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martes, 24 de marzo de 2020

Fútbol de Película


Corría el año 1962 y Alberto J. Armando, siempre un paso delante de los demás dirigentes del fútbol de su tiempo, recibía en su despacho a un tal Aníbal Díaz, un hombre cincuentón, excedido de peso, típico exponente del fútbol amateur de aquellos tiempos: dirigente, técnico, delegado dedicado a la formación deportiva de niños y adolescentes, un personaje que no dudaba en recorrer el país en procura de talentos para incorporar a su equipo y participar en alguna de las competitivas ligas que existían en Buenos Aires. Con la impronta que el primer peronismo puso en el deporte, el “Gordo” Díaz comenzaba a trascender en el mundo del fútbol amateur del sur del Gran Buenos Aires. En 1948, para competir en el primer Torneo Nacional “Evita”, había fundado en Llavallol una entidad que llamó Club Atlético Arsenal, que con un joven Vladislao Cap como capitán, obtuvo el título de Campeón Nacional de Fútbol 1950 de dicha competencia, de la que será destacado animador de todas las ediciones disputadas hasta la caída de Perón.
Formación juvenil de Arsenal de Llavallol en los  50'

Gracias a los Torneos Evita cientos de miles de niños tuvieron por vez primera una atención médica integral, recibieron vacunas, radiografías y la Libreta Sanitaria. La iniciativa tuvo como verdadero impulsor al ministro de Salud, Ramón Carrillo, el inventor de la salud pública en la Argentina. Si bien es cierto que las competencias tuvieron el marco de la grotesca propaganda política que caracterizó al primer peronismo, los Torneos Evita fueron eventos deportivos integradores y muy competitivos, que en fútbol ofrecían como recompensa llegar a la gran final que se disputaba cada año en el estadio de River, partidos muy concurridos y mejor difundidos. A partir de la consagración en 1950, que fue intensamente reflejada por los diarios, las radios y el noticiero cinematográfico Sucesos Argentinos, la fama de Aníbal Díaz, un hombre meticuloso, disciplinado y muy exigente creció aún más y pronto recibió el respaldo del ministro de Hacienda, quien le otorgó un terreno en comodato en Llavallol donde construyó su cancha y su campo de entrenamiento. Por entonces eran “los mimados de Cereijo” y solían animar clásicos enfrentamientos con el club Sacachispas, creado en Villa Soldati por un grupo de muchachos cercanos al afamado periodista uruguayo Ricardo Lorenzo, alias Borocotó.

Borocotó era un notable escritor montevideano que trabajaba como periodista estrella en la revista El Gráfico, y desde su sección de contratapa titulada “Apiladas” le ponía poesía al fútbol. Cuando “La Máquina” de River no tuvo rivales, “Apiladas” empezó a reflejar las peripecias de los clubes chicos o en formación, la pertenencia al barrio, el amor por los colores y el apoyo de los vecinos. Allí volcaba vivencias y circunstancias que conocía debido a la cercanía con los jóvenes Aldo Vázquez y Roberto González, dos amigos que, como el Gordo Díaz en Llavallol, trataban de armar un equipo de fútbol en el sur porteño para participar en la primera edición de los Torneos Evita. El vuelo y el lirismo de la pluma de Borocotó exaltaban los sueños de grandeza de los pibes de Villa Soldati. De sus escritos surgió el guion del drama pasional elegido para llevar el mundo del fútbol amateur a la pantalla grande: “Pelota de trapo”, legendaria y taquillera película estrenada en agosto de 1948, producida y protagonizada por Armando Bo.

Algunos sostienen que fue al revés: que la exitosa película dirigida por Torres Ríos se inspiró en el club Sacachispas, cuando en realidad por entonces la entidad no existía más que en la ilusión de Vázquez y González y en la inspiración de Borcotó. En sus “Apiladas”, y luego en el film, ellos encontraron reflejadas sus propias vivencias y dificultades. Desde la contratapa de El Gráfico, Lorenzo convenció a los jóvenes de entonces que con el General en el poder todo sueño era posible. Fundado el 17 de octubre de 1958, dos meses después del estreno de “Pelota de trapo”, lo llamaron Sacachispas Fútbol Club, como el de la película. De la mano del film, la fama pronto se extendió. Perón le otorgó un predio en Villa Soldati donde construyó su primera cancha y allí se filmó la zaga. Titulada “Sacachispas”, fue estrenada en abril de 1950. Pese a que no tuvo la misma repercusión, alimentó la controversia. Junto con Arsenal de Llavallol, ambas entidades animaban los torneos Evita -aunque el Lila nunca lo pudo ganar- y protagonizaban una especie de clásico entre dos clubes que crecieron de manera similar al amparo del gobierno peronista. La rivalidad se extendió a la cuarta categoría del fútbol de AFA a la que las dos instituciones pronto se incorporaron.

En 1952, con la cancha y las instalaciones que disponía, Arsenal de Llavallol se afilió a la 3ª división de Ascenso, que más tarde se llamaría Aficionados, y actualmente Primera D. En ese equipo jugaban, Humberto Maschio, Antonio Angelillo, Natalio Sivo y el mencionado Cap. El Gordo Díaz, que era un experto en transacciones de futbolistas, empezaba a ganar dinero grande: los cuatro pasarían a Racing en 1954, y se descuenta su participación en la venta de los dos primeros al fútbol italiano en 1957: Maschio al Bologna, Angelillo al Inter. Por su parte, Sacachispas logró su afiliación a la misma categoría dos años después, en 1954, también gracias a la cancha y el respaldo de Perón. En su primera participación se volvió a encontrar con su viejo y conocido adversario de los Torneos Evita. El Lila fue campeón de punta a punta. Por primera vez un recién afiliado a la AFA, como Sacachispas, logró ganar el título y ascender. El incansable Díaz pidió que Arsenal lo acompañe en su ascenso, y la AFA le concedió ese privilegio. Ambas entidades lograron mantenerse en la “C” durante algunos años. Arsenal volvió a bajar a Aficionados en 1958, Sacachispas se mantuvo hasta 1962. Los problemas de ambas entidades habían empezado con el derrocamiento de Perón en 1955. El club de Llavallol no sólo perdió su protección política; además quedó en la mira de la revolución libertadora. En 1959 el Gordo Díaz fue acusado de falsificar la firma del presidente de la AFA con el fin de evadir impuestos en la venta del jugador Jorge Griffa al Atlético de Madrid, y Arsenal fue desafiliado por tres años.

Cuando en 1962 lo fue a ver a Armando a su despacho, el incansable Díaz había sido absuelto de todos los cargos y el club acababa de recuperar su lugar en la categoría menor. Rápido como era, el "Puma" comprendió que en la humilde entidad podía completar la formación de los valores más destacados de la cantera y cerró el acuerdo. Loco de contento, el visionario Aníbal Díaz se fue de la reunión con todo arreglado, con dinero en su bolsillo, con el compromiso de Armando de efectuar una ampliación del pequeño estadio, y con los préstamos de Rojitas y Pianetti, las dos máximas promesas de la tercera de Boca, quienes jugarán el torneo de Aficionados de 1962 para Arsenal, que ya no lucirá el amarillo y marrón a rayas verticales, sus colores originales, y que a partir de ese año paseará orgulloso el azul y oro por las canchas del ascenso, convertido en la primera filial del fútbol argentino y logrando una impensada repercusión. Entre las particularidades del acuerdo, Adolfo Pedernera fue nombrado Director Deportivo, en tanto Boca se reservaba la administración de la filial, que quedó a cargo del vicepresidente de Armando, Miguel Zappino, que además vigilaría bien de cerca a las dos promesas del club, que habían sido enviados como castigo disciplinario. Con Rojitas y Pianetti, el Arsenal más antiguo del fútbol argentino -fundado el 12 de Octubre de 1948, también poco después del estreno de la célebre película- hizo una campaña fuera de lo común, convirtiendo muchos goles aunque recibiendo más de los debidos. Al finalizar el torneo de 1962, Rojitas y Pianetti volvieron a Boca dejando una estela imborrable de su paso por Llavallol: fueron la gran atracción del torneo de Aficionados de un fútbol argentino que asistía a la primera experiencia de una filial.

El acuerdo entre Armando y Arsenal de Llavallol había nacido para vivir poco: cuando el Puma lo concretó, ya tenía en mente la adquisición de un complejo propio para las divisiones inferiores y concentración del plantel. En 1963, Boca adquirió La Candela, un predio de seis hectáreas ubicado en San Justo. Con esa nueva compra se fue yendo de Arsenal, y el pobre club de Llavallol se quedó sin conducción, ya que Díaz había sido marginado poco antes por Zappino y su gente. Finalmente Boca lo abandonó, y sin brújula ni respaldo político, con el esfuerzo vano de los pocos socios que quedaban, Arsenal se encaminó hacia una anunciada desaparición. En 1968 el terreno que le había otorgado el ministro de Perón, estaba su estadio con una pequeña tribuna de cemento, vestuarios, baños y demás comodidades que la mayoría de sus competidores envidiaban, fue expropiado por el dictador Juan Carlos Onganía. Arsenal de Llavallol jugó allí el último partido de su breve y agitada existencia el 12 de octubre de 1968 ante Central Córdoba de Rosario, el mismo día de su fundación pero exactamente veinte años después, y eso fue lo poco que duró su corta pero intensa existencia. Su viejo rival, Sacachispas, menos ambicioso, se fue afirmando lentamente como uno de los dos clubes más grandes del barrio de Villa Soldati -su clásico rival es el Deportivo Riestra- alternando entre la cuarta y la tercera división del fútbol de AFA, en la que actualmente milita. Curiosamente, su crecimiento se consolidó gracias a su presidente entre 1975 y 1983, Roberto Larrosa, quien fue electo concejal de CABA por la UCR durante tres mandatos, entre 1983/97 y obtuvo la cesión definitiva de las tierras que hoy ocupa. En sus instalaciones cuenta con un estadio con capacidad para 5.000 personas, un gran gimnasio cubierto, canchas para otras disciplinas recreativas, dos piletas y una zona arbolada con quinchos y parrillas. De sus fundadores heredaron el tesón pero también la cautela, por eso su crecimiento fue lento pero seguro.

