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jueves, 25 de abril de 2013

Una vida en blanco y negro / Ficción


“Acá estaba la pizzería de Pedro, tenía un metegol, un par de flippers y a su hija Norma, que nos tenía cagando, sin importarle ni un poquito que estábamos todos enamorados de ella. Allá, la despensa del Gordo de la Coca Cola afuera…” le digo a mi hijo mientras avanzamos a paso de hombre por la 9 de Julio rumbo al Néstor Díaz Pérez. Venimos de ganar en Mendoza con los suplentes por el Torneo Clausura, la ciudad pasional y futbolera ya asimiló la derrota en Río por 2 a 1 como un resultado aceptable, y hay absoluta confianza de que en un rato nomás vamos a superar al Vasco con comodidad para pasar de ronda. “¿La despensa del Gordo de la Coca Cola afuera, se llamaba?” pareció interesarse el pibe. Le explico que aquel negocio no tenía nombre, o si lo tenía no lo recuerdo, pero que alguien muy perspicaz la había bautizado así, sintetizando la fisonomía pichucoide” del dueño y la gran heladera de la famosa marca que adornaba la puerta del local, motivo principal de que la despensa del Gordo estuviera abierta a toda hora. “Ahí estaba la librería de Fochezzato, acá Foto Pastore y ese es el Club Paz, museo viviente de mi adolescencia, donde aunque ya no está el viejo y querido ‘Lenin’, la misma mesa de ping pong y aquel antiguo billar permanecen intactos y en el sitio de entonces, aunque según parece, hace varios años que nadie se acerca a jugar”, le voy diciendo mientras doblamos por Guidi, y casi estamos llegando a Gral. Arias. Está fresquita la noche pero igual el clima de gran partido se nota en los alrededores de la cancha, que de a poco se va llenando.


El equipo granate que perdió la categoría en 1949
Mientras el pibe saca las entradas, estaciono frente a la monumental obra que pronto le pondrá el broche de oro al gran estadio. Enciendo un cigarrillo y me dejo llevar por las figuras que produce la voluta de humo. El lugar me trae muchos recuerdos, de lo vivido y de lo que me han contado. Imagino que un viejo micro entra por el portón y se detiene en la zona protegida, donde  está el imponente Chevalier que trajo al plantel brasileño. Imagino una escena en blanco y negro que escuché varias veces en mi infancia. Los hinchas rodean a los jugadores que bajaron del insólito transporte muy exaltados. “Nos estaban afanando, y encima les dan ese penal. No quedaba otra. Si lo seguíamos jugando éramos boleta segura. ¿Ellos se retiraron y se jugó de vuelta? Bueno, ahora nosotros impedimos que pateen el penal, que esa manga de delincuentes con Ducó a la cabeza decida qué deben hacer …” reconozco la voz de mi tío Salvador, el capitán del equipo, explicando lo que había sucedido esa tarde de febrero de 1950 en River, en la interminable definición del descenso del 49 frente a Huracán. Me bajo del auto de un salto y corro hacia él, pero una nube de carnés rotos que cae sobre mi cabeza me detiene en seco. Se trata de carnés viejos, tipo librito, y son todos del año 1956. Confundido, camino hacia la puerta de la platea oficial. Un tipo flaco, alto y rubio, pelo cortito y enrulado, le habla a dos operarios; uno se nota que es un paraguayo despierto, de mirada pícara, el otro es más pachorriento, apoya las manos en la cintura, pero lo hace al revés, casi sobre la cola y con las palmas hacia delante, y cada tanto se acomoda un jopo lacio y rebelde de pelo negro que le cae sobre los ojos, mientras escucha la voz que dice: “Yo volví a Lanús para dejarlo en primera, y si ustedes dos hacen lo que mejor saben hacer, lo vamos a lograr. Así que ¡A tirar paredes, se ha dicho..!” dice un Nene Guidi ya veterano, y asienten Silva y Acosta en la flor de la edad.

La bruma hace ver todo color sepia. Avanzo para el lado del fondo, y de pronto tropiezo con Pachamé, que sale del Buffet de "Pitingo" con una pila de tablas al hombro, e igual me tira un planchazo. “¡Hijo de puta! ¿Viniste a robar, y como no te podemos pagar, te llevas la cancha de bochas de los vitalicios? ¡No tenés vergüenza..!” escucho que alguien le dice, pero no veo, porque de pronto no hay nada de luz. A mi izquierda está la vieja tribuna Solito de madera, coronada por dos de las inmensas torres que nunca jamás pudieron dar su fruto. Sigo caminando y el terreno se hace irregular, el piso empieza llenarse de tornillos, todo es más amplio y agreste. Un sol repentino es tapado por una pelota de tiento algo deformada, soy uno más entre esos pibes que corren tras ella, “Nenito” Baillé salta a cabecear con Rubén Rojas, y en seguida se arma un alboroto, alguna palabra subida de tono, un empujón, y uno que grita “¡Rajemos que viene Subterráneo…”

El plantel del Club Atlético Lanús Campeón de 1ª "C" 1981
Me trato de alejar, pero escucho un “¡Eh, muchacho, ojo que te metés en la laguna de petróleo!” que me dice el anciano montado a bordo de la inseparable bicicleta de sus últimos años. Es el Colorado Manfrín, gloria granate de la década del 20. Intento volver, y en el camino me cruzo con un joven Luciano -su hijo Martín Vassallo Argüello todavía no ha nacido- que va raqueta en mano rumbo a las canchas de tenis recién inauguradas. Ruge la multitud, vuelan papelitos, las imágenes se aceleran y la iluminación vuelve a resplandecer hasta quemar los ojos. Carlitos Colectivero trata de estacionar al lado de la canilla, Toncha viene despacio y con las manos en los bolsillos, Cuchu larga una risotada al pasar, y un viejo flaquito, de pelo anaranjado, baila y se contornea al paso de una comparsa imaginaria mientras la muchachada grita “¡Pi-zza Verde!, ¡Pi-zza Verde!”. Lanús es una fantástica e interminable fiesta popular que trasciende al paso del tiempo. Sé que sonrío…

“¡Dale, papá!, ¡Dale que empieza el partido!” grita mi hijo con las entradas en una mano, y con la otra, golpeando la ventanilla del auto, me sacude la nostalgia por aquello que ya pasó, el recuerdo de un mundo demasiado distante y ajeno a la realidad de esta noche fría de miércoles 9 de mayo de 2012, cuando todo esto sucede, y estamos por enfrentar nada menos que al Vasco da Gama de Río de Janeiro por los octavos de final de la Copa Libertadores en una Fortaleza repleta ante 40.000 granates enfervorizados.

por Marcelo Calvente

4 comentarios:

  1. Gordo,sencillamente MARAVILLOSO!!!!
    Locoporti

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    Respuestas
    1. ta loco el gordoo.... Mezcla a Cuchu con Tonchaaa....Se le mezclaron los patosssss......Norma no lo tenìa enamoradoo.. Lo tenìa calienteeee....HABLÀ CON PROPIEDAD, CALVENTEEE....

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  2. Q buenos recuerdos leo y veo todo lo q contas .gracias .

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