No es común últimamente encontrar
buenas editoriales en torno al futbol argentino. Al menos yo no lo consigo,
exceptuando a la siempre ingeniosa columna de los sábados de Martín Caparrós en
Olé. Me llegó una nota reciente de Gonzalo Bonadeo titulada “Colón y la
auténtica estafa moral”, en la que con el descenso del Sabalero como eje
narrativo y la escasa honorabilidad que desde siempre rodea a nuestro fútbol
como marco, el periodista de Perfil aborda también el polémico descenso de
1949, dirimido entre Huracán y Lanús,
uno de los momentos más insólitos y significativos de la historia del fútbol
argentino.
Una apreciación certera de
Bonadeo inicia la nota: “ninguna alegría
por salir campeón será más intensa en la Argentina que la angustia por descender” escribe,
al abordar drama reciente de Colón de Santa Fe. Luego ejemplifica con un
descenso anulado a Estudiantes en el 63, y a continuación cuenta parte de lo
que pasó entre Huracán y Lanús en 1949: “Fue
un torneo que tuvo como saldo histórico relevante un presunto arreglo para que,
en la última fecha, Boca Juniors se salvara del descenso. La victoria 5 a 1 ante Lanús los liberó del
problema pero, al haberle ganado Huracán a un Banfield que se preparaba para
ser cuasi campeón dos años más tarde, se produjo un empate en el último
puesto”. Bonadeo da por sentado el supuesto arreglo sin ofrecer prueba
alguna, tal vez apoyado en la historia del club de Lomas de Zamora, poco
profusa en lealtades y honorabilidad, y mucho menos la de Tomás A. Ducó, presidente
de Huracán y mandamás en la AFA ,
a quien apunta sin medias tintas: “La
AFA ordenó el desempate a dos partidos en cancha neutral.
Como ganó uno cada uno –no se consideró la diferencia de gol que hubiera
salvado a Lanús que goleó en la revancha (¡¡¡¡¡jugada un 24 de diciembre!!!!!)
después de perder 1 a
0 en la ida– se eligió el 8 de enero como fecha para el desempate. A dos
minutos del final, y con el partido empatado en 3, el árbitro inglés Cross
anuló un gol a Huracán a instancias de un juez de línea. Los jugadores del Globo se
retiraron del campo en señal de protesta. Según el reglamento vigente, se les
debería haber dado el partido por perdido” (…) “La AFA argumentó que había habido
una confusión y que los jugadores se retiraron creyendo que el partido había
terminado. Nadie aclaró que, aun retirándose de la cancha, los de Huracán
tampoco salieron a jugar el suplementario de 30 minutos establecido para la
ocasión”.
Lanús en 1949, el capitán, de pie, junto al kinesiólogo |
Retrocedemos
al 27 de octubre de 1946: en el Parque Independencia de Rosario, Newell's y San
Lorenzo en tiempo de descuento igualaban 2 a 2, cuando el árbitro
porteño Osvaldo Bossio anuló un gol del local sin que nadie entendiera por qué
motivo. Mientras los jugadores locales aún protestaban el fallo, los de San
Lorenzo, de manera reglamentaria, pusieron la pelota en movimiento y en tres
pases llegaron al gol. Al ver que el juez lo convalidaba, el público ingresó el
campo de juego, y mientras algunos agredían a los futbolistas de San Lorenzo,
otros se fueron tras Bossio, que escapó por el túnel hacia los vestuarios
-también invadidos por el público enardecido- por lo que, con lo puesto, el
árbitro intentó correr hacía el parque. Pronto fue alcanzado por la turba, y
luego de recibir una tremenda paliza, cuando un grupo de hinchas se disponía a
colgarlo de un árbol con un cinturón, tres soldados le salvaron la vida. Para
el siguiente torneo, los árbitros ingleses llegarán para quedarse.
El día
8 de enero de 1950, Huracán y Lanús jugaron el tercer partido de aquella
increíble definición del 49 con el arbitraje de Mr. Bert Cross, quien como toda
la primera camada de árbitros ingleses, intentó hacer cumplir el reglamento,
algo que por entonces sorprendía a los dirigentes de los clubes más poderosos.
Cross anuló un gol de Huracán a instancias de uno de los líneas, quien sostuvo
su bandera en alto señalando pelota en movimiento en el inicio de la jugada,
bastante antes, cerca del arco de Lanús. Tomás Adolfo Ducó bajó al campo de
juego y retiró inmediatamente a su equipo con actitud amenazadora. Con empate
parcial en 3, el árbitro inglés ordenó a Lanús reiniciar las acciones sin
adversarios enfrente. En el despejado trayecto de la pelota rumbo al cuarto gol
granate, el bueno de Mr. Cross debe haber reconsiderado la decisión y sus
posibles consecuencias, y en un giro desesperado dio por terminado el partido
antes de que la pelota finalice en la red. Había 60.000 personas en el estadio,
pero en la cancha nadie sabía que hacer. Los altoparlantes anunciaban un
alargue que la multitud esperó en vano durante casi una hora más, y luego se
desconcentró sin incidentes. Indudablemente, hablamos de otro mundo.
El cuarto partido se disputó 38
días después, el 16 de febrero de 1950, en cancha de River. Dibuje, Bonadeo: “A 15 minutos del final, con victoria
parcial de Huracán por 3 a 2, y después de muchos fallos polémicos en
contra de Lanús, el árbitro Muller –también
inglés– cobró otro discutido penal para el Globo.
Pateó Gioffre. Desviado. Muller pidió repetir la falta por adelantamiento del
arquero. Los hombres de Lanús, enfurecidos, se pararon sobre la línea de gol
para evitar la ejecución”. Tanto dibujó Gonzalo que narra una
ejecución desviada del mentado penal que nunca sucedió, justamente porque los
jugadores granates decidieron impedirlo, e insólitamente le adjudica el remate a
Gioffre ¡el arquero de Lanús! No obstante, el error no empalidece los méritos
de la nota.
Una y otra vez imagino la escena:
Al ver a los árbitros y a sus propios dirigentes -una conducción precaria que
ese año sucedió a la intervención de 1947- totalmente desbordados por la
situación, ante otra multitud de 70.000 espectadores, los jugadores granates se
interpusieron a la ejecución del penal. Pese a todo, y como era previsible, la AFA dictaminó el descenso de
Lanús. Fue la primera de muchas injusticias más. El capitán de aquel equipo me
lo contó hace algunos años con enorme tristeza. Es que pagó el costo de su
participación en los sucesos; los árbitros lo persiguieron con sus fallos,
algunos hinchas lo llamaron vendido, prefirió terminar su carrera en el
Ohiggins de Chile. La nostalgia y el recuerdo de mis charlas con él me animan a
seguir honrando su memoria. Defendió con valentía los colores de Lanús en el
campo de juego, y luego con enorme humildad, hasta su hora final, acompañó al
equipo desde los tablones. Se llamaba Salvador Calvente, y era hermano de mi
papá.
Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.com
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