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sábado, 14 de noviembre de 2015

La increíble historia del primer despojo


En 1949 Lanús recibe el primer gran revés de su vida deportiva: de manera injusta y arbitraria es condenado a descender a la B en una particular definición ante Huracán. Ambos equipos habían igualado la última posición con 26 puntos, uno menos que Tigre y Boca. Fue la primera final por la permanencia de la historia. Se decidió jugar dos partidos en cancha neutral -el primero en San Lorenzo el 18 de diciembre, con ajustado triunfo de Huracán por 1 a 0, y el segundo en Independiente, amplia victoria granate por 4 a 1, encuentro disputado increíblemente la tarde del ¡24 de diciembre! a estadio repleto, sin que valga la diferencia de gol. Al no haberse pensado antes de qué forma se jugaría un hipotético desempate, la AFA decide la disputa de un tercer encuentro, que se jugó en San Lorenzo el 8 de enero de 1950, una vez más con estadio a reventar de espectadores, varios de ellos simpatizantes de otros equipos convocados por tan dramática e interminable definición. Nadie imaginaba que el equipo del poderoso militar amigo de Perón, Tomás Adolfo Ducó, por entonces presidente de Huracán por quinta vez, pudiera perder con el humilde cuadro del suburbio de Lanús. Desde las sombras del poder, el coronel Ducó manejaba también la AFA con mano dura. Tan dura que no necesitaba pedir un favor. Pero no tuvo en cuenta que los árbitros ingleses tenían aún muy arraigado el sentido de justicia, y aunque sufrían incontables problemas con el idioma, ignoraban todavía el interés que había detrás de tal o cual divisa. Habían llegado por vez primera al país a principios del 48  convocados ante los sospechosos arbitrajes de los jueces argentinos, luego de que en Rosario el árbitro Osvaldo Cossio fuera providencialmente salvado por tres soldados, cuando un nutrido grupo de hinchas de Newell’s, después de una derrota agónica ante San Lorenzo, estaba a punto de colgarlo de un árbol del Parque Independencia con un cinturón alrededor del cuello. Los árbitros ingleses podían equivocarse, pero no se permitían la mínima duda para sancionar o no una falta, fallaban siempre con imparcialidad y sin tener en cuenta la conveniencia del poder de turno. Así fue hasta que sus cualidades se interpusieron a los intereses de Tomás Adolfo Ducó, y a punta de revolver comprendieron mejor la situación.  

Pairoux, de penal, marca el 2 a 1 parcial para Lanús
La AFA había decidido que la cuestión no podía extenderse más y por eso en caso de empate al cabo del tercer partido se jugaría un alargue de 30 minutos. Fue el 8 de enero de 1950 en el Gasómetro de Avenida La Plata, un emotivo y cambiante cotejo con empate parcial en tres goles, cuando a  dos minutos del final los jugadores de Huracán abandonaron el terreno por orden de Ducó, desconformes con la anulación de un tanto a su favor. Imaginemos la escena: En diciembre se jugaron dos partidos, en enero se disputa un tercero, el resto de los equipos no tiene competencia, y todos los ojos del fútbol argentino apuntan sobre la controvertida final. Los jugadores del Globo, encabezados por el poderoso dirigente de su club, no entienden ni aceptan el fallo del inglés Bert Cross. La decisión arbitral había sido tomada a expensas de uno de sus jueces de línea, quien alzaba insistentemente su banderín desde antes de la conversión para informar que en el inicio de la maniobra la pelota estaba en movimiento. De esta manera, el juez principal le anula al Globo el gol que inicialmente había convalidado. Ofuscados, despreciando además el empate parcial y el tiempo complementario que había por delante, los futbolistas del Globo se retiran del terreno ante más de 50.000 personas, cometiendo de esa manera una infracción que desde el inicio del fútbol y hasta hoy se pena indudablemente con la pérdida inmediata del partido.


