Curiosa es la historia del Club
Atlético Piraña, nacido en 1942 en el corazón de Pompeya, en la calle Famatina,
entre casonas, conventillos y galpones donde aún sobrevive la sede y la vieja
cancha de medidas antirreglamentarias. Allí supo forjar un relieve futbolístico
durante dos décadas de participación en las ligas independientes. Vaya uno a
saber cómo, Piraña consiguió lo más difícil de lograr por aquellos años de
explosión futbolera: junto a otros seis clubes, entre ellos Arsenal de Sarandí
y Villa Dálmine, obtuvo la afiliación a la AFA para disputar el torneo de la división
Aficionados de 1961. Humilde entre los más humildes, sólo entre 1964 y el 69,
con la aparición de Héctor Yazalde,
Piraña estuvo cerca del ascenso. A partir del año 1970 el equipo de
Pompeya tuvo que luchar por mantener la categoría, y muchas veces esquivó
milagrosamente la tan temida desafiliación de una divisional cada vez más
competitiva.
Sin embargo en 1978, y de manera
insólita, casi milagrosa, Piraña vivió su hora más gloriosa: en un torneo que
contó con 30 participantes, divididos en tres zonas de 10 equipos, fue uno de
los quince clasificados a la rueda final por el ascenso, los cinco primeros de
cada zona. Todo milagro tiene su explicación; en medio de la competencia se denunció
a un equipo que no cumplía el artículo 241 de la reglamentación de la
divisional, que impedía poner en cancha más de tres jugadores mayores de 23
años. La investigación se profundizó, y finalmente 14 de los 15 equipos que
participaron de la ronda final fueron sancionados. Las quitas de puntos fueron
determinantes. Gracias a esas sanciones, Piraña, el único equipo que no
trasgredió la regla, vivió su cuento de hadas: terminó puntero con 19 unidades,
la misma cantidad que Justo José de Urquiza, que había recibido la sanción
menor: apenas 3 puntos de descuento. Lo dirimieron en una gran final jugada en
cancha de Argentinos el 15 de enero de 1979, donde Piraña se impuso por 4 a 1 y obtuvo la mayor
conquista de su breve existencia: Campeón de Primera División “D” y ascenso a
la “C”, donde jugará en 1979 por primera y única vez.
En sentido contrario venía el
club Lanús, una de las 18 entidades fundadoras del profesionalismo, con un bien
ganado prestigio por su estilo de juego ofensivo y un reducto difícil, atributos
suficientes como para afianzarse como equipo de primera división durante los
años 30 y 40. El elenco Granate perdería la categoría por vez primera recién en
el año 1949 víctima del mayor despojo de la historia del fútbol patrio, cuando
ya casi todos los chicos, incluidos Vélez y los equipos rosarinos,
habían mordido el polvo del descenso a la “B”. El retorno fue inmediato, y significó
el inicio de la construcción de un representativo que pasó a la historia como
el más lujoso, desplegando un fútbol de galera y bastón que conquistó la
simpatía de la mayoría los espectadores porteños: Los Globetrotters, aquel elenco
maravilloso que no pudo ganar el torneo de 1956, aquellos grandes jugadores que
no pudieron obtener la gloria que merecían.
En 1961 Lanús descendió por
segunda vez, y en esta oportunidad el retorno le demandaría tres años en la “B”, hasta 1964, cuando consigue volver a la categoría de privilegio con otro
equipo para el recuerdo: Los Albañiles, por Silva y Acosta, los constructores de
las famosas paredes que los convirtieron en una dupla de leyenda. En 1970 Lanús
volvió a la “B”, en el 71 ascendió, en el 72 volvió a descender, y después de
varias finales perdidas consiguió retornar a la división mayor en 1976 con otro equipo excepcional
conducido por José Luís Lodico, el último centrojás granate. A esa gran
conquista le sucedió la caída estrepitosa. En 1977 Lanús se va a la “B” en una
dramática e inolvidable definición por penales ante Platense en cancha de San
Lorenzo. Y en la misma cancha, un año después, bajaría otro escalón al perder
otra final, ésta vez ante Villa Dálmine. Fue en 1978, el año del Mundial, Lanús se
fue a la “C” y la noticia sacudió al fútbol argentino.
Los caminos de Lanús y Piraña se
cruzaron por vez primera el 5 de mayo de 1979 en cancha de Huracán, donde
Piraña asumió en condición de local el partido más importante de corta
existencia. Nunca había jugado ni volverá a jugar con un rival de semejante
tamaño. El Grana había tocado fondo, y el sorprendente crecimiento de Piraña,
de manera simultánea, encontró su techo. Lanús había formado un equipo con
hombres experimentados en la divisional “B” pensando que el retorno se daría de
manera natural, por el peso de la camiseta y de la historia, y pronto
comprendió que nada sería tan sencillo. Algo parecido pero en sentido adverso
le pasó a Piraña, que mantuvo el equipo que había logrado el ascenso, y pronto
comprendió que el sitial le quedaba demasiado grande. Su campaña lo dice todo:
apenas 2 victorias y siete empates con 29 derrotas, muchas de ellas por
goleada, los números elocuentes que lo devolvieron a la “D”. Cuando se volvieron a ver las caras en la
cancha de Lanús, por la ronda de las revanchas, todo estaba más que encaminado
para ambos. El local no logrará darle alcance al Deportivo Español, que lo pasó en el tramo final, consiguió
el ascenso con justicia, y Piraña se despidió de la “C” para siempre.
El tiempo puso las cosas en su
lugar. Para Lanús, el choque con Piraña simboliza la dimensión de la caída, pero
también el punto de partida de una esforzada y sorprendente recuperación
institucional, aunque le demandará 12 años su vuelta a la primera división. En
la actualidad es uno de los animadores del fútbol argentino y de las máximas
competencias internacionales, y en los últimos 20 años obtuvo dos títulos locales
y dos continentales. Para Piraña, haber enfrentado a Lanús sintetiza la
dimensión de una hazaña deportiva lograda en circunstancias curiosas, que se truncó
cuando la carroza se convirtió en zapallo y todo volvió a su lugar. En 1980,
Piraña jugó nuevamente en la “D”, salió último en la tabla y perdió su
afiliación. Nunca más volvió a la órbita de la
AFA. En los últimos 15 años dejó de
funcionar normalmente, padecimiento habitual en las instituciones barriales.
Sus instalaciones fueron ocupadas por bandas dedicadas a comercializar drogas.
Luego de un procedimiento policial, el lugar fue clausurado. En 2014 socios y
vecinos lograron la normalización institucional, y en la actualidad siguen
luchando para recuperar su sitial en el corazón de Pompeya.
Aquel furtivo encuentro entre
Lanús y Piraña, uno sintiendo el estrépito de su caída y el otro celebrando su
suerte ante el precipicio, está marcado a fuego en las historias de ambas
entidades. Y hoy, que todo los separa, los une la singularidad y el dramatismo con
el que ambos clubes han transitado sus respectivas existencias.
Marcelo Calvente