Después de su expropiación, los militares abandonaron el predio de Llavallol. El paso del tiempo y la huella del odio lo transformaron en un enorme basural. La de Aníbal Díaz y su Arsenal es una de esas curiosas leyendas futboleras que se pierden en el olvido, aplastadas por el impresionante marco de la gran historia del fútbol argentino. La de un humilde y ambicioso dirigente de un club de barrio que quiso cortar camino a la grandeza y lo pagó con la desaparición. De la suerte de Díaz poco se conoce. Una fuente consultada afirma que el Gordo murió en Florencio Varela en 1974 en un confuso accidente, atropellado por un automóvil con varios ocupantes que se dio a la fuga. Otra versión más confiable es la de Néstor Santiago: el hijo de José Pirula Santiago supo de una larga y complicada internación, de donde harto de la comida del hospital, Aníbal Díaz se habría escapado en busca de un bodegón para despedirse de este mundo con un último y definitivo atracón, olvidado y sólo como un profeta sin apóstoles.

Marcelo Calvente

martes, 22 de octubre de 2019

Ángel para un final


Tras la dura caída ante San Telmo de diciembre de 1975 se hizo cargo de Lanús Osvaldo  Panzutto, un ex delantero surgido en San Lorenzo que había triunfado en Colombia y que incorporó muy pocos jugadores: Juan Carlos Nani, bahiense de Puerto Comercial, que tras dos breves pasos sin mucho éxito por Boca y Argentinos llegó para reemplazar a Manolo Silva. Además hubo recambio de arqueros: Se fueron  Dávalos y Riolfo, y llegaron San Miguel, de Platense, y Crosta, de Sarmiento de Junín. Y también llegó al club el consagrado Ángel Clemente Rojas. Lo mejor de su carrera había sido entre 1963 y 1972 jugando para Boca, donde ganó 5 campeonatos y se consagró como el máximo ídolo de la parcialidad xeneize. Su carrera se fue diluyendo antes de lo pensado. En el 72 pasó por el Deportivo Municipal de Perú donde no brilló. Volvió a Boca en el 73 y tampoco rindió. Con la vuelta del peronismo al poder, apadrinado por  el caudillo Herminio Iglesias, firmó para Racing donde jugó 17 partidos e hizo un gol, pero tampoco conformó. Según le contó Rojitas al autor de este libro, antes de los 30 había perdido las ganas de jugar. En el 75 firmó para Nueva Chicago, club dirigido por Paulino Niembro, hombre de la UOM, y a principios de 1976 firmó para Lanús, donde presidía otro peronista destacado, Lorenzo D’Angelo. El gran Ángel Clemente Rojas llegó casi en silencio porque para el mundo del fútbol era evidente que no estaba para jugar. Sin embargo Panzutto lo tuvo en cuenta en el arranque del campeonato de Primera B de 1976, que tenía como premio un ascenso a mitad de año, al finalizar la primera rueda. Su debut en Lanús se produjo el 6 de marzo del 76 en Arias y Guidi por la 4ª fecha   como titular ante Tigre, equipo al que Lanús venció por 2 a 1. Esa tarde, por ausencia de Del Río, Angelito jugó en la posición de 10 y fue reemplazado por el Cabezón Melindrez, que de penal marcó el gol de la victoria a los 33’ del complemento. Rojitas volvió a ser titular siete días después en cancha de Atlanta, en la derrota de Lanús ante Platense por 4 a 2, pero ésta vez sufrió una lesión muscular y a poco de comenzado el encuentro fue reemplazado nuevamente por Melindrez. Estuvo fuera de competencia hasta la anteúltima fecha, la 18ª, en la que Lanús recibió a otro de los candidatos al ascenso: Los Andes, que tenía una excelente delantera conformada por el Pato AImetta, el ex Granate y temible cabeceador Rubén Rojas, el Nene Juan Carlos Díaz, uno de los máximos ídolos del Milrayitas, y el ex Lanús y Banfield Daniel Cantero, hoy relator partidario del Taladro. Rojitas nuevamente fue sustituido por Melindrez, y la visita logró el empate a poco del final. En la fecha siguiente, Lanús visitó a El Porvenir con la vuelta a la titularidad de Víctor Hugo Del Río y una delantera integrada por Epifano, Nani y Rojitas como once mentiroso. Como Lanús estaba en desventaja desde el último minuto del primer tiempo, en el complemento le dejó su lugar a Dos Santos, pero el resultado no se modificó. La tabla final de la primera rueda la lideraron Platense y Tigre, con 26 puntos, seguidos por Villa Dálmine y Lanús, ambos con 24. Detrás se ubicaron Almagro, Los Andes y Central Córdoba, los tres con 22, que jugaron un triangular y los dos primeros vencieron a Central Córdoba e ingresaron al reducido.

Con Ángel Clemente Rojas en su casa en el año 2017 
Siempre con Panzutto en el banco, el 29 de junio de 1976 Lanús debutó en el hexagonal por el primer ascenso venciendo a Los Andes en cancha de Banfield por 2 a 1. Luego empató en cero con Platense en el Gasómetro, después también en San Lorenzo aplastó a Villa Dálmine por 4 a 0 quedando como único puntero con cinco puntos, seguido por Platense con cuatro. Todo siguió igual en la anteúltima, cuando el Grana  despachó a Tigre por 2 a 0 en cancha de Huracán y se mantuvo como único puntero con 7 unidades, en tanto el Calamar vencía por igual marcador a Los Andes y quedaba segundo con 6. En la fecha final sucedió lo impensado, aunque por esos años repetido. Lanús fue a dar la vuelta a Cancha de San Lorenzo para vencer a Almagro, que en la fecha inicial había sido goleado por Platense por 5 a 1, y luego había cosechado cinco puntos producto de dos victorias y un empate. El Grana venía de perder la chance de ascender en el 74 ante Estudiantes de Buenos Aires, en el 75 San Telmo le había ganado la final en cancha de Huracán, y ahora tenía el ascenso servido ante Almagro. A la misma hora, Platense enfrentaba en cancha de Vélez al humilde Villa Dálmine, que hasta ahí sólo había logrado dos puntos. Al finalizar el primer tiempo, ni el Grana podía aventajar a Almagro, ni Platense encontraba el camino para vencer al Violeta. Pese a que con ese resultado parcial en ambas canchas el que ascendía era Lanús, el nerviosismo de los futbolistas Granates iba en aumento ante la férrea defensa que oponía el Tricolor. En un clima enrarecido, durante el entretiempo del encuentro disputado en Av. La Plata, la hinchada de Lanús invadió la tribuna de Almagro y desalojó violentamente a su parcialidad. A los 12’ del complemento las radios pegadas a los oídos Granates transmiten la mala noticia ocurrida en Liniers: centro pasado de Ulrich, frentazo implacable del lateral izquierdo Juan Carlos Pilla y gol de Platense. Ahora Lanús y el Marrón estaban igualados y debían definir el ascenso en un partido final. Pero en aquellos tiempos a Lanús nada le salía bien: el humilde Almagro, con el ex granate Hugo Piazza en el arco, Daniel Belloni y Luciano Figueroa como referentes, se puso en ventaja a 9 minutos del final con gol de Manuel Amado Sánchez, y ya no hubo nada que hacer. No hay dos sin tres, la gente de Lanús despide al equipo con silbatina e insultos. En el banco del Tricolor estaba como arquero suplente Claudio Tamburrini, quien sería secuestrado un año después y junto a tres compañeros de cautiverio se escaparía el 24 de marzo de 1978 del centro clandestino de detención Mansión Seré para luego partir a Suecia y volver a la Argentina en 1983 para describir en el juicio a las Juntas Militares su detención ilegal, recreada en la película Crónica de una fuga.  
      