El dramático encuentro prosigue de manera insólita. Pese a la ausencia de la totalidad de los jugadores rivales, los futbolistas Granates reciben con asombro la orden del árbitro de poner la pelota en movimiento desde el lugar donde se había cometido la infracción señalada. La empiezan a llevar hacia el arco contrario sin oposición –aunque también con poca convicción- porque la escena es francamente absurda. Se muestran desorientados ante la insólita circunstancia, pero igual avanzan sobre la desguarnecida valla rival. Sin embargo, en el momento que Daponte ejecuta el remate final,  el árbitro Cross, vaya uno a saber que le pasó por la cabeza en ese instante crucial, qué repentino temor lo animó a tomar tal decisión, hizo sonar el silbato y suspendió el partido antes de que la pelota transponga la línea de gol del arco de Huracán, para después dirigirse a su camarín y tratar de repensar la situación. Hay quien dice que ante la inconcebible circunstancia y el idioma casi desconocido, el inglés fue superado por la situación y se asustó. Otros afirman que en el camino fue amenazado de muerte. No es difícil imaginar lo que pasó puertas adentro del vestuario cuando redactó el informe ante la presencia del propio Ducó.

Los espectadores permanecieron en el lugar durante casi una hora más esperando que se juegue un alargue que, luego de la suspensión, anunciaron los altoparlantes del estadio y que finalmente no se disputó. Insólito por donde se lo mire. A partir de ese inesperado informe del juez se van a aferrar Valentín Suárez -hombre de confianza de Ducó, histórico dirigente de Banfield y entonces flamante presidente de la AFA- y sus secuaces de los clubes grandes, los que votaron en contra del reclamo de Lanús, que exigía se le adjudique la victoria y la permanencia en la categoría, como claramente indica el reglamento. Nada de eso ocurrió. De forma descarada beneficiaron al equipo que desconoció un fallo arbitral, que no quiso seguir jugando y que abandonó el terreno. Luego de varias semanas de dilaciones, en lugar de castigar a Huracán con la derrota y el descenso que merecía, ordenaron un nuevo partido.

La historia vuelve a repetirse 38 días después, el 16 de febrero de 1950, en el estadio de River Plate, ante 45.000 aficionados convocados por un choque tan controversial como nunca había habido otro en la historia del fútbol argentino, que resultará atrayente, cambiante y con muchos goles. Pronto, en el terreno de juego sucedería lo que muchos temían. El árbitro designado, Johan W. Muller, había resuelto ser más razonable y obediente que su compatriota Bert Cross; por eso, Lanús fue perjudicado de forma descarada de principio a fin del partido. No obstante, el Grana domina y se adelanta en el marcador por intermedio del Gordo Lacasia a los 19 minutos de juego. Trejo lo iguala a los ’34, y tres minutos después Pairoux, de tiro penal, pone de nuevo en ganancia a Lanús, que se va al descanso con un parcial de 2 a 1 arriba. No es difícil imaginar el drama de Muller. Sabe que debe evitarlo, está en tierra extraña, en un tiempo político de cambios profundos y cargado de violencia. Teme por su vida y se convierte en protagonista destacado con sus fallos, todos favorables al equipo de Ducó. Con su ayuda, Trejo marca el empate transitorio a los 4’ del complemento. Con el empate parcial, Lanús se vuelca con todo a la ofensiva y Muller le niega la sanción de un claro penal a favor por fuerte falta dentro del área de Uzal, defensor del Globo, a Osvaldo Gil. Huracán estaba siendo desbordado, hasta que a los 34 minutos, en una de las pocas contras que su equipo pudo hilvanar, el volante derecho de Huracán, el petiso Omar Muracco, desnivela y pone el 3 a 2 para su equipo. Lleno de rabia e impotencia, Lanús se va con todo al ataque buscando el más que merecido empate, y enseguida el árbitro le vuelve a negar la sanción de otra clara falta del mismo Uzal dentro del área, en este caso en perjuicio de Lacasia, lo que provocó una violenta reacción de los futbolistas granates. El árbitro ingles sabe que de ninguna manera puede ganar Lanús, pese a que a lo largo de la interminable definición había demostrado ser claramente superior a su rival. Para poner fin a tanta incertidumbre buscará sancionar un penal para el Globo. Fue en la siguiente jugada, en una infracción dudosa cometida por Roberto González medio metro afuera del área de riesgo, cuando Muller le da el tiro de gracia a Lanús sancionando penal en favor de Huracán. La escena no es menos dramática que las anteriores: ante semejante marco, con resultado adverso por 3 a 2 a favor del Globo y dos minutos por jugar, los jugadores Granates rodean al juez y pronto comprenden que están perdidos.
En River, Lanús impide la ejecución del penal 


