Al final tanta expectativa,
tantas notas periodísticas anunciando un gran partido, una buena convocatoria, fuegos de
artificio, estuvo todo y quedó en nada. Un verdadero bodrio pese a las muchas
situaciones de gol que tuvieron ambos en el segundo tiempo. En un partido muy malo, con más pases al rival
que al compañero, Lanús tuvo el doble de llegadas que River. No en el primer
tiempo, que fue para olvidar y casi sin peligro para las vallas, pero sí en el
complemento, el equipo de Guillermo debió convertir alguna da la media docena
larga de situaciones que tuvo, siempre en el marco de un trámite confuso y
enredado, técnicamente hablando un verdadero fiasco. El empate final en cero para
River fue un alivio que no promete nada bueno, en cambio para Lanús fue una
frustración que, paradójicamente, le aclara el panorama. Sabe que en Núñez y presionado por su gente, River
tendrá que salir a buscar el gol, cediendo de esa manera espacios a un Lanús
que ya exhibió con creces su poder ofensivo, se sabe que su potencia en ataque se
multiplica cuando dispone de espacios, con su delantera de velocidad y
fuerza es una temible amenaza para cualquier rival. Ninguno se fue conforme pero al menos River se fue aliviado de la cancha. A uno le cuesta creer que sus hinchas de tan mentado paladar negro aún respalden a Ramón Díaz. No porque esté mal brindar apoyo,
sino porque jamás en los más de cien años de fútbol argentino, el equipo de la
banda roja fue tan mediocre y su juego tan incierto e inofensivo. Sospecho que al
haber conocido el barro del descenso, tal vez sin notarlo hayan cambiado para siempre. Así me parece. Y estoy seguro que si Ángel Labruna se levanta de la tumba y le hacen ver los últimos dos partidos de su River
en Lanús, hincha el lomo y mete un pique corto, como en sus mejores tiempos, pero para volver
a meterse de cabeza en el cajón.
Teo y Lea la pelean, una postal del partido |
Dividimos como es nuestra costumbre cada
tiempo en tres segmentos de quince minutos. Durante los primeros quince se
prestaron la pelota, pero desde ahí hasta los treinta, River corrió mejor y
dispuso de más espacios. Tuvo mucha comodidad para recibir y ofertas varias de
descarga, atravesaba la línea media local con alguna facilidad aunque se diluía
en las cercanías de Marchesín. Lanús no se paraba bien, siempre estaba lejos
del rival y la pelota. De a poco fue ajustando y empezó a tomar contacto con el balón, pero los metros que el Grana avanzaba en diez pases, River los hacía en tres,
aunque ninguno de los dos lograba llegar al área. En los últimos 15` la visita fue entrando en
confusión y de apoco se fue metiendo en dominios de Barovero. En eso estaban en
el minuto final, cuando Ortiz cabeceó desviado sólo ante el golero. Salvo en
esa del cierre, los arcos no salieron en las fotos del partido. Al cabo de esa
pobre primera parte en la que el marco y los ingredientes se comieron al
partido mismo, el entretiempo era la chance de los entrenadores de ajustar algo
de lo mucho que cada equipo había hecho mal en un partido de dientes apretados
pero flojito de ideas.
Y a decir verdad, al menos en lo
que respecta a emociones, en el complemento el partido levantó y después de un
cuarto de hora de ida y vuelta los merecimientos fueron exclusividad del
local, que dispuso de no menos de seis
situaciones claras para convertir pero falló el toque final. Como había
ocurrido en los últimos diez del primer tiempo, en los quince finales River volvió
a bajar los brazos, mucho más al quedarse con un hombre menos por expulsión de
Álvarez Balanta -sanción que debió haber sufrido diez minutos antes- se
aferró desesperadamente al empate que se le escapaba de las manos, como quien
se aferra al mal menor. El apuro y la mala puntería de los locales le
permitieron a duras penas sostenerlo hasta pitazo de Trucco indicando el fin de las acciones. El empate en
cero conseguido a lo Platense y jugando a
contrapelo de su propia historia hubiese sido una afrenta para el viejo River
Plate, aquel que fue millonario, pero para este River desquiciado y andrajoso,
en crisis político-económica terminal y víctima permanente del saqueo de
propias manos infieles, fue casi un buen resultado. Y lo pudo ser, porque su
público no estaba presente en el estadio. A 57 años exactos de aquel mítico
partido de 1956 que terminó con el sueño de Los Globetrotters, River y Lanús se
volvieron a medir en el mismo lugar, pero todo ha cambiado demasiado.
El Pelado Silva elude a Germán Pezzella |
Si bien ambos se fueron
desconformes, la rueda de prensa dejó en claro los verdaderos sentimientos, esos
que surgen con la cabeza fría y el resultado puesto. Ramón mostraba en su
rostro más preocupación que conformidad. Sabe que Lanús fue superior tanto como
en el encuentro por el Torneo Inicial que River terminó ganando de chiripa, y
que si en ambas el Grana no lo pudo plasmar en el resultado se debe la poca pericia de
sus futbolistas en la definición. Ortiz, el Pulpito, dos veces Acosta, dos Melano, otras tantas
del Pelado Silva, se fueron desperdiciando las chances que con mucho esfuerzo y
sin jugar bien, el equipo había creado. Ramón sabe que de local va a tener otra
presión, la misma que hoy le nubló los pensamientos a Lanús. Hoy ante su gente
y en un partido con antecedentes calientes muy recientes, el Granate tuvo demasiado
nervio y se mancó cuando debió serenarse para convertir. Nunca fue claro, pero
sí fue profundo. Barovero hizo el resto. Ramón sabe que se juega su futuro en
siete días en el Monumental, y que de no conseguir un gol en la parte inicial,
el complemento será un dolor en crecimiento paulatino para sus oídos y el de
sus jugadores, ante un rival que a medida que transcurra el tiempo irá ganando
en tranquilidad y que, lo ha demostrado claramente, tiene los dientes muy
grandes para comerlo mejor. Como sea, hay que esperar siete días para saber el final de
esta historia.
Marcelo Calvente