Como broche de una jornada
inédita en la larga historia del fútbol argentino, con la disputa de todos los
clásicos en dos días, y en el habitual horario de las 21:30 del domingo,
después del superclásico y de 678, el cierre estuvo a cargo de Lanús y Banfield,
y el escenario fue una colmada Fortaleza, vestida para la ocasión con el traje de
los grandes acontecimientos. La imagen de un nuevo gran clásico fue seguida por
una tele-platea que midió casi 8 puntos de audiencia, más del doble que
Estudiantes-Gimnasia y casi tanto como Central-Newell’s. Y saltan a los ojos las
diferencias entre estos dos viejos equipos chicos que últimamente han despegado
de sus pares y se han sumado a la corta lista de campeones en los albores del
nuevo siglo.
Después de, por fin, conquistar
el Apertura 2007, Lanús continuó alternando en los puestos de arriba y comenzó
a participar en los torneos internacionales, de los que últimamente es asiduo animador,
habiendo obtenido además la Copa
Sudamericana 2013.
A Banfield no le fue igual. El dirigente que lo había
sacado campeón en 2009, tres años después y en medio de graves acusaciones, se
fue por los fondos –además se dice que se los llevó con él- dejando al equipo
endeudado y en el Nacional “B”. Tuvo más suerte que Lanús, que debió luchar
para seguir existiendo durante cinco años sin descanso, jugando tres de ellos en
la “C”, y ocho más para volver a primera, en 89/90, con nuevo descenso e
inmediato y definitivo retorno en el 91/92. Banfield recibió la ayuda de todos
los argentinos y se recuperó muy rápido, pero todavía se debate por consolidar
la categoría, y ni hablar de volver a jugar Copas: desde 2010 que eso no
ocurre. El impresionante recibimiento del local fue ignorado por la
TV Pública. Lo esencial puede ser invisible
a los ojos, pero no deja ser la verdad.
Lanús arrancó con un dominio
total de las acciones, ganando las divididas y pidiendo y entregando la pelota
con criterio. Durante más de treinta minutos Banfield sólo pensó en defenderse, y lo hizo con exceso de pierna fuerte.
Con juego asociado y profundo, el Granate lograba desbordar por las dos bandas
pero no conseguía ponerse cara a cara con Bologna. En varias oportunidades
apeló a la media distancia, pero todas se fueron por arriba. Ambas dificultades
–las patadas ajenas y la falta de puntería propia- desajustaron su juego, fue
perdiendo precisión y el dominio fue declinando paulatinamente. Por entonces
Cuero se movía por derecha, buscando la espalda de Velázquez, salida permanente
del Grana, sin poder sacar provecho de esa circunstancia, sobre todo porque
Braghieri se ocupaba de cerrar, a veces bien, siempre potente e intimidante. La
cuestión es que ante ese panorama, Cuero se fue a jugar por la izquierda de su
ataque, por el lado de Araujo. El Pipi, aunque menos a fondo, también subía. Y
cuando no subía tenía que estirarse y conformar línea de tres, con Braghieri
por izquierda y Gómez libre, para cubrir la subida de Velázquez. Cuero avisó
luego de ganarle la espalda a Araujo y esquivar el cierre de Gómez, y Monetti
respondió con acierto. En la siguiente fue el Pipi el que lo corrió y el que no
pudo hacer pie ante el freno del delantero. Lamentablemente Fritzler y Gómez,
que cerraban por ese lado, se fueron los dos para el área imaginando el centro,
ninguno pensó en el enganche hacia adentro para ponerse de diestro y buscar la
comba de empeine derecho para ponerla en el ángulo superior más lejano de
Monetti, como sucedió. El remate, toda virtud del moreno.
Lanús es una especie de Aquiles
poderoso y ofensivo, con un punto débil: el famoso talón. Nadie es perfecto. El
talón de Aquiles de Lanús es su longitud, su verticalidad y el desequilibrio
que se produce entre los que atacan, que suelen hacerlo bien, y los que
defienden, que en conjunto casi siempre lo hacen mal. El segundo tiempo granate
fue la profundización de esa tendencia tantas veces vista: a medida que se
nubla en ofensiva, su juego va perdiendo convicción y es el rival el que
empieza a dominar y a creer en el triunfo, algo que en el arranque era
impensado. Lanús lo peleó hasta el final, pero en cada ataque a fondo que
recibe se va desordenando y en cada respuesta se estira un poco más. Siempre
que le toca perder -o resignar puntos que parecían ganados- es por lo mismo,
las imágenes no mienten, las estadísticas menos, no hay muchas más vueltas que
darle. Un hincha puede cansarse de decirlo. El técnico no. Tiene que
resolverlo, sobre todo porque pasan los meses y algunos entrenadores rivales,
los que tienen con qué, logran sacar fácil provecho de tan evidente debilidad.
Va a hacer un año y medio que esto sucede.
La derrota fue dolorosa pero
justa. Una estrategia defensiva, con un plantel de menor potencial, se impuso
sobre la otra, más ofensiva, porque le apuntó al talón. A esta altura resulta
injusto evaluar actuaciones individuales por tratarse de un plano absolutamente
dependiente del otro. Araujo y Velázquez seguirían siendo de los mejores
laterales de la Argentina,
el equipo no se partiría al medio, no sería tan vertical y sobre todo, no sería
tan largo y distante, tanto entre los jugadores como entre las líneas, si
ejecutara una estrategia más viable y si jugara con mayor equilibrio. Si vamos
a atacar, todos a pararse en campo contrario. Y si hay que defender, los diez
de campo detrás de la línea de la pelota, abocándose a la tarea de recuperarla.
Son cuestiones futbolísticas de sencilla solución con solo ver los videos. Nada
del otro mundo.
La caída no alcanza para apagar
la fiesta por el presente espectacular del club Lanús. Por ser parte del más
grande milagro del fútbol argentino, por cuarenta años heroicos, de la casi
desaparición a la actual grandeza institucional y deportiva. Independientemente
de un resultado adverso e impensado, los veteranos granates vivimos una de esas
jornadas de emoción plena y ojos nublados, con ganas de traer a la mente los
recuerdos de otros tiempos y volver de la mano de aquel que nos llevaba a la vieja
cancha a ver al Grana y que ya no está, para decirle al oído “abrí bien los
ojos, mirá en lo que se convirtió el club del que me hiciste hincha” y
abrazarlo fuerte.
Marcelo Calvente