Cuatro días después, ya sin Platense, que se sumó al Torneo Nacional de Primera, Lanús comenzó a jugar la segunda rueda recibiendo a Almirante Brown ante la bronca y el desprecio de sus hinchas. El Narigón Panzutto había dejado su cargo. Su lugar había sido ocupado transitoriamente por Ricardo Arauz. Esa tarde volvió a perder. De a poco, pese al malhumor de su gente, el buen juego comenzó a reaparecer y llegaron los resultados. En la 33ª fecha la dupla integrada por José María Silvero y Norberto Raffo se hizo cargo del equipo de cara al tramo final. Era el mismo Lanús del 75, pero con Crosta en el arco y con la potencia ofensiva de Nani, de la mano de José Luís Lodico muy pronto se ubicó al tope de la tabla de posiciones. Ángel Clemente Rojas, que no había participado del hexagonal por el primer ascenso, en la segunda rueda jugó sólo algunos minutos en la anteúltima fecha ante Los Andes, otro de los candidatos, en siempre difícil Gallardón. Lanús se puso en ventaja por intermedio de Clausi a los 32’, pero Los Andes se adueñó del balón y se fue en busca del empate. Promediando el complemento Silvero pensó en Ángel Clemente Rojas para sostener la pelota y lo puso en lugar de Nani. Rojitas cumplió y Lanús se llevó la victoria. En la fecha de cierre, al superar en Arias y Guidi a El Porve por 2 a 0, totalizando 47 puntos, uno más que Almirante Brown, que también ganó y fue segundo con 46, Lanús terminó en primer lugar. No alcanzaba. Mientras no se lograra el ascenso la bronca de la gente no iba a terminar, y para conseguirlo había que ganar el hexagonal final. El primer partido del reducido fue el 4 de diciembre de 1976. En cancha de San Lorenzo, Lanús venció con amplitud a Villa Dálmine por 3 a 0, y la dupla técnica volvió a apelar al dominio y la sabiduría de Rojitas para suplantar a Del Río. En la segunda fecha ante Tigre, también en el Gasómetro, Lanús se puso arriba a los 10’ por intermedio de Canio y Tigre logró el empate 11 minutos después. El Grana tuvo que salir a buscar y la ventaja tardó en llegar: fue por intermedio del goleador Juan Carlos Nani cerca del final, Lanús ganó 2 a 1 y Rojitas no ingresó. En cancha de Racing Lanús venció por goleada a Central Córdoba por 5 a 1, con un parcial de 3 a 0 al finalizar el primer tiempo. Ángel Clemente Rojas ingreso en la reanudación y mostró algo de su reconocida calidad con la pelota en los pies. El partido clave fue en la fecha siguiente, el 15 de diciembre de 1976 por la noche, una multitud de hinchas Granates se hizo presente en cancha de Huracán para enfrentar a Los Andes, que sorprendió a los 5 minutos y se puso en ventaja por intermedio del Nene Díaz. El Tanque Nani alcanzó el empate antes del descanso. En el entretiempo se supo que el perseguidor de Lanús, Almirante Brown, vencía con comodidad a Dálmine en cancha de Racing, por lo que si no se podía ganar, a Lanús le servía el empate. Con esa idea en la cabeza, a los 10 del complemento Silvero mandó a precalentar a Rojitas. Pero mientras eso pasaba, Rubén Rojas, nacido a dos cuadras de la cancha de Lanús y formado en la cantera del club, marcó el segundo gol para Los Andes. Baldazo de agua fría: con la derrota parcial el Grana llegaba al partido ante Almirante Brown un punto abajo. Los futbolistas granates vieron sorprendidos la chapa anunciando la salida de Del Río y el ingreso de Rojitas. Nunca sabremos si el DT no se animó a mandarlo a sentar de nuevo por ser quien era o si en verdad confiaba en el veterano para darlo vuelta. Lo cierto es que Rojitas entró y se comió la cancha. Como si el tiempo no hubiera pasado, en los treinta minutos que jugó sacó a relucir su viejo repertorio de apiladas, gambetas, amagues y quiebres de cintura, y Lanús lo dio vuelta con goles de Nani y Epifanio después de dos grandes apiladas de Ángel Clemente Rojas. “Con Los Andes estaba muy complicado, perdíamos 2 a 1 y no encontrábamos la manera de entrarles, pero Silvero lo puso a Rojitas y el partido lo ganó él sólo” me dijo una tarde de 2019 José Luis Lodico y me motivó a investigar lo sucedido.

Ángel Clemente Rojas fue un grande de verdad, que como suele decirse de los que firman contratos cuando ya no dan más, llegó a Lanús a "robar", jugando apenas 8 partidos de los 37 que disputó el Grana en 1976, la mayoría ingresando en los segundos tiempos. Sin embargo, le bastaron 25 minutos de su calidad para sacar al club Lanús de una de las peores circunstancias de su vida deportiva. El resto es historia conocida. Una semana después, ante un Gasómetro repleto, dejando atrás tanta malaria y archivando el recuerdo de tres frustraciones consecutivas, Lanús venció a Almirante Brown por 2 a 0 y volvió a primera como un campeón justo y brillante. Rojitas, que esa tarde no ingresó, había cumplido. Y pese a que ya no tenía ganas, renovó contrato por un año más y durante 1977 jugó 5 partidos en Primera vistiendo la camiseta de Lanús.

Marcelo Calvente

martes, 15 de octubre de 2019

El retorno del capitán


José Luís Lodico, figura y capitán del Lanús campeón de Primera B de 1976, luego del diferendo con José María Silvero que ya explicamos, durante el Torneo Metropolitano de Primera de 1977 sólo estuvo presente en 8 encuentros. Durante el resto de ese año no volvió a jugar. Con la apertura del libro de pases varios clubes se interesaron por sus servicios, pero fue Banfield el que le acercó la oferta más concreta. Tan tentadora fue la proposición que ese paso de un año por El Taladro le permitió al futbolista comprar su primera casa. “Con la tristeza de no poder concretar el sueño de jugar en Primera con Lanús, esa fue la única vez en mi carrera que opté por anteponer lo económico: los dirigentes de Banfield me compraron la casa que yo elegí, y no tengo dudas de que esa decisión me cambió la vida. Teníamos un equipo muy desequilibrado, le ganamos de visitante a Boca, que fue subcampeón de Quilmes, a San Lorenzo, a Independiente y a Estudiantes pero perdimos muchos puntos con los rivales directos. All Boys, Chacarita y Platense zafaron en las últimas fechas y nos fuimos nosotros y Estudiantes de Caseros”. 

En Banfield jugaban Osvaldo Cerqueiro, Miguel Ángel Corvo, Miguel González, Horacio Santillán, Oscar Moris, Oscar Telli, Sergio Gigli, Claudio Jara, José Lo Gatto. Ese equipo se topó con el mismo obstáculo que un año antes mandó al descenso a Lanús: Platense. En la penúltima fecha ambos se enfrentaron en cancha de Atlanta, donde el Marrón, que había sido desalojado de su estadio de Manuela Pedraza y Cramer, hacía las veces de local. Platense lo ganaba 2 a 1, y como Banfield debía quedar libre en la última jornada, con ese resultado quedaba muy comprometido. En el minuto final, el Taladro tuvo la chance de empatar desde los doce pasos. El habitual ejecutante, Miguel Ángel Corvo, había sido reemplazado, por lo que el “Loco” Cerqueiro tomó la responsabilidad y falló. Si Cerqueiro convertía ese penal, Banfield se quedaba en primera. Lo más extraño pasó siete días después, cuando el Calamar venció en San Martín a Chacarita, que ya había zafado, en un partido que condenó al Albiverde y que dejó un mar de dudas. 

José Luis Lodico hoy, director técnico de infantiles del club Lanús
El pase de Lodico seguía siendo de Lanús y los dirigentes Granates tras el descenso a la C reclamaron su presencia. La controversia era que Banfield había pagado el 70% de lo que adeudaba por su casa, y era sabido, los problemas económicos y la crisis institucional ponían en dudas que Lanús pudiera afrontar el 30% restante. El flamante presidente Juan Carlos Seguer y el dirigente Coco Garrido se comprometieron con Pino, que para la temporada de 1979 retornó al club, y pasó de jugar en la división mayor a afrontar el fútbol de la Primera C, pese a las enormes distancias que mediaban entre ambas categorías. Sin embargo, gracias a que los dirigentes cumplieron su promesa, al cabo de ese año el club Lanús pagó el porcentaje restante de la vivienda del jugador. Lanús peleó el campeonato con Español, que metió un sprint final de cinco victorias al hilo y le sacó cuatro puntos, y el escolta fue Deportivo Morón. Lodico se adaptó rápidamente al cambio de categoría. En 1980 el torneo de la C tuvo tres protagonistas: el Deportivo Morón, Central Córdoba de Rosario y Lanús, cuyos futbolistas prácticamente no cobraban. 

Una noche de mediados de septiembre de ese año, cuando faltaban doce fechas para el cierre del campeonato y Lanús había quedado bastante alejado de la punta,  José Luis Lodico recibió en su casa la visita de dos personas con un maletín repleto de dinero. No le pedían que vaya para atrás, simplemente que al día siguiente acuse una lesión en la práctica, y debido a la misma el sábado se ausente al encuentro que el Grana debía disputar ante Central Córdoba, que por esa fecha peleaba mano a mano el ascenso a la "B" contra el Deportivo Morón. Con eso se conformaban, sabían que aquel Lanús, sin Lodico, no tenía timón. Indignado, ante la mirada inquisitoria de su esposa Ana María, Pino los despidió sin titubear antes de que terminen de hacerle la propuesta. Estos dos señores, un representante y un muy conocido ex jugador de Independiente, se retiraron tan sorprendidos que no lo podían creer, a punto tal que saludaron con un apretón de manos respetuoso para el jugador, que en los ojos de sus visitantes vio el asombro de quienes acaban de entrevistar a un extraterrestre. Tan sorprendidos se fueron que al día siguiente lo llamaron al presidente de Lanús para contarle la secuencia, expresar su opinión acerca de la clase de persona que era Pino Lodico y felicitarlo por contar con este jugador en el plantel Granate. Por entonces, Lanús era poco más que un club de barrio y pronto corrió la voz. Esa tarde, antes del inicio del partido, en el sector del público local no se hablaba de otra cosa.