Sin dirigentes a la vista a quien consultar, se juegan la última y desesperada carta. Con el capitán Salvador Calvente al frente de sus compañeros, en cuestión de segundos los futbolistas granates toman una valiente decisión que quedará en la historia del fútbol argentino: ante 50.000 sorprendidos espectadores, se sientan en el césped frente al punto penal e impiden la ejecución de la sanción hasta que el juez da por suspendido el encuentro. Con ese recurso evitan una segura derrota en el terreno de juego y obligan a llevar nuevamente la definición a los escritorios de la AFA, para que los verdaderos responsables de semejante despojo resuelvan la cuestión ante los ojos del país todo y pongan en evidencia el descarado accionar de la entidad rectora. Todo el escándalo tenía una motivación. Para los equipos grandes era indispensable que los seis elencos cuyo voto valía por tres mantuvieran la categoría -Huracán era el sexto- y así conservar los 18 votos que le otorgaban mayoría, sobre 17 que sumaban los representantes del resto de los equipos de menor convocatoria. Pese a que el mundo del fútbol se indignó ante la infamia, apenas un par de días después, y sin más dilaciones, la AFA le dio por perdido el partido a Lanús, que durante 1950 debió militar por vez primera en la divisional B, y que al cabo de ese año ganará el título con comodidad en un torneo por demás corto, recuperando la categoría de manera inmediata y dando comienzo al espectacular ciclo de Los Globetrotters, otra extraordinaria página de la historia Granate. 

Marcelo Calvente


miércoles, 11 de noviembre de 2015

LA REUNIFICACIÓN DE LA UNIDAD

Este nota fue escrita el 2 de julio de 2012, y demuestra que es la segunda vez que Nicolas Russo cede por el bien de la unidad


