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lunes, 1 de julio de 2013

Brasil, de cara a la fiesta más cara


Culminado el Torneo Final, la tarde del domingo en pleno receso de la competencia nacional invita a prenderse al choque entre los seleccionados de España -el último campeón- y Brasil, el máximo ganador de mundiales y por ahora organizador del próximo torneo ecuménico de selecciones, se enfrentan para dirimir la Copa de las Confederaciones. Si bien no es un torneo de los más tradicionales, se trata de una competencia nueva que, entre otros representativos continentales menores como el pobre Tahití que se volvió a su casa con la canasta llena de goles, tiene el condimento de que se enfrentan algunos de los mejores seleccionados de Europa y América del Sur: En este caso, eliminados los competidores de menor relieve, disputaron semifinales Italia y España por un lado, y por el otro Brasil y Uruguay, y la final fue entre el once de Del Bosque y el local, un choque de grandes jugadores de las mejores ligas del mundo vistiendo las camisetas de sus respectivas selecciones nacionales ante el imponente Maracaná, por un torneo que se jugó muy en serio porque reparte buen dinero extra para los cotizados futbolistas participantes.

El Brasil renovado de Luiz Felipe Scolari que venía en etapa de armado, sin brillar, y  con actuaciones decepcionantes en varios de los últimos amistosos que disputó, venció a España por tres a cero con total autoridad, lo dominó de principio a fin y  de menor a mayor, en el marco de la crisis económico-política que se desató en torno a la realización del próximo mundial en el país hermano, un negocio vidrioso en el que los estados organizadores siempre se ven obligados a invertir fortunas en exigentes obras de infraestructura, para que los dividendos se repartan entre los jugadores, las asociaciones, los operadores turísticos, los intermediarios y todos los estratos que viven del fútbol, pero que de ninguna manera esas inversiones van a retornar a las arcas del estado, aunque su representativo salga campeón y parte de su gente lo celebre como celebró ayer la torcida brasileña la consagración ante España, mientras multitudes vienen marchando en contra del Mundial y de los gastos excesivos que huelen a corrupción, y son reprimidas en forma violenta.


Iniesta, conductor de España, el último campeón
La dura derrota sufrida por España en absoluto significa el ocaso de el último campeón mundial, aunque sí tal vez un llamado de atención en lo que respecta al recambio de figuras que siempre exige el paso del tiempo. También hay que entender que los seleccionados se componen de jugadores de irregular presente físico y competitivo, entrenados y exigidos de diferente manera según el club que los emplea. Es por eso que normalmente a los seleccionadores les cuesta mucho más imponer un determinado planteo táctico, lograr el entendimiento, convencer de los determinados objetivos a los integrantes del plantel con argumentos sólidos y encolumnar a todo un país detrás de su suerte como suele suceder en esta parte del mundo, donde las calles suelen poblarse de festejos populares cuando hay conquista, e incluso como en el Uruguay, donde se celebró de verdad el cuarto puesto logrado en Sudáfrica producto de una actuación sorpresiva por lo digna aunque bastante afortunada. Todos los equipos cumplen ciclos. El Uruguay del maestro Tabárez parece haber pasado sus mejores horas. El representativo de España se verá, pero ha sufrido una derrota aplastante, de esas que exigen reformulaciones varias.


Por su parte, Scolari sabe que se juega a todo o nada y que no tiene margen de maniobra. Cualquier resultado que no sea ganar la Copa del Mundo y vengar la derrota de 1950 a manos del Uruguay del Negro Jefe será un rotundo fracaso que significará una deuda eterna para el fútbol más ganador del último medio siglo y lo que va de este, un largo ciclo que se inauguró con la impensada caída que pasó a la historia como el Maracanazo, pero que luego de cinco títulos mundiales se subió a la cumbre, obligando a Scolari y sus muchachos a ganar el próximo a realizarse en su país, en plena transición generacional, con la figura desequilibrante de Neymar en ofensiva, y con un ejercito muy aplicado y voluntarioso de volantes y defensores que meten cuando hay que meter, o sea siempre, y que juegan con precisión y talento cuando recuperan el balón, cosa que logran también casi siempre. Con esas herramientas fueron sometiendo de inicio a fin al mejor elenco europeo de los últimos años, imponiendo dominio futbolístico, táctico y hasta físico de forma absoluta ante tamaño rival.

David Luiz, la figura de la final en el Maracaná
Por ahora, ni España ni Brasil dominan sus respectivos continentes. Alemania y Holanda, siempre con Italia metido en la conversación, hoy estarían un escalón arriba del actual campeón mundial. También Colombia y la Argentina, con la figura de Messi, el mejor del mundo, parecen disfrutar de una mejor actualidad. Pero es sabido, se trata de selecciones nacionales de primer nivel, con altibajos y distintos presentes individuales que por consiguiente repercuten en lo colectivo. Con el resultado de ayer, España parece alejarse de la cima, en tanto los vecinos, con una nueva camada de muy buenos jugadores en su mejor momento, como el arquero Julio César, el central David Luiz, la figura de la cancha; el lateral Marcelo, los volantes Luiz Gustavo y Paulinho y los delanteros Fred y Neymar, parecen tener con que volver a acercarse a ella. Ganaron cinco mundiales, el último en 2002, están obligados a ganar en 2014. La hora de la verdad se acerca, siempre y cuando el pueblo brasileño, que parece haber despertado del sueño engañoso de la fiesta al comprender que pagará sus altos costos, sea derrotado a sangre y fuego, la manera que todos los gobiernos del mundo suelen utilizar en estos casos, también los que se dicen nacionales y populares.



Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.com

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