La cuestión es que en la primera pelota que recibe, Lodico gira para arrancar desde el fondo y el balón se le adelanta, tanto que le queda justa a Cabrera, el cinco de Central Córdoba, que desde fuera del área le pegó de primera y la clavó en un ángulo de Poliserpi. ¡Para que! Varios hinchas que habían escuchado la historia previa empezaron a gritarle vendido, sospechando que todo había sido una maniobra para ocultar que en verdad había aceptado la oferta maliciosa. Lodico se desesperó, pensaba "¡no puedo tener tanta mala suerte, rechacé la guita sin dudar cuando no tengo para darle de comer a mis hijos y me gritan vendido…!". Sabía que ni ser la figura servía, sólo hacer un gol lo salvaba del oprobio, y el gol, está claro, nunca había sido lo suyo. Pero a veces la taba cae del lado de los buenos: antes del final del primer tiempo, en un córner, Pino va en busca del gol salvador, mete un remate de volea que el arquero rosarino alcanza a desviar, Nigretti la empuja en la línea y consigue el empate que salvó el honor del capitán. En el complemento Lanús lo dio vuelta con gol de Crespín. Finalmente, ascendió Morón, que con Peidró, Stagliano, Colombatti, Milano y Atilio Romagnoli, había sido el mejor, sumando 64 puntos. Segundo fue Central Córdoba con 59 y Lanús ocupó el tercer lugar con 50. El año 1981 sería el del título y el ascenso para el Grana. Cracks hubo en todos los tiempos, personas como José Luis Lodico, no siempre. Más bien casi nunca.

Marcelo Calvente

domingo, 17 de julio de 2016

La tarde que Lanús enfrentó a Piraña

Curiosa es la historia del Club Atlético Piraña, nacido en 1942 en el corazón de Pompeya, en la calle Famatina, entre casonas, conventillos y galpones donde aún sobrevive la sede y la vieja cancha de medidas antirreglamentarias. Allí supo forjar un relieve futbolístico durante dos décadas de participación en las ligas independientes. Vaya uno a saber cómo, Piraña consiguió lo más difícil de lograr por aquellos años de explosión futbolera: junto a otros seis clubes, entre ellos Arsenal de Sarandí y Villa Dálmine, obtuvo la afiliación a la AFA para disputar el torneo de la división Aficionados de 1961. Humilde entre los más humildes, sólo entre 1964 y el 69, con la aparición de Héctor Yazalde,  Piraña estuvo cerca del ascenso. A partir del año 1970 el equipo de Pompeya tuvo que luchar por mantener la categoría, y muchas veces esquivó milagrosamente la tan temida desafiliación de una divisional cada vez más competitiva.

Sin embargo en 1978, y de manera insólita, casi milagrosa, Piraña vivió su hora más gloriosa: en un torneo que contó con 30 participantes, divididos en tres zonas de 10 equipos, fue uno de los quince clasificados a la rueda final por el ascenso, los cinco primeros de cada zona. Todo milagro tiene su explicación; en medio de la competencia se denunció a un equipo que no cumplía el artículo 241 de la reglamentación de la divisional, que impedía poner en cancha más de tres jugadores mayores de 23 años. La investigación se profundizó, y finalmente 14 de los 15 equipos que participaron de la ronda final fueron sancionados. Las quitas de puntos fueron determinantes. Gracias a esas sanciones, Piraña, el único equipo que no trasgredió la regla, vivió su cuento de hadas: terminó puntero con 19 unidades, la misma cantidad que Justo José de Urquiza, que había recibido la sanción menor: apenas 3 puntos de descuento. Lo dirimieron en una gran final jugada en cancha de Argentinos el 15 de enero de 1979, donde Piraña se impuso por 4 a 1 y obtuvo la mayor conquista de su breve existencia: Campeón de Primera División “D” y ascenso a la “C”, donde jugará en 1979 por primera y única vez.

En sentido contrario venía el club Lanús, una de las 18 entidades fundadoras del profesionalismo, con un bien ganado prestigio por su estilo de juego ofensivo y un reducto difícil, atributos suficientes como para afianzarse como equipo de primera división durante los años 30 y 40. El elenco Granate perdería la categoría por vez primera recién en el año 1949 víctima del mayor despojo de la historia del fútbol patrio, cuando ya casi todos los chicos, incluidos Vélez y los equipos rosarinos, habían mordido el polvo del descenso a la “B”. El retorno fue inmediato, y significó el inicio de la construcción de un representativo que pasó a la historia como el más lujoso, desplegando un fútbol de galera y bastón que conquistó la simpatía de la mayoría los espectadores porteños: Los Globetrotters, aquel elenco maravilloso que no pudo ganar el torneo de 1956, aquellos grandes jugadores que no pudieron obtener la gloria que merecían.

En 1961 Lanús descendió por segunda vez, y en esta oportunidad el retorno le demandaría tres años en la “B”, hasta 1964, cuando consigue volver a la categoría de privilegio con otro equipo para el recuerdo: Los Albañiles, por Silva y Acosta, los constructores de las famosas paredes que los convirtieron en una dupla de leyenda. En 1970 Lanús volvió a la “B”, en el 71 ascendió, en el 72 volvió a descender, y después de varias finales perdidas consiguió retornar a la división mayor en 1976 con otro equipo excepcional conducido por José Luís Lodico, el último centrojás granate. A esa gran conquista le sucedió la caída estrepitosa. En 1977 Lanús se va a la “B” en una dramática e inolvidable definición por penales ante Platense en cancha de San Lorenzo. Y en la misma cancha, un año después, bajaría otro escalón al perder otra final, ésta vez ante Villa Dálmine. Fue en 1978, el año del Mundial, Lanús se fue a la “C” y la noticia sacudió al fútbol argentino.

Los caminos de Lanús y Piraña se cruzaron por vez primera el 5 de mayo de 1979 en cancha de Huracán, donde Piraña asumió en condición de local el partido más importante de corta existencia. Nunca había jugado ni volverá a jugar con un rival de semejante tamaño. El Grana había tocado fondo, y el sorprendente crecimiento de Piraña, de manera simultánea, encontró su techo. Lanús había formado un equipo con hombres experimentados en la divisional “B” pensando que el retorno se daría de manera natural, por el peso de la camiseta y de la historia, y pronto comprendió que nada sería tan sencillo. Algo parecido pero en sentido adverso le pasó a Piraña, que mantuvo el equipo que había logrado el ascenso, y pronto comprendió que el sitial le quedaba demasiado grande. Su campaña lo dice todo: apenas 2 victorias y siete empates con 29 derrotas, muchas de ellas por goleada, los números elocuentes que lo devolvieron a la “D”.  Cuando se volvieron a ver las caras en la cancha de Lanús, por la ronda de las revanchas, todo estaba más que encaminado para ambos. El local no logrará darle alcance al Deportivo Español, que lo pasó en el tramo final, consiguió el ascenso con justicia, y Piraña se despidió de la “C” para siempre.

El tiempo puso las cosas en su lugar. Para Lanús, el choque con Piraña simboliza la dimensión de la caída, pero también el punto de partida de una esforzada y sorprendente recuperación institucional, aunque le demandará 12 años su vuelta a la primera división. En la actualidad es uno de los animadores del fútbol argentino y de las máximas competencias internacionales, y en los últimos 20 años obtuvo dos títulos locales y dos continentales. Para Piraña, haber enfrentado a Lanús sintetiza la dimensión de una hazaña deportiva lograda en circunstancias curiosas, que se truncó cuando la carroza se convirtió en zapallo y todo volvió a su lugar. En 1980, Piraña jugó nuevamente en la “D”, salió último en la tabla y perdió su afiliación. Nunca más volvió a la órbita de la AFA. En los últimos 15 años dejó de funcionar normalmente, padecimiento habitual en las instituciones barriales. Sus instalaciones fueron ocupadas por bandas dedicadas a comercializar drogas. Luego de un procedimiento policial, el lugar fue clausurado. En 2014 socios y vecinos lograron la normalización institucional, y en la actualidad siguen luchando para recuperar su sitial en el corazón de Pompeya.

Aquel furtivo encuentro entre Lanús y Piraña, uno sintiendo el estrépito de su caída y el otro celebrando su suerte ante el precipicio, está marcado a fuego en las historias de ambas entidades. Y hoy, que todo los separa, los une la singularidad y el dramatismo con el que ambos clubes han transitado sus respectivas existencias.  

Marcelo Calvente



sábado, 14 de noviembre de 2015

La increíble historia del primer despojo


En 1949 Lanús recibe el primer gran revés de su vida deportiva: de manera injusta y arbitraria es condenado a descender a la B en una particular definición ante Huracán. Ambos equipos habían igualado la última posición con 26 puntos, uno menos que Tigre y Boca. Fue la primera final por la permanencia de la historia. Se decidió jugar dos partidos en cancha neutral -el primero en San Lorenzo el 18 de diciembre, con ajustado triunfo de Huracán por 1 a 0, y el segundo en Independiente, amplia victoria granate por 4 a 1, encuentro disputado increíblemente la tarde del ¡24 de diciembre! a estadio repleto, sin que valga la diferencia de gol. Al no haberse pensado antes de qué forma se jugaría un hipotético desempate, la AFA decide la disputa de un tercer encuentro, que se jugó en San Lorenzo el 8 de enero de 1950, una vez más con estadio a reventar de espectadores, varios de ellos simpatizantes de otros equipos convocados por tan dramática e interminable definición. Nadie imaginaba que el equipo del poderoso militar amigo de Perón, Tomás Adolfo Ducó, por entonces presidente de Huracán por quinta vez, pudiera perder con el humilde cuadro del suburbio de Lanús. Desde las sombras del poder, el coronel Ducó manejaba también la AFA con mano dura. Tan dura que no necesitaba pedir un favor. Pero no tuvo en cuenta que los árbitros ingleses tenían aún muy arraigado el sentido de justicia, y aunque sufrían incontables problemas con el idioma, ignoraban todavía el interés que había detrás de tal o cual divisa. Habían llegado por vez primera al país a principios del 48  convocados ante los sospechosos arbitrajes de los jueces argentinos, luego de que en Rosario el árbitro Osvaldo Cossio fuera providencialmente salvado por tres soldados, cuando un nutrido grupo de hinchas de Newell’s, después de una derrota agónica ante San Lorenzo, estaba a punto de colgarlo de un árbol del Parque Independencia con un cinturón alrededor del cuello. Los árbitros ingleses podían equivocarse, pero no se permitían la mínima duda para sancionar o no una falta, fallaban siempre con imparcialidad y sin tener en cuenta la conveniencia del poder de turno. Así fue hasta que sus cualidades se interpusieron a los intereses de Tomás Adolfo Ducó, y a punta de revolver comprendieron mejor la situación.  