Hay que situarse en la Argentina de 1973, en la vuelta de Perón, en la masacre de Ezeiza y el resto de un derrotero político corto y caótico que dejó un tendal de muertos y que vendría a concluir con el golpe de estado y la diabólica matanza que lo sucedió. El mismo tiempo, y en forma casi simultanea, padeció Lanús hasta encontrarse también a las puertas del infierno. Pero mientras a su alrededor el odio y el crimen todavía gobernaban, con un inolvidable acto de amor, desprendimiento y valentía, un grupo de socios arriesgó su patrimonio para salvar al Club que irremediablemente se moría. Corría 1981, el último de los tres años en la “C”, vividos por los granates como una tragedia que el tiempo y la distancia transformaron en más brillo para su leyenda, porque habiendo jugado con Piraña, Riestra y Gral. Lamadrid, apenas trece años después Lanús levantó la Copa Conmebol y fue subcampeón de Primera.  Ese milagro pudo ser posible por tipos como Néstor Díaz Pérez, José Villamil, Roberto Rotilli, Horacio Magnaghi, Daniel Setta y varios granates más que no conozco, encabezados por Carlos González, fueron la garantía de la patriada que terminaría siendo la piedra fundamental de la reconstrucción de este club, que gracias a otros notables dirigentes, siempre basados en la unidad y el desinterés personal como mandamiento, se ha convertido en el ejemplo a seguir en el Fútbol Argentino.
Lorenzo D'angelo fue electo diputado por el justicialismo -después de muchos años sin vigencia de las urnas- el 11 de marzo de 1973, y un año después asumía como presidente de Lanús. Su gestión será inolvidable por la obtención de más de 100.000 m2 que pertenecían al ferrocarril, un aporte que el tiempo cotizará al precio de la tierra, pero que por entonces para poner en valor el enorme baldío y desarrollar el crecimiento institucional a partir de la construcción de nuevas instalaciones, exigía de una inversión dinero que Lanús no tenía. Con la mejor intención, D'angelo trajo a Francisco Leiras, un directivo de Sasetru con altas pretensiones políticas a nivel provincial, dispuesto a poner ese dinero y obtener el prestigio que le permitiría alcanzar sus objetivos personales. No era socio, ni siquiera era hincha de Lanús, pero ese no fue obstáculo para incorporarlo de manera súbita a la cumbre política de nuestro club. Sería injusto omitir que en ese sentido y mientras pudo, Leiras cumplió, y con el aportedel dinero prometido Lanús regresó a primera en 1976, después de cuatro años en la “B”.
Pero en el interín el país estalló, el pueblo dejó de mandar y todo quedó en manos de los milicos que iban a perpetrar el peor golpe al bolsillo de los trabajadores, así tuvieran que masacrar decenas de miles de personas para llevarlo a cabo. En marzo de ese año, la junta militar  dejó a D'angelo sin fueros, sin libertad y sin club, y lo borraron de la vida pública. Así fue que Leiras, su vicepresidente, como un año antes Isabelita y López Rega en la Nación, se encontró con la suma de un poder que no sabría manejar, y que tendría graves consecuencias. Leiras siguió poniendo plata que el mismo malgastaba por falta de capacidad y conocimiento hasta que SASETRU se fundió. El club se empezaba a sumir en la oscuridad, y las torres de luz sin luz del estadio, por años simbólicos testigos mudos y ciegos, no podían alumbrar para  ver venir lo que vendría.  
La luz llegaría a Lanús en 1981. A la patria un año después. Desde allí, los destinos de ambos se distanciarían drásticamente. El club recorrería un sendero fabuloso de crecimiento deportivo, prosperidad económica y orden institucional, siempre con la unidad como bandera, no exento de desavenencias y conflictos internos, que siempre se fueron superando porque primero estaba el club Lanús. El mismo Néstor Díaz Pérez mantuvo interminables diferencias con el Dr. González y sus socios del estudio jurídico -todos ellos ocuparían cargos relevantes en la era de la reconstrucción- y siguieron trabajando juntos pese a esas inacortables distancias de criterio. A la patria no le fue tan bien, la política no estuvo a la altura de las circunstancias. Lo que en Lanús era lema de honor, la honestidad, en la política fue moneda infrecuente. Después de tantos años de engaño y desencanto, la clase política convirtió en harapos el prestigio de antaño, mientras las últimas gestiones llevaron a Lanús a la elite de los cuatro mejores equipos del último lustro, una de las entidades más sólidas y pujantes del país, si no la más, y a sus más prestigiosos y premiados dirigentes, Alejandro Maron y Nicolás Russo, a ser codiciados candidatos para aquellos que ejercen el poder político, quienes por desprestigio personal y partidario necesitan vicarios de honor probado y caras nuevas. Tanto creció Lanús en estos treinta años que se ha dado vuelta la ecuación de Lorenzo D'angelo y Francisco Leiras. 
En la práctica, lamentablemente en 2010 la bandera unitaria dejó de flamear, apenas  a días de la asunción de Nicolás Russo. Una decisión sobre cuestiones de gestión desató la ira de Alejandro Maron contra el  presidente, apenas unos días después de haber festejado juntos la victoria electoral. Pero como la victoria fue de la unidad, el encono irreversible de Alejandro lo ha convertido en un opositor solitario, puesto que sus seguidores forman parte de la actual conducción. Algunos muy destacados, como Norberto Solito, Daniel Fux y Roberto Vidal, miembros de la mesa chica, vienen trabajando codo a codo con Nicola y no comparten la idea de la ruptura. El propio Emilio Chebel, socio de Maron, está haciendo todo lo posible por evitarlo  Quienes insisten y lo tientan a romper, una patrulla perdida de operadores de Internet de escaso vuelo intelectual, han creado en la red y los medios partidarios un micro clima anti Russo que no existe en el club sino de manera súper minoritaria. La muy concurrida convocatoria de Nicola para sostener la unidad, presentar a Beto Monje como candidato y pedir por última vez la reunión que defina el futuro de ambas corrientes políticas y del club, fue una muestra de esto. Pero quienes caigan en la poco confiable certeza de ser mayoría deben comprender que en la hipotética contienda no habrá ganador. Nada volverá a ser igual si medio club gobierna y la otra mitad ejerce la profusa, despiadada e insultante oposición que de manera anónima se puede implementar casi en soledad en la era digital.
Para seguir creciendo hace falta el aporte de todos, y la mejor manera de conseguirlo es que por ahora, ambos dirigentes se abstengan de ocupar cargos. Nicola ya lo hizo público; inhabilitado para cargos de conducción, desiste también de cargo menor alguno atento a la coyuntura. Alejandro está habilitado, pero más allá de las razones de cada parte, fue quien renunció a toda posibilidad de acercamiento. Durante todos estos años sostuve que jamás Alejandro Maron, una persona a la que aprecio y respeto, uno de los mejores dirigentes de la historia del club, sería el responsable de apartar a Lanús del camino correcto. Por eso, hoy que los tiempos se acortan dramaticamente, me permito recomendar que él y su agrupación deben comprender que no puede ser candidato por la Unidad un dirigente que, más allá de sus grandes valores y cualidades que nadie puede discutir, durante los tres años de mandato de su sucesor, en la práctica, no formó parte de la misma. Y es por eso mismo que sostengo que para ser el presidente del club por la Lista Unidad,  primero debería volver a ser parte de ella.

