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martes, 16 de abril de 2013

Fantasmas granates / Ficción



Ni bien abrí los ojos tuve la certeza que se trataba de un sueño, uno de esos sueños patentes, de imágenes firmes y contornos nítidos, que llegan solo algunas veces, cada tanto, en el medio de la noche. Lo supe cuando me vi en la pieza grande de la vieja casa chorizo de mi infancia, y cuando divisé el poster de Los Gatos que había pegado en la pared  mi hermano mayor, el que con once o doce años dormía plácidamente en la cama de abajo. Y por sobre todas la cosas, lo comprendí perfectamente cuando al saltar de la cama de arriba, el chiquito de seis años que fui se asustó del estruendo que hizo al caer sobre el parquet el hombre de 115 kilos que soy ahora.

En tres pasos llegué al comedor: Allí, con la pava caliente y cebando el viejo mate de loza como cada mañana estaba mi papá, todavía joven y tan lleno de vida como lo está en mi recuerdo. Aún le faltaban diez años para el medio siglo que yo tengo ahora, y que él no llegaría a cumplir. Me alzó como entonces, me beso en la mejilla y me sentó a su lado sin esfuerzo, esas cosas maravillosas e inexplicables que tienen los sueños. Todo era en blanco y negro, en la radio portátil sonaba un tango de Gardel y papá me recibía sonriente después de haber leído la tira de Mafalda en el diario El Mundo. Es increíble que teniendo tantas cosas para hablar, tanto para preguntarle y tanto para contarle, lo primero que le dije fue: “¡Papá! ¿Viste que la gente le echa la culpa de todo al entrenador? Cuándo ganamos, es gracias a los jugadores, cuando perdemos, es culpa del director técnico…”

Un club humilde y popular, pero bien de Primera
Mi viejo me miró, me arregló el desorden de un jopo que ya no tengo, y me contestó extrañado: “Noooo, ¿Quién le puede echar la culpa a Freire? Si Manolo Silva estaba enchufado, a Temperley le ganábamos fácil. Quedate tranquilo, igual vamos a ascender, tenemos un equipazo y el que maneja los hilos es el Nene Guidi…¿Vos le das bola a los muchachos que se juntan conmigo a hablar de fútbol en la esquina de Arias, después de los partidos? Siempre están desconformes, viven lamentándose por el campeonato que perdieron los Globetrotters…”

Yo seguía enganchado con lo mío, tenía miedo de despertarme y quería compartir mis inquietudes con él: “Si no supiera nada los jugadores no le darían pelota, tenemos un campeón mundial, otro que jugó dos Copas del Mundo, y varios convocados a la Selección Argentina…” El viejo largó una carcajada y me respondió con esa paciencia que siempre me tenía: “No, pichón, ¿Quién te engrupió? Eso es en Boca y en River, que ahora se les dio por contratar extranjeros y presentar el fútbol espectáculo. El único de este equipo que jugó en la Selección fue el Nene, pero cuando era joven, hace como diez años. Nosotros tenemos equipo como para ascender, pero siempre seremos un club chico…” Ahí medio que me le retobé: “¿De qué club chico me hablás, papá? ¡Si somos el más grande del sur por lejos! ¿Te me volviste cascote? ¡Este año vamos a ganar la Copa, vas a ver!” Y él, con paciencia, volvió a regalarme esa hermosa sonrisa que tanto recuerdo, para decirme: “Marcelito, por más que ganemos la Copa Amistad vamos a seguir siendo un equipo chico ¡Mirá los rivales que tenemos! Talleres de Escalada, Banfield, Los Andes, ¡Si no le ganamos a esos nos tenemos que matar! Lo que pasa es que nos viene persiguiendo la mala suerte, y además, siempre nos bombearon. La del 49 ya te la conté, el tío Salvador era el capitán del equipo, definíamos el descenso contra Huracán, ¿Te la conté, o no? Ellos se habían retirado de la cancha y la AFA nos hizo jugar el partido de nuevo, ahí nos recontra bombearon. No pegamos una. Si un día tenemos que definir la permanencia, aunque tengamos que jugar con clubes como El Porvenir, Platense o Villa Dálmine, seguro que cualquiera de esas murgas no manda al descenso” me dijo, con un tono profético que me sobresaltó.

Lanús de fiesta, un grande del nuevo siglo
Volvió a agarrarme por debajo de los hombros y como si fuera una plumita me bajó de sus piernas, ante mi temor de que el sueño se evapore debajo mío. Pero no, al menos no todavía… “Vení, mirá, te voy a mostrar algo que te va a sorprender” me dijo abriendo una carpeta granate, con el escudo estampado en la portada. “El club consiguió que le cedan los terrenos del ferrocarril, ese baldío donde van a jugar ustedes que está lleno de tornillos pronto será la Ciudad Deportiva. Mirá este plano. Eso que parece un trébol va a ser la pileta de natación. Esta va a ser una zona de camping, con parrillas, con juegos. Acá va haber otra cancha auxiliar con pista de atletismo, ¿La ves? En esta zona van a hacer cuatro canchas de Tenis, y en la cancha, aunque vos no lo creas, van a hacer una tribuna de cemento ¿No es fabuloso? ¡Lo mismo que está haciendo Alberto J. Armando en la Costanera Sur, Lanús va a tener una Ciudad Deportiva como la de Boca, hijo..!”

No tuve tiempo de responderle, de pronto todo se oscureció y no tuve necesidad de abrir lo ojos para saber que el sueño había terminado, que ya no estaba en aquella casa, y que a mi lado ya no estaba mi hermano, ni en la pieza de al lado mi mamá. Y sobre todo, que ya no volveré a tener seis años para charlar con mi viejo sobre el presente del club de sus amores. Me levanté con una profunda nostalgia por aquello que perdimos. Luego, mientras le contaba a mi hijo nacido en el año en que Lanús ganó la Conmebol, veinte años después de la partida de su abuelo, todavía recordaba con claridad cada uno de los detalles. Viendo que alguna lágrima se deslizaba por mi mejilla, el pibe me consoló con esa naturalidad tan común en los adolescentes: “Papá, mejor así, si el viejo llega a volver y ve lo que es hoy el club Lanús, no creo que el corazón le aguante...”

Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.com

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