Como pasa cada cuatro años de la mano del inicio de una nueva
Copa Mundial, los más destacados filósofos y pensadores de nuestro medio suelen
clarificar acerca de las raras pasiones que la máxima competencia deportiva a
nivel selecciones suele despertar en los pueblos, sentimientos de inocultable nacionalismo que salen a la cancha con la Selección , que los colores patrios y los himnos exacerban, y que se miran por TV desde todos los rincones del mundo. La máxima
fiesta del fútbol mundial una vez más está por comenzar y siempre vale la pena volver
sobre los acontecimientos del pasado.
1930: Uruguay se consagra campeón ante Argentina |
Resulta curiosa la suerte de la Selección Argentina
en la historia los mundiales. Las primeras tres décadas de fútbol profesional, cuando todavía no eran muchas las naciones que lo practicaban, devino en la Copa Mundial de 1930, en la que
se evidenciaron dos supremacías: La del Río de la Plata sobre el resto del
mundo, y la de Uruguay sobre Argentina de entonces. En adelante sería al revés, pero
Argentina no podrá demostrarlo hasta entrados los años 80, de la mano de Diego
Maradona, entregando la actuación individual más destacada de la historia de los mundiales y, confirmando en
tierra azteca en 1986 lo anunciado en la propia en 1978, cuando se consagró campeón en
un torneo de marco tenebroso que le quitó reconocimiento internacional.
Nos remontamos al Mundial del 30,
el primero que se disputó, y del que sólo participaron 12 naciones invitadas,
más el anfitrión Uruguay, vencedor de la final entre rioplatenses. Para el
Mundial de 1934 fueron 34 los países que se postularon, y se debieron disputar
eliminatorias para determinar los 16 participantes. El fútbol empezaba a ser
pasión de multitudes, y Benito Mussolini fue el primer mandatario que se sirvió
de él. Argentina envió un equipo amateur, ya que la FIFA aún reconocía a la Liga Amateur y no a la flamante
AFA. Italia, que derrotó en la final a Checoslovaquia, fue un justo campeón que
celebró con el saludo fascista. Los aprontes de guerra sobrevolarían más
amenazadores aún el Mundial de 1938. Ante la sorpresiva designación de Francia
como sede -contradiciendo lo anteriormente convenido de alternar entre Europa y América-
Argentina, Uruguay, Colombia, México, Estados Unidos, Costa Rica, El Salvador, y la Guayana Holandesa rehusaron
participar. Brasil, con la intención de organizar el Mundial de 1942, no se
asoció al boicot e Italia volvió a ser campeón. El Duce esta vez fue más
terminante: “Vencer o morir”, decía el telegrama que recibió el plantel
italiano previo a la final con Hungría, la revelación del torneo. Por suerte
para ellos, vencieron los italianos y volvieron a ser campeones
La segunda guerra mundial
postergaría la competencia durante toda la década del 40, en la que según
dicen, el mejor fútbol se jugó en la Argentina. Brasil
cobraría su deuda recién en 1950. Los interminables conflictos entre los
jugadores y los clubes argentinos derivaron en un éxodo de figuras al fútbol
colombiano, cuyos clubes no pagaron por los pases a sus pares de la Argentina. La maniobra contó
con la aprobación de la
Confederación Sudamericana de Fútbol y de la FIFA , y fue el motivo
principal de la ausencia criolla en el Mundial de Brasil, sumado a la traición
brasileña de Francia 38. Uruguay concurrió e hizo justicia. “Los de afuera son
de palo”, dicen que le dijo el experimentado capitán charrúa Obdulio Varela a
sus compañeros, señalando a los 200.000 espectadores
que colmaban el Maracaná. Con enorme temple, Uruguay terminaría venciendo por 2 a 1, provocando la tristeza
mais grande do mundo hasta la fecha.
Diego se consagra como el mejor del mundo en México 86 |
Argentina volvió a la competencia
con escasa suerte. Fracasó rotundamente en Suecia en el 58, y tampoco pudo pasar de la primera ronda en Chile 62. Era la hora de ponerse a trabajar en serio. Un papel decoroso en Londres 66, la inesperada eliminación para México 70 a manos de Perú en la Bombonera y un nuevo
fracaso argentino del Mundial de Alemania 74, precedieron a la conquista de 1978, y luego de un paso en falso en
España 82, la enorme consagración del equipo de Bilardo en México 86. Lo demás
es historia más reciente y conocida: La de la enorme supremacía de Brasil de
los últimos veinte años. Luego de la epopeya del Mundial 90, con Argentina llegando
a los tumbos a la final que perdió con Alemania por un penal inventado, ni el
equipo de Basile en EEUU 94, ni Passarella en Francia 98, ni Bielsa en
Corea-Japón 2002, ni Pekerman en Alemania
2006 y mucho menos con Maradona como DT en Sudáfrica 2010, la Selección Argentina
no pudo volver a meterse entre los semifinalistas. No obstante, cada cuatro
años se renueva la ilusión. Con un equipo repleto de grandes delanteros, y con
Lionel Messi consagrado de antemano como mejor futbolista del planeta, el
elenco nacional se dispone a probar suerte en Brasil, donde el fantasma del Maracanazo
se agiganta a medida que se acerca el inicio del torneo.
Una vez más, el pueblo argentino se dispone a vivir el
Mundial, y como siempre, a emocionarse con la ejecución del himno antes de cada
partido. El certero e imaginativo Martín Caparrós acaba de escribir: “Un himno siempre es algo más o menos
turbio: un canto a la pelea, a la diferencia con el otro -el extranjero-, un
modo de crear esa tristeza que llamamos nacionalidad. Además, suele ser
anacrónico: escritos en momentos en que los países intentaban formarse,
peleaban por hacerse, los himnos insisten en poner las cosas en términos de
patria o muerte, aux armes citoyens, o juremos con gloria morir –que ya no son,
en general, por suerte, los términos en que se juegan esas cuestiones”. Inobjetable
mirada que apunta y pega en cuanto a la incidencia del fútbol en lo social, lo
cultural y también en lo que respecta a la situación política de cada una de
las naciones intervinientes, las que de una u otra manera pondrán la pausa
patriótica mientras dure la competencia. Alerta, futboleros: El tipo que nunca
pateó una redonda, la señora de los ruleros, la hermana de un amigo que está
bastante buena, y todos los demás, de celeste y blanco hasta los calzones, no van
a hacer otra cosa que hablar de fútbol en los próximos días.
Marcelo Calvente