Pairoux, de penal, marca el 2 a 1 parcial para Lanús
La AFA había decidido que la cuestión no podía extenderse más y por eso en caso de empate al cabo del tercer partido se jugaría un alargue de 30 minutos. Fue el 8 de enero de 1950 en el Gasómetro de Avenida La Plata, un emotivo y cambiante cotejo con empate parcial en tres goles, cuando a  dos minutos del final los jugadores de Huracán abandonaron el terreno por orden de Ducó, desconformes con la anulación de un tanto a su favor. Imaginemos la escena: En diciembre se jugaron dos partidos, en enero se disputa un tercero, el resto de los equipos no tiene competencia, y todos los ojos del fútbol argentino apuntan sobre la controvertida final. Los jugadores del Globo, encabezados por el poderoso dirigente de su club, no entienden ni aceptan el fallo del inglés Bert Cross. La decisión arbitral había sido tomada a expensas de uno de sus jueces de línea, quien alzaba insistentemente su banderín desde antes de la conversión para informar que en el inicio de la maniobra la pelota estaba en movimiento. De esta manera, el juez principal le anula al Globo el gol que inicialmente había convalidado. Ofuscados, despreciando además el empate parcial y el tiempo complementario que había por delante, los futbolistas del Globo se retiran del terreno ante más de 50.000 personas, cometiendo de esa manera una infracción que desde el inicio del fútbol y hasta hoy se pena indudablemente con la pérdida inmediata del partido.


El dramático encuentro prosigue de manera insólita. Pese a la ausencia de la totalidad de los jugadores rivales, los futbolistas Granates reciben con asombro la orden del árbitro de poner la pelota en movimiento desde el lugar donde se había cometido la infracción señalada. La empiezan a llevar hacia el arco contrario sin oposición –aunque también con poca convicción- porque la escena es francamente absurda. Se muestran desorientados ante la insólita circunstancia, pero igual avanzan sobre la desguarnecida valla rival. Sin embargo, en el momento que Daponte ejecuta el remate final,  el árbitro Cross, vaya uno a saber que le pasó por la cabeza en ese instante crucial, qué repentino temor lo animó a tomar tal decisión, hizo sonar el silbato y suspendió el partido antes de que la pelota transponga la línea de gol del arco de Huracán, para después dirigirse a su camarín y tratar de repensar la situación. Hay quien dice que ante la inconcebible circunstancia y el idioma casi desconocido, el inglés fue superado por la situación y se asustó. Otros afirman que en el camino fue amenazado de muerte. No es difícil imaginar lo que pasó puertas adentro del vestuario cuando redactó el informe ante la presencia del propio Ducó.

Los espectadores permanecieron en el lugar durante casi una hora más esperando que se juegue un alargue que, luego de la suspensión, anunciaron los altoparlantes del estadio y que finalmente no se disputó. Insólito por donde se lo mire. A partir de ese inesperado informe del juez se van a aferrar Valentín Suárez -hombre de confianza de Ducó, histórico dirigente de Banfield y entonces flamante presidente de la AFA- y sus secuaces de los clubes grandes, los que votaron en contra del reclamo de Lanús, que exigía se le adjudique la victoria y la permanencia en la categoría, como claramente indica el reglamento. Nada de eso ocurrió. De forma descarada beneficiaron al equipo que desconoció un fallo arbitral, que no quiso seguir jugando y que abandonó el terreno. Luego de varias semanas de dilaciones, en lugar de castigar a Huracán con la derrota y el descenso que merecía, ordenaron un nuevo partido.

La historia vuelve a repetirse 38 días después, el 16 de febrero de 1950, en el estadio de River Plate, ante 45.000 aficionados convocados por un choque tan controversial como nunca había habido otro en la historia del fútbol argentino, que resultará atrayente, cambiante y con muchos goles. Pronto, en el terreno de juego sucedería lo que muchos temían. El árbitro designado, Johan W. Muller, había resuelto ser más razonable y obediente que su compatriota Bert Cross; por eso, Lanús fue perjudicado de forma descarada de principio a fin del partido. No obstante, el Grana domina y se adelanta en el marcador por intermedio del Gordo Lacasia a los 19 minutos de juego. Trejo lo iguala a los ’34, y tres minutos después Pairoux, de tiro penal, pone de nuevo en ganancia a Lanús, que se va al descanso con un parcial de 2 a 1 arriba. No es difícil imaginar el drama de Muller. Sabe que debe evitarlo, está en tierra extraña, en un tiempo político de cambios profundos y cargado de violencia. Teme por su vida y se convierte en protagonista destacado con sus fallos, todos favorables al equipo de Ducó. Con su ayuda, Trejo marca el empate transitorio a los 4’ del complemento. Con el empate parcial, Lanús se vuelca con todo a la ofensiva y Muller le niega la sanción de un claro penal a favor por fuerte falta dentro del área de Uzal, defensor del Globo, a Osvaldo Gil. Huracán estaba siendo desbordado, hasta que a los 34 minutos, en una de las pocas contras que su equipo pudo hilvanar, el volante derecho de Huracán, el petiso Omar Muracco, desnivela y pone el 3 a 2 para su equipo. Lleno de rabia e impotencia, Lanús se va con todo al ataque buscando el más que merecido empate, y enseguida el árbitro le vuelve a negar la sanción de otra clara falta del mismo Uzal dentro del área, en este caso en perjuicio de Lacasia, lo que provocó una violenta reacción de los futbolistas granates. El árbitro ingles sabe que de ninguna manera puede ganar Lanús, pese a que a lo largo de la interminable definición había demostrado ser claramente superior a su rival. Para poner fin a tanta incertidumbre buscará sancionar un penal para el Globo. Fue en la siguiente jugada, en una infracción dudosa cometida por Roberto González medio metro afuera del área de riesgo, cuando Muller le da el tiro de gracia a Lanús sancionando penal en favor de Huracán. La escena no es menos dramática que las anteriores: ante semejante marco, con resultado adverso por 3 a 2 a favor del Globo y dos minutos por jugar, los jugadores Granates rodean al juez y pronto comprenden que están perdidos.
En River, Lanús impide la ejecución del penal 


Sin dirigentes a la vista a quien consultar, se juegan la última y desesperada carta. Con el capitán Salvador Calvente al frente de sus compañeros, en cuestión de segundos los futbolistas granates toman una valiente decisión que quedará en la historia del fútbol argentino: ante 50.000 sorprendidos espectadores, se sientan en el césped frente al punto penal e impiden la ejecución de la sanción hasta que el juez da por suspendido el encuentro. Con ese recurso evitan una segura derrota en el terreno de juego y obligan a llevar nuevamente la definición a los escritorios de la AFA, para que los verdaderos responsables de semejante despojo resuelvan la cuestión ante los ojos del país todo y pongan en evidencia el descarado accionar de la entidad rectora. Todo el escándalo tenía una motivación. Para los equipos grandes era indispensable que los seis elencos cuyo voto valía por tres mantuvieran la categoría -Huracán era el sexto- y así conservar los 18 votos que le otorgaban mayoría, sobre 17 que sumaban los representantes del resto de los equipos de menor convocatoria. Pese a que el mundo del fútbol se indignó ante la infamia, apenas un par de días después, y sin más dilaciones, la AFA le dio por perdido el partido a Lanús, que durante 1950 debió militar por vez primera en la divisional B, y que al cabo de ese año ganará el título con comodidad en un torneo por demás corto, recuperando la categoría de manera inmediata y dando comienzo al espectacular ciclo de Los Globetrotters, otra extraordinaria página de la historia Granate. 

Marcelo Calvente


martes, 10 de febrero de 2015

Esperando el bicentenario




Para mi sorpresa no son pocos los que están enfurecidos con la Fiesta del Centenario del Club Atlético Lanús. A más de treinta días de perpetrada, son muy contados los que se animan a sostener que no faltó nada. Al consultar al respecto, la mayoría me dice “¡siiii, muy linda fiesta...!” y cuando repregunto si no le parece que faltó la historia, los equipos, los jugadores, los dirigentes -bah, que faltó todo- son muchísimos los que me dicen “si, en eso tenés razón, no lo había notado”. Algunos se indignan en el momento, otros se van pensando. Pero no faltan los que dicen “siiii, tenés razón, pero la fiesta estuvo muy linda…”  Y la gran mayoría no entiende -o peor, no le importa- la gravedad de lo que en verdad está sucediendo en el club.   

