Ojo. Tal vez la mejor virtud de
esta versión de final de ciclo del equipo de Guillermo sea las enseñanzas que
deja en cada actuación, tanto en el aspecto táctico como en el análisis
individual de cada una de sus figuras. Lanús es una especie de muestrario de
involuciones colectivas producidas por un mal llevado recambio, que pese al
tiempo transcurrido el entrenador no puede resolver. El equipo nunca recuperó
la solidez defensiva que le daban Goltz e Izquierdoz, y mucho menos el
equilibrio entre líneas que entonces tenía, lo que lo hacía plantarse en campo
contrario y ejercer presión en la salida del adversario de turno. Todo esto no
significa que se trate de un elenco fácil de derrotar, mucho menos en instancias
de definición mano a mano, y menos aún cuando actúa en condición de visitante.
El problema es el juego, las ventajas que otorga, los altibajos anímicos de
concentración, e incluso a veces la falta de convicción que algunos jugadores
evidencian respecto de la idea futbolística que deben interpretar. Así y todo,
Lanús se trajo de Córdoba un empate en uno con sabor a victoria, un resultado
justo si se tiene en cuenta el tramo final, en el que sin brillar y con mucho
esfuerzo mereció el empate que logró a un minuto del cierre, pero milagroso si
se parte del inicio, el peor de los muchos malos que tuvo últimamente, saliendo
a la cancha desconcentrado y recibiendo un gol antes del minuto de juego. Así
anduvo hasta el minuto 70. Pese a las ventajas que recibió hasta ahí, Belgrano
no se animó a ir por más, y como suele ocurrir muy de tanto en tanto, lo terminó
pagando caro.
La insólita manera en que arrancó
el partido condicionó el trámite. Desde esa corrida inicial que en tres pases
puso a Belgrano arriba, Lanús no pudo encontrar su lugar en la cancha. Los dos
centrales atornillados cerca de la medialuna propia, los laterales contenidos
ante la distancia que debían recorrer para pasar al ataque, delanteros y
volantes de espaldas al arco rival, tratando de recibir pelotazos largos y a
dividir que partían de Gómez, el último hombre granate, que si alguna virtud
justamente no tiene es claridad para entregar la pelota. Belgrano la recuperaba
rápido pero, temeroso de la ventaja que tenía, no se animó a ir a fondo, esperó
un adelantamiento granate que nunca ocurrió, porque así de largo como estaba, ni
Lanús ni ningún otro equipo puede meter dos pases seguidos. El partido se hizo
friccionado, con pierna fuerte de ambos lados, -que el árbitro brasileño no
sancionó con la misma severidad- con los jugadores granates bien dispuestos para
dar lucha pero no tanto para ofrecerse como receptores y generadores de juego,
todo estaba a favor de Belgrano. Gómez y Braghieri se están haciendo más fuertes
en la marca pero siguen jugando diez o quince metros detrás de lo que deberían.
Ambos trasponen la línea media sólo cuando van a buscar por arriba en el área
de enfrente, en las pelotas paradas. Prefieren pararse cerca del área de
Ibáñez, y esa inexplicable y tozuda posición de la dupla central destartala
todo intento colectivo del equipo.
Castelani lucha por un lugar entre los once del Melli |
A los 70 del completo ingresó
Sebastián Leto, y su ingreso produjo un cambio sustancial en el terreno de juego. Al talentoso delantero de cuna granate que había vuelto con gloria, con
títulos y participaciones internacionales en Europa -aunque con varias lesiones
a cuestas- desde el vamos la fortuna no
lo acompañó. Sufrió un absurdo accidente que le costó dos operaciones de cráneo
y una lenta recuperación con un desgarro en el medio, hasta que por fin, con un
incómodo y llamativo protector en su cabeza, logró sumar algunos minutos ante
Huracán, y a los 70 minutos de juego de un partido que venía mal para Lanús se
metió en el partido sacudiendo a propios y extraños. A sus compañeros porque
les dio un ejemplo de entereza y valentía, pidiéndola, luchando para tenerla,
aguantando los golpes y la provocación de los rivales, que intentaron sacar
partido de posibles temores y secuelas apelando a codazos, patadas y empujones.
El Flaco no sólo no arrugó: se las arregló para jugar la pelota con criterio y
contagió a sus compañeros con su noble sacrificio. El Grana empezó a crecer,
Belgrano a refugiarse cada vez más atrás. La pierna fuerte siguió mandando,
pero así y todo, con la batuta de Leto y el acompañamiento de los demás, sin
generar peligro, Lanus se fue haciendo dominador. El estadio colmado la vio
venir, los defensores de Belgrano se durmieron en el último corner, con la
pegada de Ayala -que aparece cuando debe aparecer- y la potencia aérea en alza
de Gustavo Gómez, llegó el empate que por su mayor entereza en el tramo final, Lanús
mereció.
Por delante quedan nueve
compromisos por un torneo local que ya no pelea y dos Copas en las que aún está
en carrera. Por detrás hay un rendimiento que no termina de conformar a nadie,
con errores tácticos de larga data que a esta altura cuesta entender que
persistan, y jugadores que alternan buenos y malos rendimientos, a tono con un
colectivo que no terminar de funcionar como para soñar con grandes objetivos. “Es
fútbol”, suele decir Miguel Russo y con eso explica lo mucho de inexplicable
que tiene este deporte. Está claro que de no mejorar será difícil celebrar algo
grande, pero también es cierto que a las mejorías de Gómez y Braghieri,
Guillermo puede sumar los aportes de Martínez, Castelani, el Pampu González,
Leto, Di Renzo, Aguirre y el demorado Almirón, con la columna vertebral que
componen Araujo, Velázquez, Fritzler, Ayala, Junior y el Laucha Acosta, nombre
por nombre, y pese a las dificultades de funcionamiento que el entrenador debe
superar, alcanza para mantener las esperanzas, al menos, hasta el próximo
compromiso.
Marcelo Calvente