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miércoles, 16 de octubre de 2013

La Copa o la nada


Pasan los días, y los hinchas granates nos seguimos preguntando como fue que pasó lo que pasó, si ni siquiera los malos resultados habían mellado la confianza en este equipo, un elenco poderoso, que cuando ganaba goleaba, que cuando no, no perdía y que daba la sensación de estar siempre a un paso del buen funcionamiento colectivo, siempre a punto de explotar como gran candidato. Teníamos la memoria llena de estupendas atajadas de Marchesín, de los goles de cabeza de Izquierdóz y Goltz, de salidas elegantes de Araujo, de pases gol de Maxi, del crecimiento notable del Pulpito como jugador de toda la cancha, de los remates del primer Ayala, de la presencia de Somoza, de las corridas de Melano y de sus goles, de los goles y la categoría de Silva y Acosta. Sabíamos -falló lo del Pochi- que faltaba un volante doble función, zurdo, por izquierda. Esperábamos, claro, que la idea de Guillermo terminara de plasmar. ¿A quien no le gusta jugar con tres delanteros? Sólo había que acomodar el resto de las fichas y chaupinela, a buscar la gloria…

Guillermo sabe lo que pasa, pero no lo pudo corregir
El arranque ante Belgrano lo confirmaba, la derrota en Rafaela trajo pocas dudas, los empates ante el Pincha y Vélez pasaron desapercibidos porque enseguida Lanús se iba a aprovechar de Racing, la más fácil del barrio, por la Sudamericana y lo iba a vencer las dos veces, y en el medio iba a golear a Olimpo en La Fortaleza y después iba volver a visitar a la Academia para empatar de manera heroica y dando saludables muestras de carácter -las hazañas se festejan como triunfos- y en seguida aplastar al Argentinos de Caruso, entonces gallardo puntero. Este fue el tope de rendimiento del equipo. La 7ª fecha. La frutilla del postre fue la rotunda goleada a la U de Chile, donde sin embargo, aparecieron muchos problemas defensivos. Se venía la visita a Quilmes por la 8ª, que pasaba su peor momento y venía de ser goleado, un plato a pedir del poder ofensivo de Lanús. Y no, no se pudo, incluso el empate resultó un premio tal vez excesivo, porque se jugó realmente mal. Y peor se jugó en la revancha en Chile, derrota por 1 a 0 aunque clasificación holgada a cuartos de final. La moneda en el aire cambiaba de cara rumbo a la mano y aún no lo sabíamos…


Recuerdo los bombos y platillos que acompañaron la llegada a Lanús de Guillermo Barros Schelloto y su comitiva. Era el tiempo en que Boca hervía en un puchero de Falcioni. Enseguida llegaron las triunfos, las declaraciones piolas sorteando las infaltables referencias al club de la Ribera en las notas, dando señales de cordura y conocimiento del asunto. La construcción de este plantel, las grandes incorporaciones, pusieron a Lanús entre los candidatos previos, y se hablaba  de emisarios de distintos lugares del mundo viniendo por Guillermo. Pero los resultaron dejaron en acompañar,  las respuestas de Guillermo dejaron de ser piolas, y lo que es peor, dejaron de ser creíbles. Que lo árbitros, que no se jugó tan mal, que creamos situaciones, saraza y saraza, mientras el funcionamiento colectivo permanecía ausente tanto en el campo de juego como en los labios del entrenador.

Ramón Díaz, protestas, excusas, pero de fútbol, nada
El partido ante River por la 9º fecha era la cita ideal para volver a la victoria, para volver a acercarse a los de arriba, que ganan siempre. Otra vez la situación de cada uno inclinaba la balanza a favor de Lanús. Las cosas no fueron bien de entrada, pero se mejoró en el segundo tiempo. El Grana parecía estar más entero en el tramo final y tuvo sus chances, hasta que llegó la locura de Goltz, el corolario de varias locuras de los entrenadores en los partidos previos y en este aún más, haciendo un papelón ante las cámaras. Guillermo comprendió a poco de finalizado el partido que había metido la pata, y en la conferencia de prensa trató de bajar los decibeles de su ataque a la terna arbitral. Pero la cosa se agravó a la semana siguiente en Rosario ante Central, por otro desborde más infantil aún que el de Goltz. Está vez fue Marchesín el que dejó a Lanús con diez, con un tiempo y medio por jugar. Por entonces ya no estaba la  carta de quiebre ofensiva, Lautaro Acosta, en Rosario quedé marginado su compadre Silva también por lesión, y los problemas defensivos se acentuaron. Ante Godoy Cruz no hubo nada de nada, el equipo se tranquilizó pero también perdió la fiereza y la combatividad que lo distinguía y se fue entregando anímica y futbolísticamente a la derrota

Es, una vez más, la hora del entrenador. Guillermo ya probó casi todas las alternativas posibles para sostener su 4-3-3 menos la que sugerimos, sumar a Velázquez a la línea media. En campeonatos tan cortos no se puede ensayar sobre una misma idea porque pasa lo que pasó: Lanús ya no corre por el título en el Torneo Inicial. Tiene una segunda oportunidad ante River por cuartos de la Copa, pero acumula tres derrotas al hilo y se le vienen dos compromisos muy difíciles por delante. Irá a Santa Fe, que es un infierno de descontento,  de donde con temple e inteligencia podría sacar partido, y luego recibe a San Lorenzo, al que para vencerlo deberá jugar mejor de lo que lo viene haciendo últimamente. A esta altura parecería más simple armarse de atrás hacia adelante, dos líneas de cuatro y dos delanteros, esperar al rival en la línea media y tratar de lastimar con la velocidad de Acosta o Melano y la potencia de Silva. Guillermo tiene que decidir

Lanús necesita imperiosamente volver a sumar en estos dos partidos para recomponer la confianza y la línea perdida, y derrotar por la Copa Sudamericana a otro que viene también barraca abajo, el River de Ramón Díaz, que todavía no perdió la chaveta pero sí parte del importante crédito que su gente le había dado. Tanto él como Guillermo saben que hasta el choque copero tienen asegurada la permanencia en el cargo. Ambos entrenadores, enfrentados tantas veces en el marco del superclásico, volverán a verse las caras en tres semanas por cuartos de final y por la supervivencia personal, es decir a todo o nada: la victoria y la continuidad laboral para el vencedor, y el fracaso y la renuncia para el que salga derrotado. Nada menos.

Marcelo Calvente

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