El 2 de julio de 2012, en la nota “La reunificación de la Unidad”, escribí: “…hoy que los tiempos se acortan dramáticamente, me permito recomendar que él (Maron) y su agrupación comprendan que no puede ser candidato por la Unidad un dirigente que, más allá de sus grandes valores y cualidades que nadie puede discutir, durante los tres años de mandato de su sucesor, en la práctica, no formó parte de la misma. Para ser el presidente del club por la Lista Unidad, primero debería volver a ser parte de ella”. Casi tres años después nadie que esté cercano al club puede negar que Alejandro Marón y su grupo de colaboradores más cercanos fueron debilitando de a poco a la autoridad de los dirigentes de las demás agrupaciones que conforman la Unidad, incluso los de cargos electivos, esos que los socios votaron para que co-gobiernen de manera unitaria como ha sido invariablemente a partir de la reconstrucción de fines los ‘70 hasta hoy. Siempre existieron diferencias, es sabido, pero nunca tan profundas ni irreversibles como para destruir la condición que nos ha hecho grandes: todos juntos y el bien del club por encima de todo.

Al principio, la historia estaba en carpeta
No es un secreto para los socios más próximos a la vida institucional que el trato con los dirigentes a cargo de las diferentes actividades ha cambiado respecto de las últimas conducciones, y mucho menos que esa situación se ha extendido a los empleados del club. Ya no existe espacio para el disenso,  las redes sociales son patrulladas en busca de la opinión crítica para castigarla con la exclusión de la vida institucional. En el clima que se ha creado, todos, dirigentes, empleados, allegados y gran parte de los socios no encuentran motivación para seguir colaborando en un club de puertas cerradas y secretos compartidos por muy pocos. Demasiado pocos. Por ejemplo, me resultó imposible hasta ahora saber si la cobertura de TyC fue abonada y que bolsillo la pagó. Muchos dirigentes que conozco no lo saben. Es que últimamente, casi nada se sabe.

En ese estado de cosas, en un año dominado por las frustraciones deportivas, los granates de corazón llegamos al Centenario y dejamos de lado todo para celebrar como corresponde una existencia que nos enorgullece, para contar y también aprender de una historia cambiante y milagrosa como muy pocas más. Confiados, ya que durante cuatro años trabajó una Comisión del Centenario conducida por el ex presidente Emilio Chebel, un dirigente con muchos años en el club, que se ha caracterizado por fomentar y defender la unidad de la que siempre fue parte. En todo este tiempo el trabajo de la Comisión fue un secreto de estado. Sólo algunas esporádicas presentaciones, como las producciones fotográficas con las camisetas históricas, el video de la camioneta de Ramón Cabrero, y alguno que otro más. De acuerdo a la calidad de esos pocos trabajos difundidos el panorama resultaba esperanzador. Más cerca en el tiempo, la certeza de que la fiesta sería transmitida en directo para todo el país por TyC Sports presagiaba una jornada inolvidable, en pleno receso, donde los simpatizantes de todos los equipos del país conocerían y se sorprenderían de todo lo que nos pasó para llegar hasta aquí como el más solvente de todos los clubes de nuestro fútbol, y por lejos, el de mayor crecimiento en las últimas décadas, no mucho después de jugar con Piraña.

A la hora de la verdad, se optó por el humor de Ruggeri
El asunto es que la Comisión del Centenario realizó una fiesta imponente pero híbrida, sin contenido, sostenida por el esfuerzo de los periodistas deportivos que la animaron. Un grupo sin gracia de Morón. Una banda interesante pero de música instrumental. Un ambicioso espectáculo de teatro aéreo indescifrable, largo, lento y repleto de simbolismos poco simbólicos y el cierre de Los del fuego que habla por si sólo. En el medio, un chiste de mal gusto de Ruggeri, la nada feliz idea de pedirle a Huguito Morales -se sabe que la oratoria no es lo suyo- que presente al Negro Enrique. El Negro Enrique que se presenta sólo. Y la palabra del Presidente, que agradece a sus pares de comisión directiva y a sus antecesores más recientes, pero no sólo no los invita a subir, ni siquiera los nombra. No hay un solo video de otros tiempos, no hay un racconto bien leído e ilustrado de la historia. Parece que tampoco hubiéramos tenido ídolos deportivos. Ni Los Globe, ni Los Albañiles, ni los que nos ascendieron, ni los pibes que nos sacaron de la “C”, nadie merece un lugar en la fiesta.  Tampoco hubo coordinación con la transmisión televisiva, sus conductores no tienen datos certeros para estirar los muchos baches que se producen. En el final desfilaron algunos de los campeones de la Sudamericana 2013, los del Apertura 2007 y unos pocos del 96. De Mario, Lodico, Crespín, Nenito Baillie, por nombrar sólo a algunos de los que asistieron y nadie se enteró, todos ellos campeones de diferentes ascensos, quedaron al margen de los festejos, escuchando las palabras de de jugadores que, en varios casos, muy poca identificación tienen con el club. A la Urraca González, que no estaba en la lista de buena fe que calificaba para subir al escenario, lo llevó un socio indignado que conocía el camino. Y Armando puso la única nota de emoción de la noche.

Todos; socios e hinchas, periodistas, el resto de los dirigentes, nos encontramos que no hubo Fiesta del Centenario cuando ya era tarde. Hubo sí un impactante escenario, fuegos artificiales, desfile de los campeones Conmebol 96, el Apertura 07, la Sudamericana 2013, y una sola persona tratando de acaparar la noche: Alejandro Marón. Como si la historia granate empezara después de su aparición como dirigente, el escenario fue sólo suyo, mientras todo lo importante que nos pasó en  los cien años de vida del club Lanús, y sobre todo los muchos protagonistas del mayor milagro del fútbol argentino, asisten azorados a esta impensada declaración de guerra a la Unidad, exigen una explicación, y la urgente normalización institucional. Algo hay que hacer. La otra sería quedarse piolas, esperando el bicentenario.

Marcelo Calvente

 

viernes, 23 de enero de 2015

El día del arquero


Luego de perder tres chances consecutivas en un año, Lanús resultó el ganador del torneo de ascenso de 1976. No obstante, ese título no lo habilitaba al segundo ascenso; para terminar con la mufa debía ganar además un torneo reducido.  El cierre fue ante su principal perseguidor, Almirante Brown, el 18 de diciembre, en un estadio de San Lorenzo colmado de bote a bote, con victoria clara del Grana desde el inicio con gol de Epifanio de penal, confirmada por el tanto de Clausi a los 30’ del complemento, que desató la suspensión del cotejo por falta de garantías.  Crosta; Zarate, Giachello, Canio y Ojeda; Crespo, Lodico y Del Río; Epifanio, Nani y Clausi, la formación base de aquel once granate para el recuerdo, uno que teniendo en cuenta los diferentes contextos de una vertiginosa y cambiante vida institucional, por siempre deberá permanecer en la lista de los grandes elencos campeones de la historia del club Lanús.

Pero Lanús es Lanús porque siempre subyace una pequeña e increíble historia oculta en las entrañas de la gran historia. Durante los últimos cuarenta días del torneo de 1976 que culminaría con la consecución del título y el segundo ascenso, el plantel granate se mantuvo concentrado en Estancia Chica. En todo ese tiempo, los jugadores no salieron a la calle, y apenas podían recibir cada domingo la visita de sus familiares. Una verdadera cuarentena en la que pese al largo encierro, o tal vez gracias a él, los integrantes del plantel consolidaron su amistad, buscando distracción en los juegos de cartas y otros entretenimientos compartidos. Noche por medio se preparaba un cuadrilátero delimitado por sogas, y rodeado por las sillas que ocupaban los privilegiados espectadores, los propios jugadores, algunos de los cuales tenían la misión de fallar en la pelea estelar de cada jornada entre el masajista Pocho Iturria y su ayudante, Pascualito, ambos con pasado de boxeador. Pocho había combatido con escasa suerte en el campo rentado, e incluso dos veces había enfrentado al gran Horacio Accavallo, aunque en ambas había perdido por knockout. La carrera de Pascualito había sido más modesta aún; no había podido superar la categoría de boxeador amateur. La cuestión es que los futbolistas, entusiasmados con el nuevo entretenimiento, se habían hecho traer un par de guantes de box, y en su condición de árbitro uno y de jueces otros, se confabulaban para que finalmente Pascualito se alce invariablemente con la victoria, más allá de toda justicia y merecimientos, cosa que sucedió en cada enfrentamiento. Al  histriónico masajista lo volvían loco. Cuando advertían que estaba en condiciones propicias para golpear a su rival, independientemente del tiempo transcurrido, hacían sonar la improvisada campana. Y cuando la pelea al cabo de tres rounds llegaba a las tarjetas, las mismas reflejaban una abrumadora ventaja para el ayudante. Esa era la principal distracción de un plantel que estaba a punto de obtener el tan ansiado ascenso.

