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jueves, 5 de noviembre de 2015

El fin de la fiesta



Parece que el tiempo de la unidad política en el club Lanús llegó a su fin, que en diciembre va a haber elecciones y se enfrentarán en las urnas la Lista Unidad por un lado, la de siempre, compuesta por todas las agrupaciones, y por el otro la Agrupación Unidad, o una parte de ella que se aleja de la lista unitaria que gobierna al club. Lo curioso es que quien conduce la revuelta es Alejandro Marón, el presidente saliente, que después de un gobierno inexplicable y repudiado por la gran mayoría de los socios, incluso los de su propio espacio, decide no dar un paso al costado, despreciar todas las ofertas razonables de acuerdo, e ir por su reelección para intentar rehacer lo que él mismo comenzó a destruir desde el primer día de su último y lamentable retorno. Ante la sorpresa de todos, lo intenta sin saber a ciencia cierta si alguien en verdad lo sigue, más allá de las fidelidades obligatorias de los que le deben, los más cercanos. De a poco, aunque anunciada y previsiblemente, Lanús se fue convirtiendo en un sainete que oscila peligrosamente entre la comedia y el drama, y los medios especializados empiezan a preguntarse qué es lo que ocurre en el club modelo.

Para no ir tan atrás en el tiempo, llevemos el almanaque a 2007, el año de la vuelta olímpica en la Bombonera, cuando la unidad política estaba en su apogeo y todo funcionaba a la perfección, mientras Alejandro era la figura pública y recibía los honores, en tanto Nicola manejaba el fútbol con dedicación absoluta. Pero al llegar diciembre de 2009 finalizó el segundo mandato consecutivo de Marón al frente de la entidad -el estatuto le impedía un tercero- Russo fue su sucesor natural, y el presidente no lo soportó. Enojado desde las primeras decisiones que tomó el flamante presidente, alistando su breve ejército de ponedores de palos en las ruedas dispersos en todo el club, con su cómplice Emilio Chebel metido en el medio y jugando al componedor, Alejandro Marón se dedicó a esperar su retorno lleno de rencor. El resto es sabido: el tercer ciclo de empezó de la mejor manera en lo deportivo, el equipo de  Guillermo Barros Schelotto obtuvo brillantemente la Copa Sudamericana 2013, pero el personalismo y las decisiones inconsultas fueron erosionando el funcionamiento  institucional, y pronto repercutió en lo futbolístico: el zapatazo maldito del Bolívar, las estrellas perdidas, el chumbo en la cintura del allegado, la vergonzosa discusión en conferencia de prensa con el periodista de Olé, las ventas millonarias, las contrataciones inexplicables y la caída libre durante los dos últimos años. Sin embargo, nada duele tanto como la imperdonable Fiesta del Centenario, esa que según dicen uno planificó y el otro aprobó, en la que se ignoró a De Mario, a Lodico, al Nene Guidi; también a Nicolás Russo, a Néstor Díaz Pérez, a Juan Carlos Seeger, a Lorenzo D’angelo, a Antonio Rotili, por citar a los mandatarios más importantes. Más que una fiesta, una verdadera declaración de guerra contra el club Lanús, su gente y su historia.

Con los sorprendidos socios viendo como Lanús abría sus puertas a actos partidarios de una fracción política, en los que el presidente y la tesorera aportaban su presencia estelar, la marcha institucional de los últimos tres años estuvo signada por la mala predisposición, los feos modales y el ninguneo permanente para con el resto de los directivos. La política de incorporaciones naufragó increíblemente, con el colmo reciente de traer a Straqualursi de Emiratos Árabes con el torneo empezado, un jugador que, según sus propios dichos, al arribar al país llevaba dos meses sin tocar una pelota. Uno confía y espera que el dislate político no haya llegado a la tesorería. Es sabido que el club es altamente deficitario, y también que se realizaron transferencias por sumas millonarias. Así y todo, las señales no son auspiciosas. Al menos nadie que quiera mantenerse transparente e intachable al frente de una asociación sin fines de lucro desconocería de tal forma la representatividad de sus pares y la legalidad de sus mandatos. Ojalá que no, aunque tantos años de sacrificio y solidaridad unitaria naufragaron de manera innecesaria y caprichosa solo porque a uno se le ocurrió y el otro le dio la razón, ojalá que al menos en lo que respecta al dinero del club haya primado la cordura.

Es hora de reconstruir las bases de la unidad futura sin viejos rencores ni rencillas personales, apartando de la toma de decisiones a aquellos que equivocaron el rumbo. La recuperación no será sencilla, pero hemos salido de otras peores. Seguramente vamos a recomponer el rumbo y la concordia antes de lo pensado, y el futuro presidente tiene la capacidad y la experiencia necesaria como para devolver al club a su marcha habitual de  economía sólida y rentable. Lo que los granates nunca vamos a recuperar es la fiesta que nos merecíamos y que nos quitaron, porque cien años no se cumple todos los días, ni tampoco se disponen de dos horas de TyC Sports en horario central para difundir al club, para contar su historia. Nos tomaron por tontos y nos quisieron distraer con barcos voladores, chistes de Ruggeri, el mando unipersonal del presidente y el foco en las dos últimas décadas de vida del club, como si la rica historia granate hubiera comenzado con la conquista de la Conmebol 96. Utilizaron esas dos horas para hablar de nada, para mirar para arriba, para escuchar música aburrida. Y en esas dos horas bajaron del escenario y de la pantalla a todos los que merecían estar, nada más que para poder marginar a dos socios notables de Lanús, Nicolás Russo y Néstor Díaz Pérez, hermano de Darío, quien tuvo una actuación relevante en la última incorporación de tierras para el club. Recuérdese que por entonces Nicola y Darío, cada uno por su lado, pugnaban por la intendencia que finalmente Julián Álvarez perdería con Néstor Grindetti.


Para llevar a cabo tan repudiable fin, la Comisión del Centenario, dirigida por el inefable Emilio Chebel, planificó la fiesta durante cuatro años. Durante los tres primeros se acercaron a colaborar y se fueron decepcionados un montón de socios bien intencionados. En el último año sólo fueron quedando los más fieles y los más estoicos. Se impuso sobre los preparativos un silenzio stampa, no había manera de enterarse de nada, y enarbolaron la piñata engañosa de la gran sorpresa. Es lógico, de haberse sabido algo, no pasaba…  Para conseguir tan ruinoso fin ignoraron a las enormes figuras deportivas del pasado, a los grandes equipos que dejaron su impronta, a los duros años del ascenso. También a los hinchas que lo siguieron toda la vida, a los socios que consiguieron tierras, a los que pusieron dinero, a los que ofrecieron sus casas en garantía. A todos los granates de ley que dejaron su huella desinteresada para que viva el club, verdaderos héroes cuyos nombres y gestas fueron deliberadamente ignorados por decisión de Chebel y Maron la noche que Lanús cumplió 100 años, sólo porque uno la organizó y al otro le pareció bárbaro. Imperdonable.

Marcelo Calvente

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