por Marcelo Calvente

jueves, 5 de noviembre de 2015

El fin de la fiesta



Parece que el tiempo de la unidad política en el club Lanús llegó a su fin, que en diciembre va a haber elecciones y se enfrentarán en las urnas la Lista Unidad por un lado, la de siempre, compuesta por todas las agrupaciones, y por el otro la Agrupación Unidad, o una parte de ella que se aleja de la lista unitaria que gobierna al club. Lo curioso es que quien conduce la revuelta es Alejandro Marón, el presidente saliente, que después de un gobierno inexplicable y repudiado por la gran mayoría de los socios, incluso los de su propio espacio, decide no dar un paso al costado, despreciar todas las ofertas razonables de acuerdo, e ir por su reelección para intentar rehacer lo que él mismo comenzó a destruir desde el primer día de su último y lamentable retorno. Ante la sorpresa de todos, lo intenta sin saber a ciencia cierta si alguien en verdad lo sigue, más allá de las fidelidades obligatorias de los que le deben, los más cercanos. De a poco, aunque anunciada y previsiblemente, Lanús se fue convirtiendo en un sainete que oscila peligrosamente entre la comedia y el drama, y los medios especializados empiezan a preguntarse qué es lo que ocurre en el club modelo.

Para no ir tan atrás en el tiempo, llevemos el almanaque a 2007, el año de la vuelta olímpica en la Bombonera, cuando la unidad política estaba en su apogeo y todo funcionaba a la perfección, mientras Alejandro era la figura pública y recibía los honores, en tanto Nicola manejaba el fútbol con dedicación absoluta. Pero al llegar diciembre de 2009 finalizó el segundo mandato consecutivo de Marón al frente de la entidad -el estatuto le impedía un tercero- Russo fue su sucesor natural, y el presidente no lo soportó. Enojado desde las primeras decisiones que tomó el flamante presidente, alistando su breve ejército de ponedores de palos en las ruedas dispersos en todo el club, con su cómplice Emilio Chebel metido en el medio y jugando al componedor, Alejandro Marón se dedicó a esperar su retorno lleno de rencor. El resto es sabido: el tercer ciclo de empezó de la mejor manera en lo deportivo, el equipo de  Guillermo Barros Schelotto obtuvo brillantemente la Copa Sudamericana 2013, pero el personalismo y las decisiones inconsultas fueron erosionando el funcionamiento  institucional, y pronto repercutió en lo futbolístico: el zapatazo maldito del Bolívar, las estrellas perdidas, el chumbo en la cintura del allegado, la vergonzosa discusión en conferencia de prensa con el periodista de Olé, las ventas millonarias, las contrataciones inexplicables y la caída libre durante los dos últimos años. Sin embargo, nada duele tanto como la imperdonable Fiesta del Centenario, esa que según dicen uno planificó y el otro aprobó, en la que se ignoró a De Mario, a Lodico, al Nene Guidi; también a Nicolás Russo, a Néstor Díaz Pérez, a Juan Carlos Seeger, a Lorenzo D’angelo, a Antonio Rotili, por citar a los mandatarios más importantes. Más que una fiesta, una verdadera declaración de guerra contra el club Lanús, su gente y su historia.