Todo transcurrió de la mejor manera hasta que llegó el partido final. Fue la tarde del 18 de diciembre de 1976, y por circunstancias tan inexplicables como increíbles, Horacio Crosta y Pedro San Miguel, los dos arqueros del plantel, no subieron al micro que partió rumbo al estadio de San Lorenzo con sus compañeros. Los dirigentes de Lanús y el cuerpo técnico, tanto como el resto de los futbolistas, advirtieron la situación al llegar al viejo Gasómetro luego de un viaje con clima de fiesta, con cánticos y expectativas ante la gran definición que Lanús no podía perder, ya que era la cuarta chance consecutiva luego de tres duras derrotas, las señaladas ante San Telmo, Estudiantes de Caseros y Almagro, tres finales que en el transcurso de doce meses lo marginaron de la posibilidad de volver a la divisional mayor. La cuestión es que de manera inexplicable se habían olvidado a los dos arqueros, quienes involuntariamente no formaron parte del nutrido grupo que viajó en el micro. Mientras en Avenida La Plata reinaba el nerviosismo y se evaluaba qué hacer ante semejante imponderable, el buffetero de Estancia Chica se ofrecía a llevar a los futbolistas olvidados desde Abasto, donde queda el predio de Gimnasia y Esgrima La Plata, hasta el cruce Varela, disculpándose por no alcanzarlos hasta la cancha por lo largo del viaje, ya que no tenía a quien dejar en su negocio.

Lanús Campeón 1976
Mientras tanto, en los vestuarios de la cancha de San Lorenzo, en medio de una enorme confusión y a poco del inicio del partido, se tomó una drástica decisión: Carlos Lodico,   el hermano del capitán, que estando fuera de competencia por una rebelde lesión en un tobillo había acompañado al plantel, se estaba vistiendo con la ropa de arquero y se calzaba los guantes dispuesto a atajar, dado que de los jugadores de campo de Lanús era reconocido unánimemente como el que mejor se las rebuscaba bajo los tres palos. Imaginemos la inusual situación: Mientras el Gasómetro se iba llenado de espectadores para la gran final ante Almirante Brown por un lugar en primera, en las entrañas del estadio se desarrollaba un absurdo drama que iba a poner al club en situación de explicar lo inexplicable, y afrontar un partido de tal relevancia con un  marcador de punta de 1,74 de altura, para colmo lesionado, teniendo que defender el arco granate en una final, cotejo que bien podría llegar a una instancia de definición por penales. En esta tuvimos mala suerte. De haber así ocurrido, Silvero se marchaba, y tal vez Lanús zafaba del descenso que sufrió un año más tarde.

En Florencio Varela, a menos de una hora del pitazo inicial, los arqueros Crosta y San Miguel, al borde de la desesperación, paran con nulo éxito a cada auto que pasa para rogarle que los lleven al estadio. Hasta que la fortuna como pocas veces en la vida, esta vez jugó para Lanús: uno de los automovilistas que interceptaron era el cuñado del consagrado Ángel Clemente Rojas, integrante del banco de suplentes granate en ese histórico cotejo. El hombre, que justamente se dirigía al estadio a ver jugar a su pariente, sin poder creer lo que estaba sucediendo los levantó, y pisando el acelerador llegó al Gasómetro. Los dos futbolistas ingresaron corriendo al vestuario granate cuando faltaban ocho minutos para el inicio del partido, alcanzaron a firmar la planilla y fueron parte del cotejo con el resultado conocido. Insólita, inexplicable y casi desconocida hasta hoy situación. Cuesta imaginar las repercusiones que, con cualquier marcador final, habría tenido la noticia de esas dos ausencias de semejante relevancia.    

El año 1976 para Lanús fue una primavera en medio del desastre que se avecinaba. Y lo fue en parte gracias al accionar de un presidente, Lorenzo D’angelo, que no utilizó su condición de diputado nacional para engrosar su peculio pero si para el fortalecimiento edilicio del club. Él armó aquel gran equipo que al coronarse, después del golpe militar de marzo, el club ya no lo tenía como presidente. Cuando la dictadura le quitó los fueros y trató de encarcelarlo por enriquecimiento ilícito, como hicieron con casi todos los funcionarios del gobierno depuesto, encontraron que nada tenía, porque todo lo que había conseguido había sido para su querido club Lanús. Principalmente la cesión definitiva mediante un decreto, con la firma de la Presidente de la Nación, del terreno donde se erige el polideportivo -hoy un predio de un valor incalculable, que con total justicia lleva su nombre- logrado contra reloj y sin pagar un peso por Lorenzo D’angelo, casi al mismo  tiempo en que el país entero empezaba su violento calvario a la pobreza.

Marcelo Calvente

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Un milagro centenario



Hacia mediados de siglo XIX, en las enormes estancias del Riachuelo hacia el sur, gringos y criollos explotaban la cría, los saladeros, el tambo, la lana y el cuero. Pronto aparecieron las casas de descanso, y a partir de 1871 se agregó buena parte de la estampida de porteños que desató la fiebre amarilla. Suele pensarse al ferrocarril como el generador del desarrollo de la zona, pero no fue así, nunca es así. La economía local lo preexistía, aunque la llegada masiva de familias distinguidas  le dio un nuevo sentido comercial al emprendimiento. Los alrededores de las paradas del tren fueron los terrenos más buscados por los pioneros que lotearon las primeras villas, las que pronto tendrán mayor evolución. De a poco los ricos se fueron llevando sus vacas y ovejas más al sur, y sus enormes pastoreos fueron vendidos por partes para el loteo de nuevas villas. Guillermo Gaebeler llegó en 1888, y en cómodas cuotas loteó 44 manzanas delimitadas por Basalvibaso, Arias, Eva Perón y Madariaga, según sus actuales nombres. 27 años después, cuando todavía estaba a medio poblar y se luchaba a brazo partido contra las inundaciones, en el corazón de Villa General Paz, el 3 de enero de 1915, nació el Club Atlético Lanús en referencia a la pequeña parada del tren que llevaba el apellido del francés dueño de la estancia preexistente, quien había donado enormes terrenos al ferrocarril. No fue una veintena de jóvenes de clase media y baja como los que fundaron a los demás clubes con la única ambición de practicar fútbol y competir en las ligas oficiales e independientes que surgían con el boom del nuevo deporte; a Lanús lo crearon los vecinos distinguidos de aquella naciente Villa General Paz, y solo un par de ellos jugaban al fútbol.

Al principio nada fue sencillo. El 11 de abril de 1915, la flamante entidad de tres meses de vida -ocupando la plaza dejada por su vecino en caída libre, el Lanús United- con un rejunte de jugadores para la ocasión, debuta en la división Intermedia de la Asociación Argentina de Football en la Isla Maciel y su primer equipo es derrotado por el local, el desaparecido club Buenos Aires Isla Maciel por 3 a 1. En 1916 perdió la categoría en el terreno de juego, pero la Asociación lo mantuvo en Intermedia argumentando que su cancha era una de las mejores, ocultando que se debió además a las aceitadas relaciones políticas de algunos de los socios fundadores más caracterizados. Durante los primeros años siguió actuando en la principal categoría de ascenso con muchas dificultades, tanto en lo deportivo como en la faz institucional. Los jóvenes pitucos que aún no se desvelaban por el fútbol se inclinaron con fervor por el escolazo, y el club se fue convirtiendo en un bullicioso garito donde se jugaba hasta la madrugada. En 1919 se empieza a formar el que sería su primer gran equipo, con la llegada de refuerzos de categoría como Miguel Ainzuain y Adolfo Sacarello, ambos de Independiente, además del insider Pedro Raggi, de Rosario Puerto Belgrano. Al finalizar el torneo, el equipo granate culmina segundo a siete puntos de Banfield, pero accede a la primera división a causa de una crisis organizativa desatada por un grupo de  clubes en conflicto, entre ellos varios grandes, los que crearon una nueva entidad rectora, la Asociación Amateurs de Football. Consumada esa ruptura, los seis mejores equipos de la tabla final de Intermedia, entre ellos Lanús, ascendieron por decreto con el fin lograr un número razonable de competidores en la máxima categoría de una muy debilitada Asociación Argentina de Football. 

La Fortaleza en 1932, se ven las calles Arias y Madariaga
En las décadas que siguieron, el pueblo de Lanús se fue convirtiendo en el sueño de una casa propia y un empleo digno para cientos de familias de trabajadores llegados de todo el país. Aún existían enormes baldíos donde los pibes corrían sin descanso detrás de la pelota. El más grande de todos pertenecía al ferrocarril, se encontraba al lado Este de las vías del tren, y se extendía en la gran curva de la vía férrea que une las estaciones de Lanús y de Remedios de Escalada, un cuarto de círculo que cerraba con la intersección de las calles Arias -límite Sur de la Villa General Paz que trazó Gaebeler- y la calle Fray Mamerto Esquiú, el límite con el barrio de Escalada Este. En ese vértice, Lanús obtendrá la cesión de un terreno de 50.000 metros cuadrados donde inaugurará en 1929 su nueva y definitiva cancha, en la que se presentó como uno de los dieciocho clubes fundadores del profesionalismo, y en la que protagonizó consagratorias actuaciones  y obtuvo enormes victorias. La pequeña industria y el comercio se fueron asentando en el territorio y de a poco las antiguas villas distantes entre sí, pioneras independientes de la zona, como Villa Sarmiento, Villa Obrera y Escalada Este, fueron un solo pueblo y con una sola identidad: el color granate, el del club de cuna aristocrática que el destino irá tornando cada vez más popular.

