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miércoles, 12 de junio de 2013

El fútbol y la carnicería


Ayer tuve una mañana especial e inquietante. Me desperté sobresaltado por imágenes de amigos míos tratando de escapar de las balas con sus hijos de la mano, aterrados, viviendo por primera vez en carne propia el pánico que hasta ahora solo vieron en la la tele, el dolor tan cercano de los deudos, el drama tan ajeno como temido ahora silbando en sus oídos. El gesto valiente y postrero de Javier poniéndose adelante y gritando “¡Loco, dejen de tirar!”, la espuma en la boca de los uniformados que lo matan a quemarropa, y la sangre derramada en la amada camiseta yacente La impotencia de sentir que todo fue planificado, anunciado, inevitable y artero. Como en la Semana Trágica, como en José León Suárez, como en Ezeiza, como en Margarita Belén, a los hinchas de Lanús, los que tuvieron la desgracia de estar ahí y de alguna manera también aquellos que no estuvimos pero que hoy sentimos este dolor ante la barbarie que padecieron nuestros amigos, el lunes en La Plata a los granates nos fusilaron uniformados de una fuerza argentina.

Desde la radio llegaban voces que aún confundían los hechos con una interna entre hinchas Algunos periodistas teorizaban sobre las barras bravas, otros opinaban acerca de las responsabilidades de los dirigentes. Pocos, casi ninguno, se animaba a aceptar que nos fusilaron porque reconocerlo los obligaría a intentar comprender porque semejante cosa ha sucedido en el estadio de La Plata. De un lado al otro del arco ideológico donde cada quien se siente incluido se vierten opiniones sobre la violencia en el fútbol y ninguno logra explicar porque pudo haber pasado. El gato pide comida. Me voy a la carnicería y la encuentro bastante poblada, entro dispuesto a esperar mi turno.

¿Que me dice, Roberto, lo que pasó ayer en la cancha, en La Plata?” dice una señora bajita y entrada en años, con gesto compungido. “Parece que hubo una pelea entre dos fracciones, doña María...” responde el carnicero mientras afila para cortarle un kilo de milanesas. “Yo no entiendo nada dicen que el muchacho tenía una puñalada y muchos perdigones...” dice una joven bien vestida, ansiosa por llegar a tiempo a la oficina.  Mi marido y mi hijo estuvieron en la cancha y dicen que no hubo ninguna pelea, que la policía no paró de provocar a la gente y la gente no reaccionó, que solo querían entrar a ver el partido con las entradas en la mano e igual los corrieron a escopetazos...” intercede otra señora, más atrás, a la derecha, algo indignada “La culpa la tiene el gobierno” casi grita una mamá con su bebé en brazos, sentada en una silla en el fondo. “La policía de Scioli” masculla un señor flaco, de traje raído que espera por un gancho de chorizos que había encargado. ¿Usted es el último?, le pregunto. El flaco asiente,  le aviso que detrás suyo estoy yo, y salgo a fumar un cigarrillo. Los autos pasan despacio, la gente camina en silencio, nadie sonríe en las calles de Lanús esta mañana. Adentro la conversación gana en intensidad, afuera se percibe el duelo.

