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martes, 25 de marzo de 2014

Vivir entre algodones


Visitar a River sigue siendo algo especial para los granates. Ir a jugar a Núñez es activar la memoria de los tiempos de equipos grandes y equipos chicos, cuando sólo le hacíamos fuerza, y no mucha, en condición de local, y de visitantes nos conformábamos con no perder por goleada. Entonces el fútbol era un negocio de cabotaje, los jugadores agarraban algunos mangos y una vez retirados tenían que ir a laburar, y los clubes grandes le compraban casi de prepo los mejores jugadores a las instituciones más pequeñas. Ese mal presagio de derrota segura que casi siempre era justa y holgada y que invariablemente se cumplía. En el jardín, los enanos sobresalen por su talla.

Silva reemplazó a Ayala y Lanús se desordenó con el cambio
El fútbol de hoy es otro tipo de negocio, y exige otra organización y respaldo de parte de los clubes participantes. Con la camiseta no gana nadie. El que tiene orden y dinero pelea arriba, el que no lo tiene está condenado a la lucha de abajo, por permanecer, cualquiera sea su historia institucional y deportiva. En los últimos años la mano vino cambiando de manera increíble, y desde que se juegan los torneos cortos Lanús aventaja a River en el historial. El Grana ya no es aquel equipo humilde y castigado por el infortunio y la mala praxis; River ya no tiene aquel paladar negro y ya dejó de ser millonario. Una vez por año Lanús va a Núñez y a la Boca para plasmar ese cambio en el terreno de juego, River y Boca lo reciben para tratar de seguir viviendo de recuerdos. Ahora manda la moneda, la misma que fue al aire y cayó mostrando su otra cara.

Por todo esto el panorama previo al encuentro con River era favorable para Lanús. Hay mucho malestar en Núñez, el equipo no funciona, a Ramón lo respaldan minuto a minuto: Sólo la victoria podía devolverle la tranquilidad, y la demora en conseguir la ventaja suele encender esa impaciencia que nunca suma. Los libros indicarían que a Lanús le convenía esperarlo, pero el equipo de Guillermo venía en racha ganadora y el técnico decidió poner lo mejor que a su entender tenía en cada puesto para ir por la victoria desde el arranque, pese a que en pocos días va a recibir a Cerro Porteño con la obligación de ganar para poder avanzar en la Copa. El local lo empezó a atacar sin muchas luces y la visita le tomó la mano rápido. Cuando promediaba el primer tiempo, mientras Lanús lo ahogaba aplicando una presión muy parecida a la desplegada en Cali en su mejor presentación del semestre que por esas cosas de fútbol terminó perdiendo, River decididamente se agrupó en campo propio. Por momentos era el partido de siempre donde el más grande domina por decantación y busca la apertura del marcador sin correr riesgos en defensa. El grande y el chico, tan clásico como Tom y Jerry. Pero Lanús no pudo convertir ese dominio en la red, y River transformó una pelota sin destino en jugadón de Villalba y gol impensado e inmerecido de Cavenaghi.

El jueves, Guillermo tiene que tener en cuenta el desgaste  
Uno imagina que Guillermo salió a buscar la ventaja para luego poder esperar y así ahorrar energías. De haberlo logrado cuando dominaba, podría haberse parado unos metros más atrás para obligar a la reacción del rival y responder con juego largo, exigiendo a los delanteros pero manteniendo a los de recuperación más juntos y con menos metros a recorrer. Pero no pudo convertir, y en cambio lo logró el local. Hasta ahí, un Ramón Díaz conciente de que a los suyos le quemaba la pelota se conformaba con mantener su arco en cero, actitud tan cauta como  valiente ya que su gente le exigía   ir hacia delante. Cuando lo dos estaban enteros físicamente, no había dudas de que el equipo conformado por jugadores que cobran mucho y en término, que juegan copas y vienen de ganar una, en un club sin imprevistos y escasos problemas como Lanús, imponía lógica superioridad sobre un elenco local sin figuras ni funcionamiento, que no da pie con bola, que juega a tono con su crítica situación económica, política e institucional, al que su gente le exige que respete su historia, su grandeza y su gloria, algo imposible de lograr sin orden y dinero. Así está River hoy, y vaya uno a saber cuanto tiempo le llevará recuperarse. Pero el fútbol es imprevisible, el que despejaba de punta y para arriba encontró el gol, y entonces hubo que barajar y dar de nuevo. Ahora el tiempo pasó a jugar en contra de Lanús, y a medida que transcurrían los minutos el desgaste por la seguidilla de partidos cada tres días se hacía notar. El empate pudo llegar a poco del final de la primera etapa, cuando Pasquini le ganó la posición a su marcador pero no pudo darle dirección a su remate corto.

En el arranque del complemento tuvo la situación más clara para igualar, pero  esta vez la suerte dijo no y el travesaño de Barovero devolvió un remate de Lautaro Acosta cara a cara y a quemarropa. A los 23’, Guillermo metió un atacante más y a sus defensores se les hizo muy cuesta arriba. El desequilibrio no le dio la claridad necesaria, y sí mucha confusión defensiva. Para colmo en enseguida llegó el segundo de River, quien luego contó con muchas situaciones  más para aumentar. A esa altura, Lanús era todo desorden, y respondía con voluntad pero sin ideas. Su momento había pasado y ya no tenía con qué. La racha ganadora se terminó y no hay tiempo para lamentarse. En dos días juega el partido más importante y definitorio de lo que va del año. Dos días para    recuperar físicamente a los que están para jugar y reemplazar con acierto a los que no estén en condiciones atléticas como para asumir un compromiso que vale gran parte del semestre

Marcelo Calvente


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