquen, y en cambio acá te transformás en un
personaje nacional de lo más influyente” dijo proféticamente el sociólogo
Artemio López cuando Mauricio Macri se convirtió en presidente del club de la Ribera
en 1996. Su acierto está a la vista: la AFA sigue estando en manos de los
clubes y de sus representantes, gente que accede a ese poder muy fácilmente,
invirtiendo muy poco dinero y sacrificio, y que juntos componen un iceberg
capaz de hundir al transatlántico más pintado. Se trata de personajes de
características tan dispares como Daniel Angelici, Marcelo Tinelli, Rodolfo D’Onofrio,
Hugo Moyano y Víctor Blanco, poderosos e influyentes mandamases de los clubes
grandes, quienes no logran poner orden por falta de consenso, mientras negocian
-con el Gobierno por un lado y los oferentes para las transmisiones del fútbol
por el otro- sin haber podido aún lograr un acuerdo entre ellos para normalizar
la Asociación.
A las negociaciones no falta
Nicolás Russo, el presidente de Lanús, el más ferviente defensor de la unidad
política que conduce desde hace más de treinta años al club más exitoso del
presente. Fueron aquellos socios, quienes pese a las diferencias políticas que
siempre signaron al club, en 1979 se unieron para poner manos a la obra, y pese
a que varias veces estuvo a punto de naufragar, la unidad se mantuvo a flote
contra viento y marea. Russo es también el vocero de una AFA partida en más de
dos fracciones. Pese a que su proyecto es en el club y la ciudad de Lanús, su
figura asciende vertiginosamente a la esfera nacional por su experiencia y
conocimiento de la problemática de las entidades de fútbol y porque es quien
menos se identificó con cualquiera de los bandos. Esas fracciones muy pronto
van a tener que deshojar la margarita y designar una nueva conducción. Ojalá
tengan presente la frase de Silvio: sólo el amor convierte en milagro el barro.
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