Pienso en como fue que nos fuimos acostumbrando a esta locura. Recuerdo la bengala que cruzó el cielo de la Bombonera el 3 de agosto de 1983 para incrustarse en el cuello de Roberto Basile, en la tribuna de enfrente. De la impotencia del padre del pibe Scasserra, asesinado por una inexplicable bala policial el día que iba al fútbol por primera vez, el 7 de abril de 1985 en la cancha de Independiente, exigiendo justicia en vano durante años hasta perderse finalmente en la tristeza y el olvido. Recuerdo el fatídico caño de caprichosa pirueta que, otra vez en la Boca, un 14 de diciembre de 1990 cae desde la primera bandeja para incrustarse en la cabeza de Saturnino Cabrera y matarlo en el acto. De Ramón Aramayo, asesinado el 20 de marzo de 2011 en un exceso de cacheo policial en Liniers. Miro hacia atrás y me veo, los ojos abiertos de incomprensión, aferrado a la mano de mi viejo, descubriendo que el fútbol incluía piedrazos de una tribuna a la otra, en un Lanús-Boca en el 65, cuando nos encendieron los tablones. Miro hacia atrás y recuerdo el relato de mi abuela del día que en Lanús, también ante Boca, un policía desbordado inauguraba la lista con Luis López y el niño Oscar Mutioli de tan solo 9 años, el 14 de mayo de 1939. Tiro el pucho pensando en la tragedia de la Puerta 12 y me sorprendo de que en este contexto, milagrosamente no se haya repetido.

De pronto me doy cuenta que nadie ha salido de la carnicería. Al reingresar escucho con sorpresa a la joven bien vestida, que ya sabe que no llegará a horario a la oficina, decir con elocuencia: La existencia de las barras bravas es una muestra de la indefensión de las entidades públicas, la ausencia del estado en resguardo del patrimonio del pueblo y sus instituciones civiles”. Roberto, que hace rato que dejó la cuchilla, le responde:Las policías provinciales admiten su accionar porque les permite cobrar operativos desmedidos y también participar de sus negocios menores, recaudar de los puestos de venta, de los trapitos, de las entradas gratis” La que más me sorprendió fue la mamá del bebé: Es obvio que el gobierno sabe que hay que cesantear a un 30% del personal policial, evaluando cautelosamente quien es recuperable y quien no, incorporar gente nueva, modificar la estructura, crear fuerzas especiales para determinados delitos violentos compuestas por policías que no cumplan funciones en las comisarías, que actúen indistintamente en cualquier territorio” dijo lo más campante. El flaco de los chorizos saltó: Lo que ustedes no comprenden es que si bien Cristina fue electa por amplia mayoría, las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, y ni hablar la Capital, están gobernadas por la oposición: Scioli apostó a la mano dura; Macri, lejos de pensar en purgas, creó otra nueva policía con exonerados de las fuerzas; De la Sota no oculta el bigotito; Binner duda. Para avanzar sobre esos temas el gobierno debe ganar en esas provincias, es el gran desafío”. Acodada en el mostrador, doña María asevera:  “También podría ser a la inversa: Una alianza opositora que logre hegemonía nacional, ejerza el poder y despliegue una política de seguridad de mano dura en todo el país. No pueden cesantear tantos policías si los gobernadores de esas provincias no le son fieles ¿Cuanto tardarían en convertise en mano de obra para la oposición dispuestos a operar?” La esposa del que fue a la cancha se puso solemne para decir: En política, no se puede intentar lo que no se tiene certeza de lograr”.

Más confundido que al llegar, salí del negocio y emprendí el regreso pensando en todo lo que había oído, en qué debería pasar para que la muerte del Zurdo sea en verdad la última. En casa, la radio que había dejado encendida hablaba de un recrudecimiento de la Gripe A, Ramón Díaz lloraba porque el público de River no podrá concurrir a La Fortaleza, Carmen Barbieri confesaba su romance con el Gordo Porcel. Pronto aparecería el cadáver de la niña Ángeles Rawson brutalmente asesinada. Mi gato, aún hambriento, no para de maullar. 




Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.com

2 comentarios:

  1. Te felicito Marcelo, si te sirve de reconocimiento la gente es muy vaga para dejar comentarios. Yo te lo dejo porque se lo que significa para el que se rompe el orto escribiendo. Muy buena nota.. abrazo,

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  2. Gracias, Jova, extraño el intercambio cotidiano con vos, pero está claro que cada vez es más difícil. El tema de las dos veredas hace imposible un mínimo entendimiento entre las personas. Que va 'cer, amigazo. Marcelo

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