Finalmente, el superclásico se
jugó sin público visitante. River fue superior, Boca convirtió el gol y lo
aguantó a lo Platense, y todo continúa con normalidad. Hasta fin de año,
anunciaron, se juega así, sin parciales de la visita A decir verdad, pensábamos que la situación de
violencia permanente merecía medidas más profundas y directas sobre los grupos
delictivos, sin embargo la prohibición resultó ser un alivio para todos
aquellos apasionados que arriesgaban su vida yendo con sus hijos a cancha ajena
pese a todo lo que venía sucediendo. Maltrato policial, extorsión trapitera, el
desprecio del club local que hacina a los visitantes en el peor rincón del
estadio aún cuando no está cubierta ni la mitad de su capacidad, ánimos exacerbados
por algún fallo, salidas sin policías, clima de emboscada.
Para la justicia provincial, el asesino del Zurdo no delinquió |
Hagamos un poco de memoria. La
crisis llegó a un punto de inflexión con la muerte del hincha granate Daniel Jerez.
Las imágenes de la brutal represión policial a espectadores comunes que
intentaban huir de su furia demencial, sumado a la seguidilla de luchas
internas de las barras más importantes y mediáticas -que explotó semanas
después con la batalla del bajo flores entre barras de Boca, con dos muertos,
antes de un partido con San Lorenzo- bastaban para que cualquier persona
conciente tome la decisión sensata de no ir más de visitante. Parecía una
medida de emergencia, un manotazo de ahogado de quien no puede ponerse a pensar
algo más definitivo y riguroso en respuesta a tanta violencia y de tan distinto
sino. Pensábamos que mucho no iba a durar, pero las barras dieron una manito
con sus amenazas públicas, por lo que nadie puede ni quiere tomar la decisión
de levantar la prohibición, y a decir verdad, tampoco son muchas ni muy poderosas las voces que lo exigen.
La medida
represiva era de una necesidad imperiosa habida cuenta la incapacidad para
terminar con la violencia en el fútbol de todos los gobiernos democráticos que
sucedieron al último golpe de estado. Se sancionaron leyes que no se aplicaron,
se debatieron políticas para combatir un comportamiento violento y creciente,
que en tanto no se frenaba, fue cambiando de eje. Hace muchos años que las peleas
de barras se transformaron en luchas internas. Es por el derecho exclusivo de
extorsionar a los dirigentes de los clubes que los distintos grupos delictivos
se enfrentan a balazo limpio. Ya no persiguen a barras rivales, nadie quiere
arriesgar soldados peleando por los colores cuando la lucha es contra el
grupete del para-avalanchas de al lado, y es por plata y a muerte.
El último viernes, en los
momentos previos al inicio del partido entre Independiente y Unión por la 11ª fecha
del torneo Nacional “B”, se anunciaba un muy esperado choque entre dos
fracciones de hinchas del local. Una de Bebote, la otra de Loquillo, según
ellos mismos se presentan. Optando por no suspender el partido, la policía
provincial hizo inteligencia entre los grupos antagónicos, produjo varias
detenciones y secuestró distintos tipos de armas antes de que el enfrentamiento
se produzca. ¿Podrán seguir controlándolo a futuro? ¿Podrán las barras evitar
la filtración informativa sobre los sucesos que piensan llevar a cabo? Por lo
pronto, los detenidos van saliendo uno tras otro…
"Vieja, agarro las cosas para ir a la cancha...". |
Independiente y Boca son dos
casos testigos. Los cabecillas son públicos y sus seguidores muy fáciles de
identificar, ya que privados del terreno neutral, están obligados a enfrentarse
en el patio de la casa, es decir, en el estadio propio y cuando se juega de
local. Ya sin público visitante, es nula la excusa de que piden las entradas y
los micros pa´ los muchachos. Detenidos y una vez a disposición de la justicia,
los famosos cabecillas de estas barras deberían explicar el verdadero motivo de
tan difundidas peleas, decir lo que todos sabemos, el dinero del club de sus
amores exigido mediante extorsión y apriete a los dirigentes. Tal vez como
continuidad de la prohibición al público visitante se pueda ejercer un mayor
control puertas adentro -la puerta de la tesorería más precisamente- de las
instituciones en situación crítica. No debe ser muy difícil para los entendidos
en el tema contable establecer en cada institución la ruta del dinero por el
que luchan las barras, ni tampoco dilucidar cuando un dirigente cede por
indefensión, miedo o extorsión y cuando lo hace como cómplice. Y de paso
también investigar el manejo interno en entidades que firman contratos
millonarios con algunos jugadores, mientras les deben cinco meses de sueldo a
sus empleados.
Esta lucha contra la violencia en
el fútbol, más precisamente por la disolución de las barras bravas, es tan de
todos como el fútbol mismo. Porque lo que se afanan es la plata del Fútbol para
Todos, que es ni más ni menos que la plata que pagan todos los argentinos, le
guste o no el fútbol, un millonario reparto entre las entidades participantes
de los distintos torneos, que a su vez distribuyen principalmente entre sus
futbolistas, y poco y nada queda para el patrimonio institucional, salvo pocas
y conocidas excepciones, como Vélez,
Lanús y algunos más que intentan copiar la
fórmula. A simple vista, la decisión de
prohibir el acceso del público visitante en el fútbol argentino es una medida
que parte de una incapacidad manifiesta para encontrar otra mejor, al menos una
más democrática. No obstante, la misma sirve para despejar un terreno que
promete sangrientas batallas que deben ser evitadas con trabajo previo y la
lupa de la justicia bien calibrada sobre los sospechosos, hasta que esta
modalidad delictiva sea definitivamente derrotada y que los hinchas verdaderos puedan
volver a apasionarse en las tribunas sin correr riesgos inútiles.
Marcelo Calvente
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