Lo que alegra o apena en el
fútbol, nadie lo duda, son los resultados. Lo que tiene que ver con el
rendimiento, con el juego y hasta con los merecimientos, ya entra en el terreno
de lo subjetivo. El optimista lo ve de una forma, el pesimista de otra. Lanús
arrancó el semestre con emociones a granel: Con alarma por una actuación
preocupante en el partido de ida ante el Mineiro, los optimistas
celebraron el 0-1 en contra mientras los pesimistas se veían eliminados y con
derrota segura en Brasil. Pero llegó la sorpresiva e inolvidable victoria por 3 a 2 ante 60.000 brasileños,
torcedores habitualmente alegres y vencedores, observando el gol del Laucha
Acosta en el descuento con cara de 7
a 1. El fin de la película en el alargue hizo olvidar la
euforia de ese momento, el orgullo por una actuación para la historia, un Lanús
ganador de visitante ante un grande entre los grandes, el de un país donde las
victorias argentinas nunca fueron frecuentes.
Del arranque a los 35 de la etapa
inicial del choque de ida ante el Mineiro, Lanús fue construyendo una
superioridad ofensiva en base a potencia pero escasa de precisión, que se fue
agrietando por el nerviosismo creciente de la dupla central debutante. Lo
dijimos hasta el cansancio: El defensor inseguro no encima, entrega un par de
metros, prefiere proteger su zona que recuperar la pelota. En ese retroceso el
rival dispone de espacios para ejercer domino, agrega un volante para tener más
descarga. Y ese retroceso estira las líneas, los pases se vuelven más imprecisos,
se funden los laterales y volantes condenados al heroico ir y venir en soledad.
Y como una parte se retrasa y la otra sigue atacando, la cancha se rompe en la
zona media, y algunas veces la grieta no divide parejo. Es allí donde Lanús
empieza a cometer un error que no condice con su nivel competitivo: Pierde una
marca en la zona de peligro, y le convierten con sólo ubicar en tres pases al
hombre que llega cara a cara con Marchesín, como varias veces estuvo Mineiro en
Lanús, y casi todas las desperdició.
Lautaro festeja su gol en Brasil, una alegría inolvidable |
La sorpresa fue la actuación granate
en Belo Horizonte. A lo grande, con una enorme actitud competitiva salió a
ganar con una convicción que ni el penal vergonzoso que le cobró el uruguayo
Silvera, ni el error defensivo de Braghieri que le costó el empate transitorio
pudieron detener. El planchazo de Acosta en el último suspiro, que ni Silvera
ni ningún árbitro del mundo se animaría a cobrar, seguramente será una de las
imágenes de la fiesta del centenario, una breve secuencia fílmica que ilustrará
por siempre esta maravillosa parte de la historia de la entidad granate. Es
preciso comprender lo cerca que estuvo de una conquista internacional descomunal.
Y es necesario recordar las emociones de ese momento, el impresionante grito de
gol que recorrió la noche de una ciudad tensa e incrédula del sur de Buenos
Aires saltando de alegría frente al televisor, para poder digerir la insólita
manera en que cayó derrotado enseguida, haciéndose dos goles en contra -uno en
cada tiempo de un alargue de 30 minutos- dos baldazos de agua fría que
terminaron imprevistamente con el sueño fantástico, que se desvaneció, como
suele ser, a la hora de los cuentos, con Gómez sin sacar la carroza y con Ayala
poniendo mal el zapallo.
Sin atacar a fondo, ante un rival
confuso que no podía producir peligro pero que lo intentaba, Lanús en el
alargue empezó a construir la secuencia conocida: Retroceso, estiramiento,
falta de precisión en ataque, problemas en la vuelta, error defensivo, gol de
rival, que en este caso no fue del rival sino en contra, y no fue uno sino dos.