Con los sorprendidos socios viendo como Lanús abría sus puertas a actos partidarios de una fracción política, en los que el presidente y la tesorera aportaban su presencia estelar, la marcha institucional de los últimos tres años estuvo signada por la mala predisposición, los feos modales y el ninguneo permanente para con el resto de los directivos. La política de incorporaciones naufragó increíblemente, con el colmo reciente de traer a Straqualursi de Emiratos Árabes con el torneo empezado, un jugador que, según sus propios dichos, al arribar al país llevaba dos meses sin tocar una pelota. Uno confía y espera que el dislate político no haya llegado a la tesorería. Es sabido que el club es altamente deficitario, y también que se realizaron transferencias por sumas millonarias. Así y todo, las señales no son auspiciosas. Al menos nadie que quiera mantenerse transparente e intachable al frente de una asociación sin fines de lucro desconocería de tal forma la representatividad de sus pares y la legalidad de sus mandatos. Ojalá que no, aunque tantos años de sacrificio y solidaridad unitaria naufragaron de manera innecesaria y caprichosa solo porque a uno se le ocurrió y el otro le dio la razón, ojalá que al menos en lo que respecta al dinero del club haya primado la cordura.

Es hora de reconstruir las bases de la unidad futura sin viejos rencores ni rencillas personales, apartando de la toma de decisiones a aquellos que equivocaron el rumbo. La recuperación no será sencilla, pero hemos salido de otras peores. Seguramente vamos a recomponer el rumbo y la concordia antes de lo pensado, y el futuro presidente tiene la capacidad y la experiencia necesaria como para devolver al club a su marcha habitual de  economía sólida y rentable. Lo que los granates nunca vamos a recuperar es la fiesta que nos merecíamos y que nos quitaron, porque cien años no se cumple todos los días, ni tampoco se disponen de dos horas de TyC Sports en horario central para difundir al club, para contar su historia. Nos tomaron por tontos y nos quisieron distraer con barcos voladores, chistes de Ruggeri, el mando unipersonal del presidente y el foco en las dos últimas décadas de vida del club, como si la rica historia granate hubiera comenzado con la conquista de la Conmebol 96. Utilizaron esas dos horas para hablar de nada, para mirar para arriba, para escuchar música aburrida. Y en esas dos horas bajaron del escenario y de la pantalla a todos los que merecían estar, nada más que para poder marginar a dos socios notables de Lanús, Nicolás Russo y Néstor Díaz Pérez, hermano de Darío, quien tuvo una actuación relevante en la última incorporación de tierras para el club. Recuérdese que por entonces Nicola y Darío, cada uno por su lado, pugnaban por la intendencia que finalmente Julián Álvarez perdería con Néstor Grindetti.


Para llevar a cabo tan repudiable fin, la Comisión del Centenario, dirigida por el inefable Emilio Chebel, planificó la fiesta durante cuatro años. Durante los tres primeros se acercaron a colaborar y se fueron decepcionados un montón de socios bien intencionados. En el último año sólo fueron quedando los más fieles y los más estoicos. Se impuso sobre los preparativos un silenzio stampa, no había manera de enterarse de nada, y enarbolaron la piñata engañosa de la gran sorpresa. Es lógico, de haberse sabido algo, no pasaba…  Para conseguir tan ruinoso fin ignoraron a las enormes figuras deportivas del pasado, a los grandes equipos que dejaron su impronta, a los duros años del ascenso. También a los hinchas que lo siguieron toda la vida, a los socios que consiguieron tierras, a los que pusieron dinero, a los que ofrecieron sus casas en garantía. A todos los granates de ley que dejaron su huella desinteresada para que viva el club, verdaderos héroes cuyos nombres y gestas fueron deliberadamente ignorados por decisión de Chebel y Maron la noche que Lanús cumplió 100 años, sólo porque uno la organizó y al otro le pareció bárbaro. Imperdonable.

Marcelo Calvente