Cuando en un colectivo victorioso
aparecen resultados como el de anoche en La Fortaleza , empate en uno
ante Cerro Porteño que significó la eliminación del sueño de retener la Copa Sudamericana , suele ser
desconcertante la reacción de los diferentes pasajeros de dicho Bondi. “Si el referee rajaba al que bajó a Melano
de un patadón, los pasábamos por arriba” dice un flaco que fuma, dos
escalones más abajo. “Este es el fin de
un ciclo” le contesta un albañil a su compañero, tres pisos de loza más
abajo. “Que se vayan todos” dice un
cuarentón en la panadería, y se va apurado para que su señora no lo rete. “El domingo vamos a estar los granates de
verdad” dice Dios, que está en todas partes.
Lanús es un equipo espectacular
tanto cuando ataca como cuando defiende, pero no consigue ser eficiente. Tiene
un ataque variado, con una dupla ofensiva de toque y devolución en velocidad,
como la que componen Acosta y Romero. Tiene al pelado Silva llevando marcas,
chocando, tratando de pivotear, y a veces, convirtiendo. Los tiene a Junior,
Melano, Valdez Chamorro y Astina, que sin terminar de asentarse, suelen tener
partidos buenos y, también a veces, marcar goles importantes. Los tiene a
Araujo y Velázquez, capaces de generar peligro por afuera, a Ortiz, Ayala y el
Pulpito, capaces de hacerlo por adentro. Lo tiene a Somoza, que cuando el
equipo no se estira se convierte en el iniciador de todas las maniobras. Y tiene
al mejor arquero argentino. Pero ya no tiene a Goltz e Izquierdoz. Y para mí, éste
es el nudo del problema.
Todavía hay granates que no
terminan de aceptar la partida de los dos centrales. Hay quien dice que no
deberían haberse ido, y quienes sostienen que al menos uno de los dos se
debería haber quedado. En el fútbol actual no se pueden rechazar ofertas de
tres millones de dólares, no hay manera, al menos sin destartalar el
funcionamiento institucional. Es cierto que Lanús es uno de los pocos clubes
con superávit, sino el único, pero no es menos cierto que eso se debe a la
producción y venta de futbolistas de elite. La lista es larga, desde Gioda en
adelante, pasando por el Flaco Leto, Lautaro Acosta, Blanquito, Salvio, Pizarro
y los que rajen, de la cantera del club provienen cientos de millones de
dólares. Cada tanto, aparece un pase de manos, como el Pepe Sand, o como Silvio
Romero, jugadores que llegaron formados
y que su paso fue redituable tanto en lo deportivo como en lo económico. Son
aciertos esporádicos, incorporar al plantel a alguien que no se conoce a fondo
no es sencillo, te puede salir un Bossio positivo tanto como un negativo
Balvorín, es la lotería de los pases a suerte y verdad. El balance de gestión
de las dos últimas décadas del Club Atlético Lanús es intachable, el modelo a
seguir por todas las entidades del fútbol argentino que quieran seguir vivas en
los tiempos que corren. Ser Lanús, o ser Atlanta, Platense, Chacarita, Ferro y
siguen las firmas. Esa es la cuestión. Otra no hay, si la cosa es a largo
plazo.
Con el dinero que ingresó por
Goltz e Izquierdoz, era sabido, había que traer dos centrales capaces de insertarse en un equipo con pretensiones de obtener cinco títulos en el presente semestre, tres de ellos internacionales. Dos jugadores de la categoría de los que se fueron, algo realmente difícil de conseguir por menos dinero del que se recibió por ellos. Para que valga la pena haberlos vendido debían llegar dos jugadores de menor costo. Se optó por un experimentado conocido, Diego Braghieri, de 27 años, que aunque su presente no era promisorio, si lo había sido su corto paso por el club, no hace tanto, en el ciclo 2011/12, cuando jugó 28 partidos e hizo 2 goles dejando una muy buena imagen. Se optó también por un joven prometedor, Gustavo Gómez, de 21 años, futbolista de Libertad y de la Selección de Paraguay,
país-fábrica de centrales de primer nivel, que pese a su buena presencia física
y su enorme fibra combativa, aún no demostró estar a la altura. Y mantuvo a
Matías Martínez, que aunque cuando le toca actuar cumple, no está como titular
en la consideración del entrenador, y él sabrá porqué. Pero lo de Braghieri es más
difícil de analizar. Es tan arrebatado y brutal como para cometer un error
-encadenado a otro error de Ortiz igual de grave- como el que costó el gol de
Cerro Porteño, como para marcar el mejor gol del semestre, una especie de barrilete
cósmico del futuro, más directo, y bajando casi a la mitad los famosos 10,6
segundos que tardo el otro Diego. Es muy fácil reprobar la incorporación de
ambos cuando no se tuvo la responsabilidad de elegir, cuando no tuvo que optar
entra las pocas alternativas que
entraban en la variable calidad-precio. En la lotería de los pases también se
pierde, lo importante es no jugar más que lo debido.
Un equipo de su mismo nivel, como
Cerro Porteño, eliminó a Lanús en un partido friccionado y apasionante, de ida
y vuelta, condicionado como todos por las alternativas que sucedieron en su
transcurso. Lanús lo pudo ganar y también pudo ser derrotado, sobre todo en el
final, cuando atacó a todo o nada. Distinta hubiera sido la historia sin ese
doble error inicial, impropio de un equipo de su categoría, que sin embargo suele
ser presa de sus reiteradas distracciones, sobre todo en los inicios de cada
tiempo. Y distinto también hubiese sido el trámite si el lateral paraguayo
Benítez, que a los 15 de juego tumbó con un patadón a Melano cuando se iba al
gol, hubiera recibido su más que de sobra correspondiente expulsión. Tanto en
lo que respecta a los fallos arbitrales, como a la fortuna en general, Lanús no
viene últimamente muy iluminado que digamos por los dioses.
Para la evaluación final del
ciclo 2014/2015 todavía falta el semestre que viene y lo que queda de este. De
los cinco títulos que Lanús empezó a jugar después del Mundial queda uno en pie,
y aunque no parece sencillo, todavía está en carrera. Ahora más que nunca, es
tiempo de apoyar al equipo sin medias tintas. El colectivo granate, antes de
apagar el motor para brindar por un año mejor y celebrar los cien de vida,
todavía tiene siete paradas difíciles pero no imposibles para lograr la última
estrella del año, que aún sigue encendida.
Marcelo Calvente