El primero de Gómez, una desgracia: a los diez minutos del primer tiempo del
alargue, un desborde en el área sin destino, el temor al penal, un rebote
maldito de los que suele haber cuando se defiende muy atrás, y la pelota que
entra mansita y sin arquero. Con el equipo obligado a buscar el empate, agotado
y disminuido por las lesiones de Araujo y Braghieri, Guillermo armó la defensa
como pudo. El segundo, a siete del final, fue
una tontería de Ayala -esa pelota era pararla de pecho o ponerla en
órbita- el rabillo de su ojo izquierdo
debió percibir el movimiento de Marchesín.
Los golpes duros riegan la planta
del pesimismo. Y la merecida derrota ante Colón empeoró las cosas y dejó a
Lanús en un mar de lágrimas. “Este equipo
supo ser mejor, los refuerzos no son del nivel, Juan, Perico y Andrés se tienen
que ir” dice el ofuscado. “Ya
sabíamos que iba a ser difícil reemplazar a Goltz e Izquierdoz, por eso
costaron lo que costaron. A Braghieri lo conocemos y lamentamos en su momento
su partida. Y a Gómez lo tenemos que esperar…” el comprensivo le busca la
vuelta. Pero lo mires de donde lo mires, el problema de Lanús está ahí y descalabra
todo el andamiaje del equipo. Y ocurrió, con distintas características, en los
tres partidos disputados hasta hoy, los tres culminados en derrota.
Colón, de contra, eliminó a Lanús de la Copa Argentina |
En el inicio en Sarandí, Lanús fue
arreando a Colón contra su arco por mayor categoría individual, de la mano de Somoza y con la peligrosidad de Silva, pero con poco de Astina y del Pulpito, y nada de Firulete y de Melano, el grana no estuvo fino para generar peligro. De a poco el sabalero empezó a encontrar facilidades para la respuesta larga, y en tres pases pisar el área de Marchesín. Y la secuencia maldita: había que tomar tres marcas, y las tres se tomaban mal, entregando más tiempo y espacio de lo debido. Inseguros desde el primer partido, incómodos en sus puestos, Gómez y Braghieri no están para achicar las espaldas de los laterales como hacían sus reemplazados. Las distancias a recorrer por los volantes se vuelven inmensas. Colón empezó a generar más y más peligro, hasta que Somoza, después del grave error de Pompei, no bajó a tomar la marca del pibe Callejo, que recibió solo y definió muy bien ante Marchesin. El partido termino en derrota con la impotencia ofensiva de un equipo cansado por tres jugados en quince días, sin movilidad, con poco y nada de aquel fuego de cuatro días atrás. Increíblemente, ya hay quienes empiezan a hablar de ciclo terminado, sin entender que el dineral que embolsó Lanús y la obtención dela Sudamericana fue obra del Mellizo, como lo fueron
de Zubeldía y de Cabrero las campañas y las grandes ventas realizadas en sus ciclos
respectivos.
Las cartas estaban echadas de
antemano, y las primeras fueron difíciles: El Mineiro acá y allá, Colón por la Copa Argentina , y ahora hay que
viajar a Japón con la bronca, la desilusión y el cansancio a cuestas por dos
estrellas perdidas, para intentar que la tercera sea la vencida. Hay cosas que
se pueden solucionar y otras que no. El semestre será cargado y Goltz y el Cali
son tan difíciles de suplantar como se suponía, pero el entrenador debe
corregir lo que sale mal, y si es necesario intentar variantes, ya sea individuales
o colectivas, él sabrá cuales y de que manera, porque parece haber jugadores
que están pidiendo el reemplazo a gritos, y en el plantel no se advierte el
suficiente recambio ni de la categoría necesaria, sobre todo del medio para
atrás. La próxima estación es la soñada Tokio, en siete días, a las siete de la
mañana y en el culo del mundo. Y pese a todo, en Lanús sigue habiendo
optimismo.
Marcelo Calvente
Buenísimo! Gracias a tus comentarios aprendo sobre el fútbol. Gracias, Marcelo!!
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