Uno de los más poderosos
recuerdos infanto-adolescentes de mi vida como hincha de Lanús tiene
que ver con aquel choque ante Boca en la Bombonera del 26 de marzo de
1972. Por entonces ya había aprendido que lo de Los Albañiles
había sido un momento singular y relevante de la historia de la
institución y que había concluido. Por eso veníamos de jugar por
tercera vez en nuestra vida en la categoría “B”. Aún no
sabía que lo peor estaba por llegar pero ya había comprendido que
Lanús era un equipo chico y que las distancias respecto de los
grandes eran enormes, siderales en el caso de Boca y River. Se jugaba
la 6ª fecha del Metropolitano de ese año y el rendimiento de Lanús
hasta allí había sido muy pobre: 4 derrotas y una victoria en Villa
Crespo ante Atlanta. Por su parte, Boca llegaba invicto y con record
de goles a favor. Aunque hoy parezca mentira, por entonces que
transmitan a Lanús por radio era todo un acontecimiento, y que sea
el Gordo Muñoz quien me entregaba ese relato, un verdadero orgullo.
Recuerdo perfectamente las incidencias del partido. Lanús se puso en
ventaja al inicio del primer tiempo con gol de Barú, y defendía la
ventaja con el heroísmo del loco Santos. Al inicio de complemento,
gol en contra de Marzolini y Lanús 2 0 arriba. El fútbol estaba
conmocionado y el barrio mucho más, los vecinos salían a la calle
para preguntar si era cierto. Pero a 15 del final, penal para Boca,
expulsión de Santos, y de los doce pasos Nicolau no perdonaba. Diez
dramáticos minutos más aguantó el Grana la ventaja con diez
hombres colgados sin pudor del travesaño, hasta que Curioni se
filtró y convirtió el empate, y dos minutos después Rogel -si, el
mismo Rogel- le cabeceó en el área chica al flaco Traverso,
reemplazante de Santos. Trifulca con expulsados y final, el sueño
milagroso se había evaporado y la victoria, como casi siempre en ese
escenario, fue para Boca.
Durante muchos años con
ese recuerdo y pese a la renovada ilusión de cada nuevo
enfrentamiento, fui a la Bombonera con la casi certeza de que
volveríamos a perder. Así ocurrió en el 77, en ese paso fugaz por
la primera división que será la antesala del derrumbe, perdimos 2 a
0. Recién pudimos volver en el Clausura del 91 y volvimos a caer,
esta vez por 1 a 0. Retornamos en el 93, fuimos dos veces y las dos
perdimos, en el 94 nos comimos 5, en el 96 perdimos 2 a 1, en el
Clausura 97 logramos el primer empate en mucho tiempo, 1 a 1, y en el
Apertura de ese año fue San Clotet y 47 años después de la primera
victoria allí -en 1949, cuando ambos peleamos el descenso y Lanús
sufría el mayor despojo de la historia del Fútbol Argentino- y 41
después de la segunda -1956 con dos goles de Dante Lugo- volvimos a
ganar en la Bombonera con su recordado gol, derrota que Boca aún no
lo sabía -fue en la 11ª fecha y sería la única que sufriría en
el Torneo- pero pagaría con la pérdida del campeonato a manos de
River. Entre el inicio del profesionalismo y esa noche, solo tres
veces Lanús ganó en la Boca. Subsiguieron ocho visitas con un saldo
de tres empates y cinco derrotas, dos de ellas abultadas, hasta el 10
de diciembre de 2006, día del histórico Bombonerazo.
El último enfrentamiento en la Boca terminó 2 a 2 |
Tuve la suerte de
transmitir junto mi compañero Hernán Carnero ese partido, y solo
los que estuvimos esa tarde allí sabemos lo que significó para los
hinchas locales: La pérdida del tricampeonato, logro que aún no
pudieron obtener, y de decenas de miles de remeras con la leyenda
alusiva que vaya uno a saber donde habrán ido a parar. Los que
estuvimos esa tarde vimos en la Bombonera una imagen de película.
Miles de muertos vivos caminando en silencio, tratando de comprender
lo incomprensible, tratando de asimilar lo inaceptable, esa tarde
cambió para siempre la historia en común de estos dos equipos, y
apenas un año después debieron observar como Lanús se consagraba
Campeón en sus narices. Desde entonces volvimos en cinco
oportunidades, dos derrotas, dos empates y una victoria como saldo,
una muestra de que las cosas están cambiando en nuestro fútbol.
Hoy vuelven a enfrentarse
dos equipos que desde entonces se miran de igual a igual, ambos son
protagonistas de los torneos locales e internacionales, y llegan con
tendencias absolutamente contrapuestas: El local sumido en el sainete
riquelmeano, con Bianchi embalurdado, Angelici de rehén y millones de
simpatizantes xeneizes que, como French y Berutti, quieren saber de
que se trata. Lanús llega puntero e invicto y con ambiciones de
campeón, objetivo para nada desmedido teniendo en cuenta el fútbol
que viene desplegando y la escazés de competidores a su altura, y en
esa condición visita a un Boca en estado crítico, que luego de la
explosión de júbilo por la nosecuanto vuelta de Riquelme y el
inesperado sí del Virrey amado, que empieza a comprender que el
tiempo es implacable y que nada es eterno, y que ni las victorias, ni
la gloria, ni la grandeza se sostienen solas, si no que son producto
de la planificación, del orden y de la seriedad, virtudes que si
tiene el equipo que va a enfrentar, aquel mismo humilde Lanús que
durante décadas pudo someter sin mucho esfuerzo, solo con la
camiseta y con la historia, monedas que van perdiendo su valor a
manos de la modernidad y el desarrollo, factores determinantes de una
nueva realidad que a muchos todavía les cuesta comprender.
Marcelo Calvente
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