El fútbol, todos lo sabemos, es
una caja de sorpresas. Y lo es a punto tal que Messi marcó su gol número 500,
cifra hoy por hoy nada frecuente, y en esa misma noche el Barcelona perdió su
tercer partido consecutivo por la Liga Española, cosa que tampoco suele ocurrir muy
a menudo. Sabemos que con el pitazo inicial comienza una impredecible historia de
90 minutos donde todo puede suceder, una continuidad de circunstancias
deportivas supervisadas por un reglamento inflexible en lo disciplinario aunque
demasiado laxo en lo espiritual, cuya interpretación está cargo de un hombre
vestido de árbitro que suele tender a los fallos compensatorios, siempre y cuando
no se le de por el afano liso y llano. Un árbitro cuyas sanciones, sean
correctas o equivocadas, suelen condicionar enormemente el curso normal de los
partidos. Con esta lente, resulta interesante analizar la gran victoria Granate
sobre Banfield por 2 a
0.
Sabíamos de antemano el muy
distinto presente futbolístico de cada equipo: el Grana marcha puntero
absoluto, mientras el Taladro viene a los tumbos, golpeado por la dura derrota
que hace apenas 15 días su clásico rival le propinó en Peña y Arenales. Sin
embargo, y como suele ocurrir, al comenzar a rodar la pelota las cosas fueron
muy parejas. Banfield salió a meter presión en campo rival, y logró dificultar
el juego atildado de Lanús. La pelota se disputaba lejos de los arcos, en la
zona de gestación, y cuando el local lograba hilvanar algo en ofensiva, la
visita recuperaba y respondía con intenciones de armar la contra. En dos
oportunidades, a los 15’
a y a los 17’,
Marcone tuvo que cometer infracción para evitar dos réplicas peligrosas, y de
manera tempranera dejó a su equipo con diez. Dicen los analistas de
repeticiones de TV que en la segunda oportunidad no llegó a tocar a su rival. El
árbitro marcó la falta que todos vimos, mostró la segunda amarilla y a llorar a
la Iglesia. Con
mucho por jugar, Jorge Almirón pierde a su jugador clave en lo que respecta al
equilibrio. A barajar y dar de nuevo.
En inferioridad numérica, con Román
Martínez ocupando el centro del campo y con Mouche volanteando por derecha, Lanús
decidió esperar lo que pudiera construir el rival, y lo hizo en campo propio,
con dos líneas de cuatro y el Pepe suelto arriba para tratar de capturar un
balón y descargar para la llegada en velocidad de Acosta, Almirón y José Luís
Gómez, virtual cuarto atacante del equipo de Almirón. Temerosos del poder de respuesta
del local, a los jóvenes futbolistas visitantes le empezó a quemar la pelota. Advertido
de la situación, Lanús le fue tomando la mano al partido, y a los 40’, el penal que le cometen a
José Luis Gómez -¿fue adentro o afuera?- puso frente a frente a dos
especialistas en la materia: el Pepe Sand para ejecutarlos, Hilario Navarro para
atajarlos. Y como no pintaba ser una noche fácil para los Granates, Hilario se
adelantó dos metros -a la vista del árbitro asistente ubicado sobre la línea de
fondo para controlar que esa infracción no se cometa- y rechazó el remate poco
eficiente del correntino. Reclamos, solamente los lunes por la mañana. Final
del primer tiempo con empate en cero y a volver a barajar.
El paraguayo Ayala se tuvo fe y abrió el marcador |
Si la presencia de Mouche es
difícil de justificar cuando Lanús juega con once, con diez ya deja de tener sentido. Su lugar lo ocupó Ayala, que había entrado unos minutos ante Rafaela para
mostrarle al entrenador que comprendía su idea. Entonces el esquema volvió a
cambiar: Ayala se paró de “cinco” pegadito a la línea de cuatro para hacer la
tarea de Marcone, y los tres volantes restantes -Acosta, Martínez y Almirón-
dieron un paso adelante, y contaron con las proyecciones de José Luís Gómez y
Maxi Velázquez. Así Lanús volvió a dominar y a sacar ventaja por las bandas, y
Banfield apeló al retroceso absoluto como nunca en el partido. En eso estaba
cuando Erviti fue expulsado por una mano que cuesta juzgar como intencional, pero
que el propio jugador convalidó con sus ganas de dejar la cancha. En la
reanudación de las acciones, toque de Maxi para un Ayala demasiado libre que no
dudó y clavó un remate inatajable desde 30 metros. Iban 14
minutos, Erviti aún no había llegado a su vestuario, cuando el piso se le movió
por el estallido de 30.000 gargantas. Todo estaba a pedir del Grana.
Pero en el fútbol no siempre ocurre
lo que debería suceder. A la visita, ya sin empate que defender y con 30
minutos por jugar, no le quedaba otra que quemar las naves en busca del empate.
Y como Lanús no pudo aumentar y tampoco defendió correctamente, en dos o tres
oportunidades la valla de Monetti peligró, y aunque el arquero respondió con
eficacia, una vez más su público tuvo que sufrir hasta el final. Cuando ya se
celebraba, la alarma la encendió Junior Benítez, reemplazante del Pepe Sand,
que a los 93’
cometió una falta de esas que no se debe cometer, el Taladro dispuso de una
última pelota parada en tres cuartos, cerca de la raya de cal, y fueron a
buscarla todos menos Hilario Navarro, que nada pudo hacer cuando después de dos
cabezazos defensivos y de una inteligente salida de Velázquez para una corrida
fulminante de Miguel Almirón, que cara a cara con el arquero definió de
emboquillada y transformó la tensión del momento en delirio absoluto.
Los cinco puntos que sacó de
ventaja sugieren que no hay manera de que Lanús, en lo que ya es la mejor
campaña de su historia, no sea el finalista de la
Zona B. De ser así, el título se definirá
en 90 minutos, en terreno neutral y a todo o nada, una definición poco
frecuente. Resta conocer el rival y el nombre del árbitro que tendrá a su cargo
el partido, y ninguna de las dos es una cuestión menor. Pero es tanto el
poderío exhibido por el equipo, es tan variado su juego y luce tan eficiente su
entrenador, que después de las cinco frustraciones al hilo que siguieron a la
conquista de la Sudamericana
2013, el pueblo Granate se subió al tren de la ilusión, en el que ya no hay
lugar para viejos fantasmas, y de donde no piensa bajarse sin la cuarta
estrella.
Marcelo Calvente