La verdad es que Guillermo me cae
de la mejor manera. Me resulta simpático, inteligente, de no hablar de más. Como
futbolista ha sido un ganador. Y tuvo la suerte acceder a la difícil profesión
de entrenador de fútbol por la puerta grande, de forma directa y sin escalas
previas al primer nivel, sostenido por su bien ganada fama y por la idolatría
de los hinchas de los equipos en los que jugó. Su primer contrato como
entrenador lo firmó con Lanús, el club ideal, el único que no sin tropiezos
camina derecho por el manicomio de la calle Viamonte, y la prensa le brindó a
su llegada una enorme cobertura.
El comienzo en junio de 2012 fue
mas que alentador, y el segundo semestre de 2013 el punto mas alto de su equipo.
Ganó la Copa Sudamericana
y de manera simultánea estuvo a un paso de obtener el Torneo Inicial. Bajó un
poco el rendimiento en el subsiguiente Torneo Final 2014 porque peleó la Copa Libertadores hasta el
zapatazo fatídico de un tal William Ferreira, el mal recordado delantero uruguayo
del Bolívar. En esa temporada 2013/2014 el de Guillermo fue uno de los mejores
elencos del continente. Y lo fue hasta el endemoniado misil que el 8 de mayo de
2014 enmudeció a La
Fortaleza, a partir del cual comenzó el lento pero inflexible
retroceso. Enseguida se fueron Goltz e Izquierdoz, y el equipo nunca volvió a
ser el mismo. Y así fueron llegando las derrotas dolorosas, como aquella de los
dos goles en contra en el alargue en Brasil -debe ser record mundial- ocurrida inmediatamente
después de una de las mas grandes hazañas de la historia deportiva de la
institución, la victoria en tiempo de descuento sobre el Atlético Mineiro por 3 a 2 ante un Mineirao repleto,
o la de Japón, un verdadero misterio haber perdido con un equipo así. Fueron las
primeras de varias caídas francamente desalentadoras, aunque también hubo buenas
victorias en medio. No obstante, los números favorables de Guillermo son más
que elocuentes: gano el 46% de los partidos que su equipo disputó, empato el
29%, y se retiró vencido apenas el 25%
de las veces. El problema es que los objetivos eran más exigentes.

De la larga lista de objetivos ambiciosos
que resignó Lanús desde aquel zapatazo escalofriante hasta la fecha, solo uno sigue
en pie: la esquiva Copa Argentina. El Grana esta a dos partidos de conseguirla.
El problema es que el primero de esos partidos es contra Boca, y en caso de
superarlo, enfrentará en la final a Racing o Central, tres equipos que están un
escalón arriba. En el futbol no hay imposibles, es sabido, pero los milagros se
dan cada vez menos seguido. Lanús quedó eliminado de la Copa Sudamericana
a manos de Defensor de Montevideo por penales, un equipo que en la argentina
pelearía por no descender, y además quedó muy lejos de la Liguilla Pre-Libertadores.
La Copa Argentina
es la última carta que le queda por jugar, y la mano no viene nada sencilla. El
premio consuelo es la clasificación entre los 12 equipos que jugarán la Liguilla Pre-Sudamericana
2016, del 7º al 19º del actual torneo, que seguramente conseguirá.
En los meses que nos separan de
diciembre de 2015, los dirigentes de todas las agrupaciones deberán decidir la
continuidad o no de una unidad política que está muy debilitada. Serán horas de
balance de gestión y de autocrítica. De dar explicaciones y asumir las culpas
correspondientes por las cosas que sucedieron en el tan esperado año del
centenario. El objetivo de todos debe ser la recuperación de la unidad por
encima de cualquier apetencia personal y para eso es imprescindible una
profunda renovación dirigencial. En medio de tan relevante instancia, alguien
deberá decidir sobre la renovación o no de un cuerpo técnico que pintaba para
mucho más, hasta que el 8 de mayo de 2014 el diablo metió la cola, clavó el
balón en el ángulo izquierdo de Agustín Marchesín y todo empezó a derrumbarse.
Marcelo Calvente
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