En estos cien años de vida, como casi todos los clubes condenados de antemano al segundo plano, debió luchar contra el poder y las injusticias que imponía la Asociación, dirigida por los grandes, y lo hizo siempre con armas dignas, con equipos conformados por muchos de los pibes de esos barrios, que dejaron para el recuerdo de propios y extraños grandes formaciones, todas con un sello inalterable: el juego de ataque. Desde entonces, y hasta entrados los años 90, recorrerá un duro camino en el que los sinsabores dominaron la escena. Hasta el retorno a primera de la mano de Miguel Russo, el hincha granate convivió con el sufrimiento: Descenso con increíble injusticia en el 49, la gran ilusión de los años 50 que naufragó en el 56,  la bronca y la desconfianza de sus hinchas por aquella inexplicable derrota en Arias y Guidi ante River cerca del final del torneo, y la curva descendente que lo llevó de nuevo a la “B” en el 61. Las dificultades para volver, la milagrosa y fortuita conformación de una delantera para el recuerdo, con Silva, Acosta y De Mario como solistas, el retorno de 1964, las memorables jornadas en las que Manolo Silva se inspiraba y Acosta convertía, y el abismo que vino después, en los oscuros años 70, que concluyó con las tres temporadas en la “C” hasta lograr la vuelta a primera en el 81 con un poderoso equipo conformado por los pibes de la cantera, jugando un fútbol acorde con la historia del club.
 
Una rica historia en la que subyacen las leyendas granates más hermosas: La de los hermanos Volante; la gran campaña del año 27; el fútbol de Daponte, Guidi y Nazionale; el recuerdo de Los Albañiles, los pibes del viejo Guerra; la historia de José Luis Lodico; la consolidación en primera con Miguel Russo; el equipo de Cuper Campeón de la Conmebol; el inolvidable retorno de Huguito Morales, la vuelta olímpica en la Bombonera con los pibes de Ramón y la enorme conquista internacional  de la Sudamericana 2013, son la postales más bellas que Lanús, como muy pocos clubes argentinos nacidos para ser chicos, atesora en desván de sus recuerdos: una historia gloriosa y singular que es indispensable analizar y difundir, y que dado el extraordinario presente deportivo, institucional y financiero, augura un futuro aún mejor, y justifica holgadamente la fiesta que la ciudad pasional y futbolera se dispone a celebrar por estas horas.

Marcelo Calvente
  

sábado, 18 de octubre de 2014

Botines


“José, te necesito en el equipo ¿no te animás a jugar de nuevo en primera?” Ramón Cabrero no suele dar muchas vueltas cuando tiene que decir algo. Transcurría el mes de mayo de 1983, Ramón asumía por primera vez como DT interino de Lanús, y José Luís Lodico estaba pintando un escudo en el Polideportivo, aún convaleciente de una complicada operación en el oído que a los treinta años lo terminaba de retirar del fútbol. Tiene recién implantadas las prótesis del yunque y el martillo, y según los médicos, de poder volver a jugar, sería recién después de un largo año de convalecencia  Se moría de ganas, pero no quería defraudar a Ramón y le transmitió sus dudas: “Ni siquiera puedo cabecear…” le dijo con tristeza. “Mañana te venís a entrenar, y cuando sentís que estás, te pongo de titular. Cabeceadores me sobran, lo que no tengo es quien se la pase al compañero” le dijo fiel a su estilo el entrenador, y José Luis se fue corriendo a contarle a su señora.

Lodico volvió a vivir. Durante las tres fechas que duró el interinato de Ramón fue titular inamovible. Para enfrentar a Deportivo Español se hizo cargo la flamante subcomisión de fútbol, y por supuesto, José Luís Lodico estuvo en la cancha con la 5 en la espalda, junto a varios ex compañeros del ascenso a la “B” que continuaban en el equipo. A los 35 minutos, el futbolista local Rubén Arbelo va a disputar un balón con él y le aplica un premeditado golpe en el oído operado. Pino se indigna con el jugador, comprende de inmediato que fue mandado y reacciona violentamente ante su imperdonable accionar de sicario. Ambos se van expulsados por agredirse mutuamente. Pero sus ojos apuntan al banco de Español, donde está el despreciable Roberto Iturrieta, técnico cotizado del ascenso, conocido por sus excentricidades y su condición de tramposo y ventajero, el mismo que en la semana previa había acordado con los dirigentes de Lanús hacerse cargo del primer equipo granate luego de terminado ese mismo encuentro. Cuando el lunes siguiente José Luís volvió a entrenar, Iturrieta fue presentado e intentó comenzar con los trabajos con naturalidad. Lodico se paró frente a él y le dijo: “¿Vos te pensás que voy a trabajar a tus órdenes, que me vas a dirigir a mí, cuando hace una semana me mandaste golpear? Yo me voy, a mí no me da órdenes un sinvergüenza como vos”. Y así, con mucha pena y sin la gloria que merecía, pero con la frente bien alta, el último centrojás de Lanús se retiró del fútbol profesional, esta vez para siempre.

En medio de una gran depresión causada por el desencanto que acompañó su accidentado retiro, José Luís Lodico se dedicó a la pintura para poder mantener a sus hijos. El club Lanús le cedió un pequeño espacio debajo de la platea oficial donde guardaba los elementos. Pintó departamentos, pintó mansiones. La prolijidad de su trabajo y su responsabilidad para cumplir con los clientes le permitió hacerse un nombre en su nuevo oficio. Pintó carteles de publicidad, pintó más de cien veces el hermoso escudo del club Lanús. Una tarde, mientras delineaba las letras de la promoción de un recital en la pared de la sede de la calle 9 de Julio, después de observarlo un rato con detenimiento, se le acercó Enrique Carrillo. Pino no lo conocía, pero se trataba de un destacado pintor de cuadros y retratos que tenía su taller en el lado oeste de la ciudad y dictaba clases sólo para aquellos principiantes a los que veía con condiciones. Carrillo le dijo que por lo que había podido observar, le veía aptitudes como para poder incursionar en la pintura artística. José Luís sintió curiosidad y comenzó a tomar clases con él. Mientras rápidamente incorporaba los nuevos conceptos, se puso a pintar paisajes, naturaleza muerta, pintura abstracta y hasta algunos retratos, siempre alentado por su profesor. Pronto comenzó a frecuentar el ambiente del arte y sus obras se empezaron a exponer en distintas galerías. Ganó premios y vendió muchos cuadros, sin dejar jamás su oficio de pintor de paredes y carteles para poder vivir.

José Luís Lodico, capitán y campeón 1976
Al cumplir 40 años, la depresión había quedado atrás. Físicamente se mantenía en plenitud, y del problema del oído solo tenía el mal recuerdo. La vieja y competitiva Liga Amateur de Lanús de cada domingo pronto lo vio brillar, y en ese marco de potrero, Lodico sintió que seguía siendo el mismo. Primero jugó para el Club Pampero, después para el Guido, en las canchitas del distrito pudo desplegar su categoría, y recibir el reconocimiento de compañeros, adversarios y el público que siempre se acercaba a verlo jugar. Después de tanta malaria y tantos sufrimientos, con la pelota bajo la suela como pasatiempo y la pintura como oficio, Lodico volvió a ser feliz

Una tarde de finales de los años noventa, José Luís se encontraba pintando el escudo que adorna el fondo de la pileta del Polideportivo, mientras los operarios de la empresa encargada del final de obra de una reparación llevada a cabo en el sector terminaban con su tarea, advirtió que uno de ellos, mientras barría, se le iba acercando con timidez, mirándolo de reojo, hasta que se animó a hablarle: “Disculpe, usted es José Luis Lodico, hace un montón de años que tengo algo suyo y se lo quiero devolver. Soy hincha de Lanús, y fui el que le sacó los botines en la cancha de San Lorenzo en el 76, el día que ascendimos a primera. Siempre me quedó el remordimiento porque usted gritaba ‘¡Los botines no, muchachos, por favor, que me los compré hace dos semanas de mi bolsillo!’ Y yo se los saqué igual. Le quiero pedir disculpas y se los quiero devolver, porque hasta hoy los estuve cuidando…” 

Al culminar la jornada, como habían acordado, Lodico llevó en su auto al operario hasta su casa, cerca de la avenida Pasco, en un barrio ubicado al este del distrito. Había quedado conmocionado por el recuerdo y las palabras del hombre, que se ajustaban a la realidad. La pérdida de esos botines le había dolido en el alma, y aunque otros pesares posteriores fueron mucho más dolorosos, quería volver a verlos. El tiempo se detuvo cuando ambos ingresaron al humilde living. En el estante de un modular, envueltos en celofán, prolijamente acomodados en una caja abierta, decorada con la famosa foto del diario Clarín del 19 de diciembre de 1976, con el viejo Gasómetro colmado a reventar como fondo, en la que se ve en primer plano a José Luis Lodico en andas, ya despojado de su camiseta pero aún con el resto de la vestimenta, estaban los botines.

“Sáquelos de la bolsa, nomás, son suyos” le dijo el hombre con una sonrisa. Pino los sacó con cuidado, sus manos temblaban. Eran los mismos Adidas con las tres tiras amarillas, toda una novedad de entonces, y estaban tan nuevos como en la tarde que se los puso por última vez. Los miró con atención, y mientras mil recuerdos volaban por su cabeza, los dio vuelta. Entre los tapones, pegados a la suela de ambos botines, había trozos de pasto y barro seco de aquella tarde gloriosa. El pasto del mítico estadio de la Avenida La Plata, un ícono de la historia del fútbol argentino que ya no existe más, testigo de enormes victorias y dolorosas derrotas granates de aquellos años difíciles e inolvidables. José Luís los contempló y lloró como una criatura. El hombre lo abrazó emocionado. “Que se queden acá, nadie los va a cuidar mejor que vos”, le dijo el crack al despedirse, con la certeza de que nada, ni el peor de los sufrimientos que el fútbol le había dado, había sido en vano.

Marcelo Calvente  

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