Parece que el tiempo de la unidad
política en el club Lanús llegó a su fin, que en diciembre va a haber
elecciones y se enfrentarán en las urnas la Lista Unidad por un lado, la de
siempre, compuesta por todas las agrupaciones, y por el otro la Agrupación Unidad,
o una parte de ella que se aleja de la lista unitaria que gobierna al club. Lo
curioso es que quien conduce la revuelta es Alejandro Marón, el presidente
saliente, que después de un gobierno inexplicable y repudiado por la gran
mayoría de los socios, incluso los de su propio espacio, decide no dar un paso
al costado, despreciar todas las ofertas razonables de acuerdo, e ir por su
reelección para intentar rehacer lo que él mismo comenzó a destruir desde el
primer día de su último y lamentable retorno. Ante la sorpresa de todos, lo
intenta sin saber a ciencia cierta si alguien en verdad lo sigue, más allá de
las fidelidades obligatorias de los que le deben, los más cercanos. De a poco, aunque
anunciada y previsiblemente, Lanús se fue convirtiendo en un sainete que oscila
peligrosamente entre la comedia y el drama, y los medios especializados
empiezan a preguntarse qué es lo que ocurre en el club modelo.
Para no ir tan atrás en el
tiempo, llevemos el almanaque a 2007, el año de la vuelta olímpica en la Bombonera, cuando la
unidad política estaba en su apogeo y todo funcionaba a la perfección, mientras
Alejandro era la figura pública y recibía los honores, en tanto Nicola manejaba
el fútbol con dedicación absoluta. Pero al llegar diciembre de 2009 finalizó el
segundo mandato consecutivo de Marón al frente de la entidad -el estatuto le
impedía un tercero- Russo fue su sucesor natural, y el presidente no lo soportó.
Enojado desde las primeras decisiones que tomó el flamante presidente,
alistando su breve ejército de ponedores de palos en las ruedas dispersos en
todo el club, con su cómplice Emilio Chebel metido en el medio y jugando al
componedor, Alejandro Marón se dedicó a esperar su retorno lleno de rencor. El
resto es sabido: el tercer ciclo de empezó de la mejor manera en lo deportivo,
el equipo de Guillermo Barros Schelotto
obtuvo brillantemente la Copa Sudamericana
2013, pero el personalismo y las decisiones inconsultas fueron erosionando el funcionamiento
institucional, y pronto repercutió en lo
futbolístico: el zapatazo maldito del Bolívar, las estrellas perdidas, el
chumbo en la cintura del allegado, la vergonzosa discusión en conferencia de
prensa con el periodista de Olé, las ventas millonarias, las contrataciones
inexplicables y la caída libre durante los dos últimos años. Sin embargo, nada duele
tanto como la imperdonable Fiesta del Centenario, esa que según dicen uno planificó
y el otro aprobó, en la que se ignoró a De Mario, a Lodico, al Nene Guidi; también
a Nicolás Russo, a Néstor Díaz Pérez, a Juan Carlos Seeger, a Lorenzo D’angelo,
a Antonio Rotili, por citar a los mandatarios más importantes. Más que una
fiesta, una verdadera declaración de guerra contra el club Lanús, su gente y su
historia.
Con los sorprendidos socios viendo
como Lanús abría sus puertas a actos partidarios de una fracción política, en
los que el presidente y la tesorera aportaban su presencia estelar, la marcha
institucional de los últimos tres años estuvo signada por la mala
predisposición, los feos modales y el ninguneo permanente para con el resto de
los directivos. La política de incorporaciones naufragó increíblemente, con el
colmo reciente de traer a Straqualursi de Emiratos Árabes con el torneo
empezado, un jugador que, según sus propios dichos, al arribar al país llevaba dos
meses sin tocar una pelota. Uno confía y espera que el dislate político no haya
llegado a la tesorería. Es sabido que el club es altamente deficitario, y
también que se realizaron transferencias por sumas millonarias. Así y todo, las
señales no son auspiciosas. Al menos nadie que quiera mantenerse transparente e
intachable al frente de una asociación sin fines de lucro desconocería de tal
forma la representatividad de sus pares y la legalidad de sus mandatos. Ojalá
que no, aunque tantos años de sacrificio y solidaridad unitaria naufragaron de
manera innecesaria y caprichosa solo porque a uno se le ocurrió y el otro le
dio la razón, ojalá que al menos en lo que respecta al dinero del club haya
primado la cordura.
Es hora de reconstruir las bases
de la unidad futura sin viejos rencores ni rencillas personales, apartando de la toma de decisiones a aquellos que equivocaron el rumbo. La recuperación no
será sencilla, pero hemos salido de
otras peores. Seguramente vamos a recomponer el rumbo y la concordia antes de
lo pensado, y el futuro presidente tiene la capacidad y la experiencia
necesaria como para devolver al club a su marcha habitual de economía sólida y rentable. Lo que los
granates nunca vamos a recuperar es la fiesta que nos merecíamos y que nos
quitaron, porque cien años no se cumple todos los días, ni tampoco se disponen
de dos horas de TyC Sports en horario central para difundir al club, para
contar su historia. Nos tomaron por tontos y nos quisieron distraer con barcos
voladores, chistes de Ruggeri, el mando unipersonal del presidente y el foco en
las dos últimas décadas de vida del club, como si la rica historia granate
hubiera comenzado con la conquista de la Conmebol 96. Utilizaron esas dos horas para
hablar de nada, para mirar para arriba, para escuchar música aburrida. Y en
esas dos horas bajaron del escenario y de la pantalla a todos los que merecían
estar, nada más que para poder marginar a dos socios notables de Lanús, Nicolás
Russo y Néstor Díaz Pérez, hermano de Darío, quien tuvo una actuación relevante
en la última incorporación de tierras para el club. Recuérdese que por entonces
Nicola y Darío, cada uno por su lado, pugnaban por la intendencia que
finalmente Julián Álvarez perdería con Néstor Grindetti.
Para llevar a cabo tan repudiable
fin, la Comisión
del Centenario, dirigida por el inefable Emilio Chebel, planificó la fiesta
durante cuatro años. Durante los tres primeros se acercaron a colaborar y se
fueron decepcionados un montón de socios bien intencionados. En el último año
sólo fueron quedando los más fieles y los más estoicos. Se impuso sobre los
preparativos un silenzio stampa, no
había manera de enterarse de nada, y enarbolaron la piñata engañosa de la gran
sorpresa. Es lógico, de haberse sabido algo, no pasaba… Para conseguir tan ruinoso fin ignoraron a las
enormes figuras deportivas del pasado, a los grandes equipos que dejaron su
impronta, a los duros años del ascenso. También a los hinchas que lo siguieron
toda la vida, a los socios que consiguieron tierras, a los que pusieron dinero,
a los que ofrecieron sus casas en garantía. A todos los granates de ley que
dejaron su huella desinteresada para que viva el club, verdaderos héroes cuyos
nombres y gestas fueron deliberadamente ignorados por decisión de Chebel y
Maron la noche que Lanús cumplió 100 años, sólo porque uno la organizó y al
otro le pareció bárbaro. Imperdonable.
Marcelo Calvente
Nota mala leche.
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